30 de diciembre de 2013

20 de diciembre de 2013

16 de diciembre de 2013

Manidas metáforas


- Papá ¿este año habrá día de las olas?
- Seguro peque, seguro.

Si había una playa en el litoral valenciano con el típico mar calmado y monótono era la de la Concha en Oropesa. La particular morfología de la bahía junto con la acertada decisión de construir un puerto deportivo, con su correspondiente espigón, convertía a la playa en una receptora de arena, condenándola a perder metro a metro, año a año, su forma acorde con su nomenclatura.

Tras más de 35 veranos allí sabía que, todos los años, algún día, por razones que desconocía, el mar despertaba de su letargo estival con una fuerza inusitada, inundando la playa con olas que, de pequeño, le parecían gigantescas, como si quisiera recuperar en unos días el terreno ganado por la arena durante años.

Entonces disfrutaba viéndolas adentrarse en el mar, sin atravesar cada una su zona de seguridad, lanzándose sobre la ola y dejándose llevar. A veces hasta desaparecían unos instantes, sumergidas por la fuerza del agua pero siempre resurgían aturdidas pero orgullosas de haber superado esa pequeña. Le gustaba observarlas. Comprobar cómo conocían sus límites, como acotaban sus zonas seguras y disfrutaban de este pequeño riesgo controlado sin aventurarse más allá.

--------
- ¿Y mañana vas a salir?
- Sí, claro.
- Tú estás mal…

A pesar de los cubrezapatillas, pronto dejó de sentir los dedos de los pies. Mientras descendía, por su cabeza desfilaban los grandes exploradores árticos, los alpinistas en los 8000, en el frío extremo y pensaba en su debilidad, en el acomodo del way of life en el que estaban sumergidos. Decidió dar su vuelta habitual. De nuevo Truman. De nuevo la seguridad. Buscaba ansioso la subida del Campillo para entrar en calor pero ni el sol parecía el mismo de siempre. Descendió agarrotado hacia la Gota, con los brazos entumecidos, atravesando suelos escarchados. Enfilaba las curvas mil y una veces trazadas con movimientos monótonos, pensando en San Agustín* y en ranas dentro de cazos de agua hirviendo, disfrutando de su pequeña aventura semanal. De su dosis de riesgo controlado que le permitía afrontar una semana más.

*A fuerza de ver todo, se termina por soportar todo ...
  A fuerza de soportar todo se termina por tolerar todo...
  A fuerza de tolerar todo, terminas aceptando todo ...
  A fuerza de aceptar todo, finalmente aprobamos todo.

Saint Augustin (Algérie: 430 dp. JC)

Gracias por la cita Inma.

16 de noviembre de 2013

De necesidades y recuerdos

De repente sintió la necesidad de levantar piedras, de buscarlos como hacía 30 años atrás. Sólo tuvo que cruzar la carretera y adentrarse unos pasos en la pequeña loma que se divisaba desde La Caseta. Se vio a sí mismo palo en mano decidiendo que piedra levantar, con su hermano y sus primos detrás, en silencio, esperando la decisión del primo mayor.

No tardó mucho en descubrirlos. Le gustaba observarlos, ver como su sorpresa inicial al ser despojados de su pétreo refugio se tornaba rápidamente en una activa búsqueda de un improvisado y alternativo lugar seguro. De nuevo se caía el mito de la agresividad, de la maldad de unos seres adaptados para como pocos para la supervivencia.

Los encontró rápido, como hacía 30 años. Los necesitaba encontrar. Sentía la urgencia de reafirmarse que todo seguía en su sitio, que nada había cambiado tanto, que el tiempo no lo alteraba todo, que siempre había algo que permanecía.

Si había algo que recordaba de sus excursiones en Pedralba eran los escorpiones y las orugas de las esfinges de las lechetreznas, preciosas con sus colores aposemáticos y abundantísimas  entre las Euphorbias que crecían a su antojo en los 4000 metros cuadrados de terreno, afortunadamente para él, totalmente ausente de signos de antropización. Durante aquellos domingos en los que se sentía como Durell en su Corfú particular, movilizaba a todos sus primos para construir criaderos de orugas, trasplantando decenas de euforbias sobre las que colocaban todas las maravillosas orugas de estos esfíngidos que encontraban, esperando, dentro de su inocencia, encontrarlas allí al domingo siguiente. 

