28 de abril de 2011

Ficcionario

A pesar de que con el nuevo código penal sólo se exponía a una multa y retirada definitiva del vehículo no pudo evitar estremecerse al dar la primera pedalada. El giro de las bielas XT tensó la cadena inmaculada a pesar de los años y comenzó a desplazarse lentamente entre la penumbra vespertina.
Durante los primeros kilómetros no pudo evitar pensar en la ilegalidad de su acción, alevosa y nocturna, dirían algunos, al confirmar su hora de salida y sus negras vestiduras para evitar, en la medida de lo posible, ser visto.
A lo largo de los meses estudió los pasos de la policía local, y de la brigada ecológica, sabía que a esas horas discurrían por la zona norte, iniciando su última vuelta perimetral al parque por lo que disponía de casi dos horas de margen para moverse con cierto grado de libertad. Además, era conocedor de que la escasez de recursos de la Administración había condenado al ostracismo a todas las instituciones creadas en la postrera década ecológica, entre las que se encontraban las destinadas a seguridad y vigilancia en los Parques Naturales.
A su paso, las calles de la urbanización se oscurecían desiertas. La ciudad dormitorio en la que se había convertido hacía honor a su nombre y se acurrucaba envuelta en el frío del atardecer. Respiraba de alivio a cada esquina que giraba, a cada rotonda, a cada cruce en el que no encontraba a nadie que pudiera comprometer su salida. Dudó al llegar a la estación de servicio. Era un lugar frecuentado por la brigada para tomar el último café antes del relevo. Redujo la marcha apretando el pulsador hidráulico con su pulgar derecho y la cadena subió silenciosa. Su vuelta a la ingeniería japonesa no tenía otro motivo que esa suavidad que le obligaba a mirar el visor digital para saber la marcha en la que estaba. Afortunadamente todo estaba de su parte y el exterior de la estación permanecía desierto, acompañado por la tenue luz de un farol solar.
Aún así, decidió no seguir por la rotonda perfectamente iluminada si no cruzar directamente la carretera para acceder a la vía paralela a la misma que le llevaría al camino donde ya no habría marcha atrás. Desmontó y levantó la bici para superar el quitamiedos. Al descargarla la depositó con suavidad en el asfalto evitando el traqueteo de la cadena sobre las vainas. Montó de nuevo cada vez más decidido a no volver sobre sus pasos. La palabra ilegalidad no dejaba de sonar en el interior de su cerebro a modo de musiquilla repetitiva y machacona. Giró a izquierdas y supo que todo empezaba al ver el poste con el detector de códigos. Sin soltar las manos del manillar cruzó los dedos para que todo funcionara. No confiaba en demasía en aquel programa capaz de anular temporalmente el código de su bicicleta y, de esta manera evitar se detectado y registrado como visitante del Parque natural, lo que activaría todas las alarmas. Reprodujo en su mente el pitido característico que tantas veces había escuchado al cruzar la red inalámbrica instalada para visitar con sus hijos en las salidas organizadas a la Sierra. En esta ocasión no lo oyó. La noche permanecía callada, cómplice de su acción, de su pequeña locura. Organizada pero locura al fin y al cabo. Pronto el silencio se desvaneció, sustituido por el roce de sus cubiertas con la gravilla.
Agarró firme el manillar para enfilar la corta pero pronunciada bajada mientras sus labios dibujaban una sonrisa de satisfacción. Por un instante se vio trazando por lo que fue aquella bajada, pedregosa, con las marcas de rodadas de vehículos con motores de combustión, su cuerpo traqueado hasta alcanzar el lecho del río, encarando la rueda delantera por el único paso existente entre dos enorme cantos rodados. Pero la gran velocidad que le permitía alcanzar el firme liso y acondicionado para facilitar la entrada de los vehículos eléctricos de las brigadas le devolvió a la realidad. Discurría rápido por la pista adentrándose en la zona de preparque que tan bien conocía. En realidad, como todo lo demás, se parecía poco a lo que fue en su día. El sendero de umbría cubierto de pinos y frondosas se transformó en una ancha vereda expuesta al sol y al viento en la que se encontraban varias estaciones de bombeo de agua, terminales de recarga de baterías y numerosas telecabinas instaladas en la época dorada de la conservación dentro del sistema integrado de control de incendios que cierta empresa, ahora extinta, vendió a gobernantes pasados. Giró a derechas en un camino siempre en ascenso y al pasar una pequeña vaguada ya pudo divisar la pista principal. El camino había sido ensanchado convenientemente para el paso de los vehículos pesados de bomberos y no era ni una vulgar imitación de la pista bacheada que conocía a la perfección. Por lo menos subiría hasta el puertecillo que te acercaba al primer falso llano, su idea era tomar el camino a izquierdas una vez coronado y volver a la zona de preparque lo antes posible, pues sabía que los forestales no tardarían en completar su ronda rutinaria. Engranó el plato pequeño y apretó los dientes para afrontar el puertecillo final. La bondad del firme le permitía alzar la vista sin necesidad de estar pendiente de la trazada. A pesar de que ya entraba la noche pudo oír el graznido de las invasoras urracas que habían colonizado toda la parte baja del Parque provenientes de los campos de cultivo que rodeaban el sur de la Sierra. Al llegar arriba  del pequeño puertecillo se permitió un sorbo de agua mientras giraba a izquierdas buscando la bajada que le llevaría hasta otra urbanización que se amplió comiéndose literalmente hectáreas de preparque sin levantar grandes escándalos.
Sabía que una vez allí todo habría terminado y volvería por carretera encendiendo todos sus dispositivos luminosos como exigía la misma ley que acababa de infringir. Mientras negociaba curvas en continuo sube y baja no pudo evitar pensar en cómo se había llegado a esta situación. La cercanía a la urbe provocó la saturación de la Sierra, sobre todo los fines de semana. La gente buscaba lugares cada vez más inaccesibles, llegando hasta las zonas más elevadas, afectando a la fauna y a la vegetación y multiplicando los vertidos y sobre todo las posibilidades de incendios. La postura intermedia tomada durante una década de restringir a ciertos espacios el uso de vehículos y bicicletas no fue suficiente. Hasta que vino el desencadenante final provocado por el gran incendio que asoló más del 60% de la superficie protegida, incidiendo especialmente en las zonas más ricas en biodiversidad. Las restricciones en los parques cada vez fueron en aumento. Primero todos los vehículos a motor, luego los propulsados mecánicamente y, finalmente los de tracción animal hasta acabar con los propios seres humanos. Las entradas se limitaron a visitas guiadas muy controladas en número y poco más. La inversión en recuperar el entorno fue a parar a sistemas de seguridad instalados en el perímetro de acceso y en compañías de vigilancia forestal dejando, como siempre, a la propia naturaleza todo el esfuerzo de volver a ser lo que fue. Afrontando la última bajada podía divisar la claridad de las luces de la urbanización. Giró de nuevo a izquierdas y se dejó llevar. Pese a que el firme era liso, la gravilla y la escasa visibilidad podían jugarle una mala pasada. Intentó adoptar una postura más aerodinámica similar a los ciclistas de carretera para ganar velocidad en la última pendiente de su particular montaña rusa. El roce del viento en sus oídos le hacía evadirse por un momento de la realidad. Se dejó llevar los últimos metros hasta que notó el golpe. No fue un golpe seco. Su rueda delantera pasó por encima de algo lo suficientemente grande como para desviar su trayectoria y cruzarse en la gravilla, lanzándolo por encima del manillar. En ese instante en el que estaba suspendido en el aire esperando el choque con el suelo pudo verla cruzar indemne, perdiéndose entre la vegetación baja. Su cuerpo moteado y su larga cola no daban lugar a dudas. La gineta iniciaba su jornada de caza nocturna flirteando con ese equilibrio inestable que permite pasar de cazador a cazado en un breve instante. Del golpe no recuerda más. Cuando abrió los ojos las linternas de los guardas encogieron violentamente sus pupilas. Oía sus voces muy lejanas, en off, sin distinguir caras ni gestos. En el parte de la sanción impuesta se hablaba de violación de código identificativo de vehículos de propulsión mecánica, allanamiento de terrenos de interés público y máxima protección. Junto a la multa encontró el cargo del traslado en ambulancia y la cuota de retirada de su bicicleta del retén de la policía local.  

