19 de junio de 2015

Pachamama


Necesitaba salir, aunque fuera un suspiro a contrarreloj, desconectar, despejarse, llegar y sentarse en el bancalet de la Gota, escuchar el hilillo de agua cayendo y las ramas del álamo mecidas por la brisa que corría encajonada por la Vigueta.

Subió como casi siempre hacia el Berro, sumido en sus pensamientos de los que sólo fue capaz de abstraerse en la subida antes de la bifurcación, cuando tuvo que concentrarse en mantener el equilibrio e improvisar la trayectoria, borrada por el último chaparrón.

Llegó casi sin darse cuenta a la fuente, agradeciendo a la Sierra lo extrañamente silenciosa y vacía que se encontraba para ser un domingo de junio. Se sentó un buen rato intentando no pensar en nada, observando los picos que casi le rodeaban por completo, se sentía protegido por esas montañas, arropado por el susurro de viento agitando las hojas de los árboles y por ese silencio casi irreal, tan irreal que, por un momento, pensó que era un silencio impuesto por la propia montaña, un gesto de acogimiento, un abrazo materno al hijo necesitado de él. Por un momento se sintió a salvo de sus miedos, protegido por algo más grande que él o que cualquiera. Durante ese instante que nadie le puede robar, se sintió seguro y reconfortado.

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La Pachamama (la Madre Tierra) representa a la Tierra, pero no solo el suelo o la tierra geológica, así como tampoco solo la naturaleza; es todo ello en su conjunto. No está localizada en un lugar específico, pero se concentra en ciertos lugares como manantiales, vertientes, o apachetas*. Es una deidad inmediata y cotidiana, que actúa directamente, por presencia y con la cual se dialoga permanentemente, ya sea pidiéndose sustento o disculpándose por alguna falta cometida en contra de la tierra y por todo lo que nos provee. No es una divinidad creadora sino protectora y proveedora; cobija a los seres humanos, posibilita la vida y favorece la fecundidad y la fertilidad


*La apacheta, del quechua: apachita, es un montículo de piedras en forma cónica una sobre la otra que realizaban los pueblos indígenas de los Andes de América del Sur a modo de ofrenda a la pachamama y/o deidades del lugar, en las cuestas difíciles de los caminos incas.