Hace lustros que no ve una oruga de Hylex euphorbiae, lo que le obligaba a levantar piedras por doquier, hasta encontrar a otro de los seres vivos más fascinantes y a la vez más incomprendidos de nuestra geografía. Tras las fotografías de rigor, colocó la piedra en su lugar. Todo debía seguir en su sitio, como hace 30 años.

23 de octubre de 2013

El ventisquero de Rebalsadores (1706)


La Zanussi del siglo XVIII. Calificación energética A

20 de septiembre de 2013

El día de la marmota



- ¡Arriba, excursionistas!

- ¡Hoy hace frío, mucho frío! ¿Dónde te creías que estabas? ¡¿En Miami?!

Hoy no hace frío, ni mucho menos. Ni es 2 de febrero. Ni por supuesto está en Punxsutawney (Pensilvania). Y mucho menos es Bill Murray despertándose cada mañana atrapado en ese maldito bucle espacio-temporal. Nada de eso. Simplemente descansa a la sombra de la Font de Potrillos, observando embelesado ese hilillo de agua que cae de manera ininterrumpida y que supone casi un milagro de la naturaleza. Hoy planea realizar lo que le lleva rondando en la cabeza toda semana, justo desde que Pedro le mostró el camino. El Sierro es el objetivo de la última salida de agosto y para ello, como siempre, se lo toma con calma. Ante todo mucha calma.

Un grito surge de las últimas rampas de la subida a Potrillos, más rotas si cabe por las últimas lluvias. Alguien que no ha podido con ellas, piensa. Bienvenido al club, masculla para sus adentros.

Al poco los ve pasar. Enfilados. Sin detenerse. Le sobrepasan varios maillots amarillos y negros de la peña formada por la gente de Motoal de Paterna.

- Eeeh, paterneros!!!! vais para el Sierro? Allí nos veremos.

Pronto los perdió de vista y volvió sobre sus pensamientos mientras ascendía lentamente a platillo por las pistas arañadas por los regueros creados por el paso del agua.

De nuevo voces conocidas, colores conocidos, reagrupados en los cruces, en los desvíos o en los inicios de las bajadas. Se repiten las palabras, los gestos. Los pasa y le vuelven a pasar. Una y otra vez. Amarillo y negro se funden con rojo y verde. Distintas formas de llegar al mismo destino. Tiene la tentación de cerrar los ojos y, por un momento se ve de nuevo en Potrillos, escuchando las mismas palabras, viendo los mismos ciclistas. Bill Murray se sentiría orgulloso....pero no, todo se reduce a su imaginación, a sus películas, a su mundo, a una anécdota más que merece la pena guardar en el recuerdo.

Finalmente suben juntos el tramo final (ahora empezaba a comprender lo de yo no subo que ya subí una vez. Terreno destrozado, escalones, piedras sueltas, enorme pendiente. La cruz se deja querer pero finalmente cede y hasta posa coqueta para la posteridad una vez más.

Baja rápido. Cuerpo hacia atrás y dedos doloridos que no quieren dejar de apretar las manetas de freno. No los vuelve a ver, aunque aún hoy no deja tener la sensación de ver en ocasiones maillots amarillos y negros por todas partes.

27 de agosto de 2013

Querer no es poder


    - Ahora ve detrás mio que tenemos que girar.
    - Vale Pedro pero voy todo el día detrás tuyo...
Intentaba seguir la figura verdosa bajo un cielo cubierto capaz de mantener la humedad ambiental en valores próximos al 90%. Apenas podía fijarse en la Bicipalo que ascendía sin esfuerzo aparente por enésima vez el Campillo, impulsada por una piernas delgadas prolongación de un cuerpo que, afortunadamente, sólo desea mantenerse sano. Nunca tan cercano y, a la vez, tan inalcanzable. Distintos ritmos para un objetivo parejo. Difícil sincronización si uno no cede. Tras un cambio de planes tan obligado como sensato, es hora de recibir ese pequeño gran regalo de la jornada, un trocito de este tesoro compartido por muchos. Otra vía abierta a futuras incursiones esperando ser iluminada en el plano todavía demasiado oscuro de su Sierra. Como siempre un verdadero placer.


22 de agosto de 2013

Aventuras domésticas


Montaba absorto por la Rambla Castellana, contemplando ese paisaje semidesértico de cañones creados conjuntamente por las lluvias torrenciales y por las excavaciones humanas en busca de materiales para la construcción. Allí dentro, ayudado por la soledad, se transportaba al mundo de las aventuras cinematográficas, tan anhelado como ficticio, en el que todo era posible por lo menos hasta que se encendían las luces de la sala.

