26 de julio de 2012

Extraño verano

Sabía que las confusas sensaciones que aparecieron cuando estrechó la mano del médico serían sus compañeras varios días.
Nada de deportes, antiinflamatorios, relajantes musculares…todas sus ideas, sus planes, sus proyectos veraniegos se tornaban blanquecinos, difuminados como las aspas de colores de un molinillo de viento al girar a toda velocidad.
Ensayo y error. Al final tanta tecnología para regresar al caprichoso método científico, empleado hasta el abuso en muchas facetas de la vida. Descartar, si no es A será B y si no C. Se sentía subido en una cadena de montaje esperando el próximo paso, la siguiente prueba, el nuevo tratamiento.
La tristeza se fundía con cierta desgana y buenas dosis de incertidumbre todo llevado desde una indiferencia que le preocupaba casi más que la inactividad inmediata prescita por el médico.
Los diagnósticos fallidos aclaraban u oscurecían, según se viese, el panorama pero siempre llevaban a nuevas pruebas, nuevos análisis, nuevas hipótesis. De lo que estaba seguro es que sería un verano atípico, pausado y con dolores de cuello de tanto girar la cabeza hacia la Sierra.

19 de julio de 2012

451


Constituía  un  placer  especial  ver  las  cosas  consumidas,  ver  los  objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco  hacia  la  hoguera,  en  tanto  que  los  libros,  semejantes  a  palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía.
Farenheit 451 (Ray Bradbury, 1953)

La observaba absorto, sorprendido de su habilidad, adquirida en unas pocas horas, para manejarse con la pantalla de la tablet coordinando los dedos en una especie de danza armoniosa y rítmica. Por un momento le pareció ver en la cara del chico de MediaMarkt a Lamark sonriendo satisfecho mientras imaginaba a las futuras generaciones con unos dedos extralargos y con movilidad independiente e ilimitada.
- Venga Peque que nos tenemos que ir.
- Espera… ahora que he conseguido conectarme.
-Vale, que nos están esperando en casa.
- Buff…
- Mira que te gustan todas esas pantallitas... ¿Cómo llevas el deber de vacaciones?
- Me quedan 6 páginas de mate y ya lo habré acabado todo….bueno y terminar el libro que tengo que leer…
- Pues cuando acabes lo de mate te compro otro libro que te guste y te lo lees.
- No me gusta ningún libro y no pienso leer más…ya te lo he dicho muchas veces…¡que no me gusta leer!
A pesar de sus esfuerzos tan cansinos como infructuosos de que sus hijas descubrieran que eso que tiene muchas hojas con letras era casi siempre mucho mejor que el último estreno en 3D, no había forma humana. Sentía que la necesidad de abrirles esa ventana era cosa suya y que todo se ponía en su contra. Veía enemigos por doquier, especialmente las maravillosas tecnologías de comunicación actuales. Lo fácil. El toque digital a una pantalla que te lo da todo hecho. Pasividad absoluta. La mente humana receptora de miles de imágenes y documentos que salen a la misma velocidad que entran. La memoria instantánea frente al recuerdo imborrable de historias imperecederas.
Pensaba en todo esto y se daba cuenta de que, en el futuro, Montag no será necesario, no harán falta bomberos que reduzcan los libros a cenizas, que los persigan hasta exterminarlos como la plaga más dañina para la mente humana, con que perduren las compañías de telecomunicaciones será más que suficiente. Ellas siempre velarán por que la (su) información siga fluyendo,  adormeciendo a las masas, distrayéndolas con modas absurdas convertidas en necesidades imperiosas. Evitando cualquier chispa de lucidez y raciocinio.

12 de julio de 2012

Ecuación perfecta


14 horas de diversión + 38º calor + 16 platos comida basura x 800kms  = Parque Warner + mucho sueño

5 de julio de 2012

Fuego

Quería acercarse, pedalear hasta donde las ganas le llevasen, acompañar, con un gesto de inutil solidaridad, en su último aliento a ese monte que se desaparecía por horas. Al subir la primera cuesta de asfalto, levantó la cabeza y se estremeció. No veía sus montañas. El humo lo cubría todo de un manto gris oscuro, ahogando a un sol desconocido y anaranjado cuyos rayos luchaban mortecinos por traspasar los billones de partículas de cenizas que tapaban el cielo. La boca reseca buscaba el aire fresco inexistente y se impregnaba de olor a madera quemada, madera procedente de los montes de Andilla, Lliria, Alcublas o Gátova y Altura, ya dentro de la Sierra Calderona.
Transitaba por Portixol en total soledad entre el humo y la lluvia de cenizas y acículas negras y sombrías, casi como un espectro, siguiendo la pista de la Gota hasta girar a la derecha por el desvío de la Font de la Abella. Arriba arreciaba el viento, ese viento aliado de las llamas que hace imposible cualquier acción humana de control. Desde el mirador el aspecto desolador se completaba con el humo del incendio de Dos Aguas que cubría el horizonte por el Sur.
Se dejo caer hasta La Abella sin poder dejar de pensar en la destrucción, en la desolación, en los millones de seres vivos muertos,  en las cicatrices dejadas en la tierra y reducidas a colores en un mapa desde el satélite en el telediario de turno. Pensaba que era una lástima que esto no sirviera para nada, que esto no fuera a cambiar nada. Sabía que para la gran mayoría, todo acabaría cuando las cenizas dejaran de ensuciar el capó del coche y su selección de futbol ganara el europeo. Que las familias que perdieron a alguien o que perdieron sus viviendas, que los montes calcinados, que toda la vida destruida, pasarán al olvido más absoluto de los demás, salvo de los cuatro locos egoístas que aman la naturaleza, que la disfrutan y que la necesitan. Cuatro locos que se pasarían el día admirando florecillas, bichejos o viendo el color de la panza de los vencejos a los que les el fuego les ha dejado una cicatriz en su interior casi tan grande como la de la propia montaña.
Al final no podía evitar pensar en todo esto y sumirse en un sentimiento de profunda tristeza, impotencia y desesperación.