14 de abril de 2011

Exclusividad

-  Ese no te sirve. Tiene que ser de la misma media y por media pulgada no te entra.
-  Y, ¿porqué no es de medida estándar?.
-  Ellos lo hacen así. es como la horquilla tienes que morir a ellos o cambiar dirección, potencia y buje.
- Bueno pero ¿por lo menos tendrán repuestos?
-  Preguntaremos. Es probable que tengan pero ya te digo que serán bastante más caros que los de medida estándar.
A veces no entendía o no quería entender la obsesión cada vez más extendida de los fabricantes con usar sus propios parámetros en los componentes, saltándose a la torera los mínimos compromisos de estandarización. Pensó en lo atractivo de lo exclusivo. En el poder de la posesión del objeto frente al de la consecución del objetivo. Lo que ellos consideraban fidelización a él le sonaba a engaño. Se sentía como la mosca cuando cae en la telaraña viendo que cada movimiento significaba un paso más en su cautiverio. Decepcionado y enfadado consigo mismo se prometió no caer nunca más.

7 de abril de 2011

Dolor

 
Y si todo va tan bien,
Si todo va tan bien,
Por qué este dolor, que siento

Y si todo va tan bien,
Si todo es tan sencillo,
Por qué este vacío, que siento

Si está bien,
Si está bien,
Si es tan fácil,
Por qué duele así, por dentro

Los Planetas
Super 8 (1994)