Avanzaba entre cantos rodados manteniendo el equilibrio a duras penas girando la cabeza hacia atrás como buscando a sus imaginarios perseguidores, alguna banda de tuaregs dispuestos a degollarle sin mediar palabra o traficantes de armas en horas bajas buscando un hipotética víctima por la cobrar un jugoso rescate.

Sabía que quedaba poco para llegar a la civilización. La vegetación se hacía más presente y exuberante. El cañón se dividía en otros más pequeños que daban un aspecto laberíntico al lugar. Escoger la ramificación adecuada era vital para poder llegar sano y salvo. Alzó la vista y reconoció aquellos cañares rodeados de arbustos. Buscaba el pequeño riachuelo que era el único paso por un mar de zarzales y espinos. Esbozó una sonrisa al verlo, aunque rápidamente frunció el ceño al ver que sus aguas negras y putrefactas habían formado un lodazal infranqueable incluso a pie.

Desmontó y buscó una alternativa. De nuevo giró la cabeza hacía atrás al escuchar un extraño ruido seguramente procedente de sus perseguidores. Decidió internarse por la maraña de zarzas intentando evitar la ciénaga. Sentía las espinas desgarrando la piel de sus piernas, de sus brazos y enganchándose en sus ropas pero a pesar de todo conseguía avanzar lentamente llevando su montura a duras penas.

Hasta que llegó a tocarla. Al principio noto cierta resistencia elástica que le hizo echar un paso atrás y comprobar como la telaraña vibraba de manera rítmica, casi espasmódica, azuzada por la hembra situada en el centro de la misma que, vestida con unos llamativos colores amarillos y negros, desafiaba de esta manera al invasor. Instintivamente retrocedió buscando un camino alternativo dentro de la masa de espinos. Giró a la izquierda y se encontró con otra telaraña, esta vez ocupada por un macho mucho más pequeño que su hipotética pareja. Abrir su campo de visión sólo le sirvió para confirmar sus sospechas, estaba en medio de un verdadero campo de arañas contra las que no tenía ni tiempo ni ganas de luchar. Regresó rápidamente al camino inicial. Los sonidos de las monturas de sus perseguidores eran mucho más fuertes, más cercanos. Decidió montar y atravesar el lodazal a toda velocidad pero, justo cuando casi lo había conseguido tropezó con una piedra que le hizo caer sobre el barro negro y pútrido.

- Pero tío ¿que haces ahí?.
- Tened cuidado con el arroyo este que está lleno de piedras y mirad como me he puesto.
- Pero podemos bordearlo por los zarzales...
- De eso nada. Están llenos de telarañas de Argiope y no quiero que las rompáis.
- Tu y tus putos bichitos. Anda dame la bici que te has puesto guapo de barro.

5 de agosto de 2013

Scolia flavifrons


Cruzaban por delante de él, con un vuelo ruidoso pero no exento de cierta elegancia a pesar de su tamaño. Solía pasear con Thor por ese campo de naranjos abandonado que se había convertido en un pequeño vergel doméstico con decenas de especies vegetales creciendo al amparo de unos árboles, literalmente llenos de tristeza y abandonados a su suerte. Dentro de este pequeño ecosistema eran especialmente abundantes, campaban a sus anchas, alimentándose del néctar de cardos y otras flores.

Este año se las encontraba por todas partes. Incluso le tocaba ejercer de vigilante de la piscina y salvar a varias de ellas de una prematura muerte por ahogamiento.

Siempre le pareció un bicho imponente, grande, seguramente de los más grandes himenópteros de Europa (si no el que más), particularmente pacífico y tranquilo y dotado de una belleza singular con sus colores aposemáticos y la máscara amarilla que portaba la hembra, mucho más espectacular que el macho.

Sabía que esta aparente docilidad no era más que una fachada que ocultaba la verdadera cara de la Scolia, un pequeño alien que se dedicaba a parasitar larvas de coleóptero que serían el alimento de su descendencia. Larvas dentro de larvas. Alimento fresco de primera mano. Generoso legado materno. Puro mecanismo adaptativo.

28 de julio de 2013

De parques y naturaleza


Montequemado. Es el nombre por el que siempre había conocido a esta montaña que se torna casi en pared vertical asomándose al Turia, que la envuelve entre un mar de cañas y vegetación de ribera. Sus faldas terminaban en un barranco angosto que daba a una sendita preciosa y solitaria que acompañaba al rio en su camino hacia La Pea, alejándose poco a poco del término de Pedralba para entrar en el de Benaguacil y más tarde en Villamarchante. Nunca vio los pinos de mayor tamaño que su altura. Esos árboles de crecimiento ultrarápido siempre perdían la carrera contra el fuego.

Montequemado. 2006. Comprendió el porqué del nombre. En esos tiempos de foros y trialeras le gustaba acercarse a su mirador y contemplar el rio a sus pies. El fuego llegó entonces hasta allí y le gustaba contemplar donde se detuvo casi de forma caprichosa por el río, le gustaban observar esos árboles que conservaban aún algunas ramas verdes, los llegaba a ver casi como auténticos héroes que se habían sacrificado parando las llamas, salvando a sus vecinos.

Montequemado. 2012. El fuego rodea casi el pueblo, se salva la zona del parque que parece protegida, incluso altiva en su nuevo status quo. Lo demás se quema como gran parte de los montes de Los Serranos, parecía escapar a ese final escrito que le invitaba a sucumbir, casi por solidaridad, por simpatía, como suele propagarse el fuego.

Montequemado. 2013. Esta vez fue en pleno corazón del parque natural. En la única zona natural de ese parque domesticado, urbanizado, antropizado y urbanizado hasta el límite. Promocionado y ultravisitado por todos, incontrolable e incontrolado. Fruto más del capricho que de la razón. Le gustaba pensar, aunque fuera puro egoísmo, que todo esto acababa cuando finalizaba la pista blanca, cuando moría a la altura de Villamarchante. Que la zona de Pedralba, el verdadero parque, seguía virgen para la masa.

Montequemado. 2013. Le sorprendió en otro parque, uno de esos de eterna diversión y de cervezas a 5 euros, de pulseras doradas y de voces eslavas. Ardía La Pea, la ribera del Turia otra vez.  Los cañares, pura gasolina vegetal, prendían un bosque encajonado entre montañas, pura chimenea. Lo demás sólo fue cuestión de física básica. Conducción, inducción y convección. La balanza se desnivelaba más si cabe. El parque menos natural tenía cada vez menos de natural y más de parque. Y, de nuevo esquivando su destino, ha podido escapar a las llamas.Su trocito de monte seguía ahí, desafiando día a día su destino. Una suerte que no durará siempre. 





9 de julio de 2013

Pedaleo luego existo


Tres semanas largas como tres meses. Nervios, intranquilidad, casi desesperación. Sábados limpiando el coche, arreglando el jardín, navegando en internet. Blanco sobre blanco en el calendario. Vacío. Fines de semana de dibujos animados televisivos y cortacésped vecinal. Cumpleaños con paella y tarta de limón.

Piernas doloridas, recordando el esfuerzo ya casi olvidado. Polvo rojo en el cuerpo, introduciéndose en los alveolos pulmonares con cada fuerte respiración. Sonido rítmico de las bielas, del rodar sobre la tierra. Manos adormecidas. Traqueteo. Calor. De nuevo en los caminos, de nuevo vivo.

12 de junio de 2013

Tan cerca, tan lejos


Ni Nueva York, ni Sidney, ni nada....esto si que es un Skyline y lo demás tonterías.
(Semana 1: Luchando contra el síndrome de abstinencia....ya queda menos)

4 de junio de 2013

3 de junio de 2013

Siempre iguales, siempre distintos


De nuevo descansaba al lado de la Font de L’Abella. Escuchando el murmullo del agua que rebosaba y el zumbido de las incontables abejas que se surtían del vital elemento para seguir en su incansable labor.

Muchas veces se preguntaba por qué siempre los mismos recorridos, las mismas montañas, las mismas fuentes. Simplemente le gustaba ver como cambiaban con las estaciones, como asomaban las hojas en los chopos, como florecían las plantas manchando la tierra roja de pinceladas amarillas y violetas.

Le gustaba sentirse parte de estos cambios o, por lo menos testigo de ellos. Degustaba estos pequeños instantes pensando que eran efímeros y únicos, sabiendo que si volviera a la semana siguiente no volvería a ser todo igual. 

20 de mayo de 2013

Rutinas recuperadas



Blanca corría, agitando su cubo descompasadamente detrás de Thor que, ocupado en explorar un alrededor desconocido, la ignoraba como si no tuviera tiempo en atender a sus juegos. Como casi siempre el cubito nunca se llenaba de las escurridizas ranas, con suerte sería ocupado temporalmente por algún renacuajo despistado que caía en las redes del salabre.

Salía muchas tardes con la pequeña, recorriendo caminos entre campos de naranjos, cebollas, almendros y algarrobos. Paseaba por prados de Asphodellus y amapolas con un ojo en el retriever y otro en su hija que se dedicaba a acribillarle a preguntas sobre asuntos tan dispares como la fila de hormigas que encontraba cada 4 pasos, o si aquello negro y rojo era un chinche o un escarabajo. Le gustaba observarla como admiraba entusiasmada a las blanquitas de la col que revoloteaban a su alrededor, como se quedaba boquiabierta con las golondrinas que volaban a ras de suelo a escasos pasos de ella o ver su cara de incredulidad al descubrir que las mariquitas no eran los seres simpáticos de los cuentos infantiles sino perfectas máquinas de devorar pulgones.

Otras veces salía solo, entonces el perro se quedaba a su lado como escoltándolo, y se mostraba mucho más tranquilo. Paseaba devorando el aroma de la tierra mojada y el azahar, acompañado por sus propios pensamientos, con la omnipresente silueta de las montañas por las que pedaleaba, ahora oscuras y algo sombrías, siempre vigilantes. De vez en cuando se cruzaba con algún vecino, al que hacía meses que no veía y del que no sabía ni siquiera su nombre aunque si el de su perro. Recordaba sus primero años en la urbanización, paseando a Gus por esos mismos caminos, cruzándose con las mismas personas ahora recuperadas, como sus rutinas.

17 de abril de 2013

Primavera 45 - Invierno 44



Recorría la pista ascendente hacia la fuente de Potrillos, arropado por los pinos que lo escoltaban y que,  sin pretenderlo, le protegían del sol que asomaba altivo, como sabedor de que había ganado la batalla un año más, casi consciente de que había llegado su momento. Por fin parecía que se había impuesto no sin lucha a un invierno caprichoso, que tardó en manifestarse pero que lo hizo hasta el final empleando todas las armas a su alcance.

Subía, como siempre, a su ritmo, observando las copas de los árboles quietas como casi no las recordaba. Disfrutando del único sonido de sus neumáticos contra el rodeno. Capturando y  procesando los tan esperados colores y los olores primaverales. Sintiéndose por unos momentos poseedor de su tiempo, en total libertad, aprovechando cada momento de ese espectacular primer día de verdadera primavera que la naturaleza le ofrecía con una generosidad infinita.

Sabía que no siempre sería así, que, como al le acababa de pasar al invierno, algún día intentaría salir y no podría. Que algo pasaría. Algo que le iría apartando de la montaña, de la bicicleta, de todo lo demás. Que, como al invierno, algo más fuerte vendría y se impondría, poco a poco pero con una sutil firmeza.  A veces pensaba en ello, en cómo serían esos momentos, en qué haría, en cómo reaccionaría, pero rápidamente intentaba redirigir esos pensamientos o simplemente ignorarlos. No pensar. Concentrarse en la siguiente pedalada, en la siguiente curva. Vivir el momento.

De nuevo la primavera lo había logrado. Una nueva victoria por la mínima y van 45.

1 de abril de 2013

De perros y hombres



¡Vencejos!. Anochecía en Accra y, por un momento, creyó verlos. Siluetas lejanas volando silenciosamente en el cielo oscuro y limpio. Era imposible, pero estaban ahí, perfiles negros y majestuosos volando al atardecer. Los veía ocupando todo el firmamento como aquellas imágenes de los bombarderos de la Segunda Guerra Mundial. Pronto cayó en la cuenta. No era más que otra traición de su subconsciente. Otra imagen creada de lo familiar, de lo cercano, para reconfortar su cuerpo y su mente tan alejadas aquellos días de sus lugares cotidianos, de sus pequeños y seguros mundos. Sus ojos engañados tuvieron la oportunidad de observar un espectáculo grandioso, otro más, en estos días de aprendizaje. Miles de murciélagos frugívoros volaban cada atardecer a sus lugares de reposo, cruzando la ciudad, como si esta no existiera, como si estuvieran por encima del bien y del mal, por encima de las leyes del hombre. Igual que hacían esas avecillas negras protagonistas como el que más de las historias, las reflexiones y las historias que le acompañaban cada noche antes de caer rendido al sueño en esa tierra que le exigía tanto pero a su vez tanto le daba.


Leía con avidez y cansancio y, desde el comienzo, con la extraña y novedosa sensación del que lee algo conociendo al autor, sabiendo de sus inquietudes y de sus vivencias. Leía y encontraba paralelismos en historias ya escritas en su cuaderno de bitácora , o escuchadas de su propia voz, siempre apasionada y sincera. Se maravillaba del detalle, de la descripción minuciosa de tierras, costumbres, lugares y personas, que le transportaban a esos espacios abiertos, aparentemente vacíos pero a su vez llenos de silencios y de sonidos ancestrales, de naturaleza salvaje y de naturaleza antropizada, de vida y de muerte. Historias que le hacían sentir la alegría del niño que descubre otra vida, otro mundo, que aceleraban su corazón con las carreras bajo la lluvia, que le permitían sentir cada una de las vértebras de los perros en las yemas de sus dedos. Que le hacían sufrir con la agonía de los galgos en el Muladar, que le mostraban la serenidad del que afronta la muerte de la manera más digna que conoce o, vivir la emoción al ver la primera engalgada.

Historias que veía como una bella senda salpicada de arbustos, de exuberante vegetación por la que avanzaba de manera lenta pero segura, deleitándose en su contemplación a cada paso y que le conducía hasta una historia de hombres contada a través de su entorno, de sus animales, de sus relaciones con la naturaleza. Una historia de recuerdos y, sobre todo, de olvidos. De mentes que se emborronan, de imágenes que se diluyen, que se entremezclan, de pasado, de presente y de un futuro con fecha de caducidad. De reproches a lo vivido, de rebelión y de carreras contra el tiempo, contra la enfermedad, contra la autodestrucción del yo, de la esencia del ser humano. De la lucha de un hombre dispuesto a emplear todos los medios para evitar lo inevitable, dispuesto a ser galgo, a ser vencejo, a renunciar a su realidad antes de perderla.

- Paúl, ¿Los galgos no tienen Alzehimer verdad?
- No, Alberto. Ni los vencejos tampoco.


25 de marzo de 2013

100 personas, 100 motivos


- ¿Todo bien?
- Perfecto. Aquí estoy haciendo unas fotos.
Tumbado sobre el talud acercaba la cámara hacía el lirio agitado por un viento que apareció de repente como si no hubiese sido invitado, trayendo consigo las nubes negras que aún descargarían algo de agua al final de una mañana de inicio primaveral.
Ensimismado en lograr una foto con el macro hacía caso omiso al paso de todos y cada uno de los viandantes, ciclistas y paseantes que, a esas horas casi colapsaban los tramos iniciales de la pista del Campillo. Nunca le gustó esa subida. La autopista. Siempre le pareció que el nombre que le daban sus amigos era el más indicado. Sin duda era la favorita de excursionistas, corredores de montaña, ciclistas de todas las formas y tamaños y demás personal. Además le parecía larga, cansina, aburrida, interminable para su ritmo tortuguero.
Pero hoy decidió subir por El Campillo y fotografiar los lirios. Por una parte era una simple cuestión de ego. Estaba casi seguro de que, gracias a él, se duplicaría el número de personas que se dedican a fotografiar lirios en la Calderona y, por otra, sentía la curiosidad del ignorante, del ciego, del que ha pasado mil veces por allí y no ha visto nada. Quería quedarse con ese recuerdo en forma de archivo jpg, atraparlo y guardarlo para la posteridad, archivarlo en su memoria y en el disco duro de su ordenador.
Cumplida su arriesgada misión permaneció un rato contemplando al personal circulante. Grupos de ciclistas uniformados hasta las trancas, subiendo con el 32 y conversando alegremente, jubilados sobre dos ruedas rebasando a un grupo de mujeres en chándal, perros paseando a sus dueños, ciclistas y más ciclistas. Se preguntaba si todos serían ciegos como él, si ninguno de ellos era capaz de apreciar lo que la Sierra ofrecía, o si, realmente para cada uno de ellos ofrecía una cosa distinta y tan respetable como lo que le ofrecía a él. Si en el fondo todo se reducía a cierta altanería científica, a cierto punto de vista cerrado y monotemático, a la tendencia a pensar que todos tienen que interpretar la vida como uno quiere y a disfrutar de las mismas cosas.
Durante la bajada se cruzó con más gente que ascendía cada uno a su ritmo, con sus conversaciones, con sus pensamientos, sin duda tan válidos o más que los suyos.

13 de marzo de 2013

Gigantes


 
Desde la ventana de la habitación 401 observaba como se perfilaban las líneas rectas y contundentes del edificio al caer la noche. La oscuridad resaltaba aún más si cabe la grandiosidad de la obra humana. Torres de hormigón y cristales oscuros. Moles grises, impersonales, invasoras de una tierra antaño plagada de huertos y pequeñas construcciones de gentes dedicadas a la agricultura.
Pensaba en el gigante creado por el hombre en el ocaso de la época dorada de la especulación urbanística. En el objeto de tantas críticas, de tantos artículos de prensa, de tantas noticias negativas. Desde dentro no le parecía tan fiero ni tan arrogante. Con el paso de los días se familiarizó con sus habitaciones, con sus ascensores, con sus salas de espera y sus máquinas expendedoras, con las vías del tren y las vistas a la V30.
Desde su nueva perspectiva interior pronto se apercibió que todo era distinto. Saturno había fagocitado a sus hijos pero estos seguían siendo el motor de su existencia, sin ellos no era nada. La vida corría por los pasillos, entre salas de recuperación y quirófanos. Miles de personas haciendo su trabajo a pesar de todo, cumpliendo a pesar de todo y siempre con una sonrisa a pesar de todo. Al salir de allí tenía muy claro quiénes eran los verdaderos gigantes.

28 de febrero de 2013

Agua


Platillo y para arriba…la teoría de su amigo surgido de las montañas la tenía muy bien aprendida, otra cosa era la práctica. Sus pulmones se expandían buscando oxígeno matutino, su corazón se esforzaba como no lo había hecho en los últimos meses de parada invernal. Con la La Prueba del Hombre superada, su máxima aspiración era sentarse unos minutos en el bancalet de la Gota y empaparse de su humedad, de su tranquilidad tan sólo quebrada por el paso de ciclistas o corredores.

Sentado allí observaba la llave de paso que reemplazaba al caño de toda la vida, la veía un poco como la usurpadora que hacía inútil el nombre de la fuente. Ahora ya no caía la gotita de agua fresca y cristalina sino que al accionar la llave manaba un tímido hilillo que se desvanecía a los pocos segundos.
- Fa falta la pluja.
- Si, però no hi ha manera…
El corredor se marchó dando media vuelta por donde había venido y él decidió hacer lo mismo sabiendo que cuando llegara a casa sólo tendría que accionar el monomando y esperar unos segundos para que el agua de la ducha saliera a temperatura adecuada.
...
Cada día observaba el mismo ritual, la misma peregrinación. En plena estación seca, la charca era un ir y venir de mujeres y niños que recorrían, con la naturalidad que otorga la costumbre, el kilómetro de distancia cargando sobre sus cabezas con los cuencos metálicos o plásticos llenos del agua turbio que cubriera sus necesidades de aseo personal y limpieza de los utensilios de la cocina.
En pocas semanas la charca se convertiría en un barrizal y los hombres aprovecharían para capturar los peces que boqueaban sin buscando el oxígeno en un agua inexistente, siempre con cuidado de no pisar algún cocodrilo oculto en el fango.
Con absoluta calma esperarán a la llegada de la temporada de lluvias donde el atajado volverá a acumular agua y con ella volverán a resurgir las infinitas formas de vida que de ella dependen. Las hembras de mosquito volverán a encontrar incontables lugares donde depositar sus huevos, donde proliferar las larvas que darán lugar a miles de adultos que buscarán la sangre de los mamíferos para poder madurar sus huevos, inoculando el protozoo en el torrente sanguíneo y completando el ciclo de vida y muerte.

P.D.: Gracias por la foto, Franz. Seguro que nos vemos otra vez por allá.

21 de febrero de 2013

Bichos (V)



Le lanzó una mirada altiva cuando se sintió a salvo en su atalaya del tejado de la casa, como si nada de este mundo fuera con él. Como si segundos antes no hubiera estado a punto de ser engullido por su prima la serpiente. Había observado atónito la escena, a un par de metros de distancia, casi como si fuera el presentador de un documental de La 2. La serpiente perseveraba en su intento de caza, acuciada por el hambre y ajena a los ojos que la observaban. La pared de la vivienda salvó a la agama que, gracias a sus uñas, trepaba ágilmente por los bloques artesanales de cemento y arena, componente principal de las casas en la zona.

Él las observaba curioso y sorprendido por como todas las personas del poblado las ignoraban, a pesar de pasarse todo el día tomando el sol en las paredes de las casas o en los tejados y entrando y saliendo de las casas humanas que en realidad también eran las suyas.
Disfrutaba de cada paso, de cada inspección, de cada abrazo de los infinitos niños que les saludaban y les seguían como si fueran la única distracción del pueblo. Observaba con ojos nuevos, cada forma de vida, vertebrada o invertebrada, sabiendo que debía aprovechar al máximo su escaso tiempo.

Buscaba en cada casa, el cada acúmulo de agua, charca o estanque la presencia del vector, del famoso Anopheles. Observaba en cada familia como les era imposible recordar las veces que habían padecido malaria, ni siquiera en el último año. Apercibía ese acomodo a la enfermedad, a las plagas, a la vida humilde, sin hambruna pero sin el más mínimo resquicio de abundancia. Observaba a estas personas, capaces de soportar temperaturas extremas, de habitar viviendas precarias, de no tener capacidad económica para afrontar con éxito enfermedades que aquí son meros recuerdos del pasado. Los veía cada día y cada día se sorprendía de su sonrisa constante, de su amabilidad, de su respeto, de su carácter abierto y comunicativo. Los veía y no dejaba de envidiar sus valores, su sencillez y su felicidad tan real como ese mal con el que convivían de manera ancestral y que tan difícil será sacar de sus vidas.

14 de febrero de 2013

Tras el cristal

Avanzaban lentamente, luchando sumergidos en el tráfico caótico de la capital. Acomodado en el asiento del Infinity, no dejaba de observar todo a su alrededor, de intentar absorber la mayor cantidad de información posible, de grabar en su memoria esta realidad que para él tenía fecha de caducidad.
Bajo una banda sonora de canciones pop ochenteras y con el aire acondicionado a pleno rendimiento, veía como la gente transitaba como podía, en una ciudad áspera para el peatón, construida a golpes, a impulsos, con un crecimiento desordenado y bello a la vez. Accra se agitaba convulsa, intentando sostenerse ante tanto desequilibrio, como una amante perversa, coqueteando con el extranjero inversor, dejándose querer, cediendo a sus impulsos, recibiéndolo con los brazos abiertos y esperando al siguiente cuando el primero la despechaba.
Observaba el caos en cada cruce, en cada rotonda, la sinfonía de pitidos sonaba amortiguada en su burbuja metálica rodante. Recibía con una sonrisa a las decenas de personas que recorrían la carretera serpenteando entre los vehículos parados, ofreciendo todo tipo inimaginable de mercancías, esperando con resignación un ligero gesto de alguno de los ocupantes de los vehículos que pudiera significar una venta, una pequeña victoria en la lucha diaria. Los veía cada día, en los mismos cruces, en las mismas calles, soportando temperaturas extremas, con los ojos enrojecidos por el polvo en suspensión que viajaba desde el desierto impulsado por el Harmatán, que todo lo cubría. Veía su insistencia, su lucha, adivinaba su desesperación y observaba también la indiferencia de los viajeros que los ignoraban con la mirada perdida.
No había necesitado salir de la ciudad para comprobar el abismo entre esos dos mundos, separados tan sólo físicamente por el simple cristal de un automóvil pero tan cercanos y tan lejanos a la vez.

11 de enero de 2013

El largo y cálido invierno


Año nuevo por la mañana. Thor persigue una Pieris brassicae que parece se dedica a marearle desde sus alturas. Disfruta viendo el derroche de energía y vitalidad del cachorro que rápidamente abandona a la blanquita de la col y se dedica a la noble tarea de mordisquearle el pantalón del pijama.
Navidades atípicas. Primaverales. Sin vacaciones. Sin bici. Sin montaña. Peleándose con los malditos virus instalados de manera perenne en su organismo. Luchando con su batería de armas químicas en forma de pastillas esfervescentes y toda clase de jarabes mucolíticos. Atestado de trabajo que no le deja pensar, leer, escribir, vivir…
Se detiene un rato observando el lento movimiento de una mariquita tan desubicada y confundida como él mismo… la ve como queriendo adelantar el calendario, como queriendo madrugar para que amanezca más temprano, como queriendo que acabe este largo y cálido invierno.
Desde el coche lanza miradas de insana envidia a los ciclistas que va sobrepasando, con más prudencia si cabe, tras los numerosos asesinatos disfrazados de accidentes de circulación. Mientras acelera hacia la civilización masculla un ya queda menos para sus adentros.