30 de diciembre de 2010

¿?


Ruido de maquinas y motores. Olor a resina y gasolina. Motosierras en el frescor de las mañanas estivales. Así por toda la Sierra. Acciones tan incomprensibles como inútiles. Pasó agachando la cabeza, concentrándose en el pedaleo, intentando no pensar en otra cosa más que en su esfuerzo con la certeza de que nunca llegaría a entenderlo.

23 de diciembre de 2010

Universo


Si algo de bueno tenía su trabajo era su intimidad. Disponía de un pequeño cuartucho anexo a uno de los laboratorios, olvidados como el resto de instalaciones situado en la planta baja del edificio. Administración y Gerencia ocupaban las “zonas nobles” en la planta alta. Si alguien venía a “visitarle”, cosa que ocurría una o dos veces a la semana, tenía tiempo de sobra desde que oía sus pasos por la escalera de mármol del vestíbulo. El lento paso del reloj era contrarrestado por un alto nivel de independencia que, además de permitirle organizarse el trabajo y el tiempo a su medida, le proporcionaba libertad añadida en sus costumbres y modos de actuar.
Al principio se sintió hasta cómodo en su pequeña ubicación. Adoptó el cubículo como su inframundo. Con el paso de los meses se hizo más fuerte en él. Cuando bajaba algún superior lograba vencer su timidez y responder cualquier posible insinuación sobre su trabajo o sobre su rendimiento. Atrincherado en su mesa se sentía capaz de casi todo y sobre todo se sentía confiado. Rara vez subía a las plantas superiores y, cuando lo hacía, se apresuraba rápidamente a volver, bajando al trote las escaleras como el buceador que se queda sin oxígeno y busca imperiosamente la superficie.
Pronto las rutinas diarias fueron adquiriendo un mayor peso específico, otorgándoles una importancia excesiva que rallaba la paranoia. Ante tanto vacío, la red se convirtió en su desahogo, en su válvula de escape. Visitaba siempre las mismas páginas en el mismo orden cronológico. A pesar de disponer de libertad total de visitas su lista de favoritos rara vez crecía. Sus límites los marcaban las webs de sus escasas aficiones y rara vez visitaba nuevas páginas con contenidos distintos. Sus correos personales cada vez tenían menos mensajes. Su móvil rara vez sonaba. No tardó en darse cuenta de que su encierro laboral iba más allá de lo meramente físico. Se puso a pensar en la gente que había conocido en los últimos años y se asustó al ver que era muy poca. Demasiada poca. Cada día que pasaba en su puesto se aislaba más y más. Se había convertido en una sombra de sí mismo. Una sombra que se confundía con el resto del mobiliario en el fondo del laboratorio abarrotado de aparatos inservibles, viejos, caducos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se imaginó dentro de 20 años en la misma habitación, visitando las mismas páginas.

16 de diciembre de 2010

Invisible


Desde pequeño nunca destacó en nada, salvo quizás en eso mismo. Esa medianía se instaló en su existencia llevándole a sentirse ignorado en multitud de situaciones cotidianas. Siempre tuvo esa sensación y como tal siempre pensó que no era más que una sensación completamente irreal y algo obsesiva. Fue pasando de puntillas en su vida académica, en muchas ocasiones deseaba ser objeto de la ira del profesor de turno, ser cuestionado o, al menos interrogado, salir al encerado se convirtió en una gesta digna del montañero más audaz.
Recuerda como en los comienzos de su trabajo acudía a las reuniones semanales con la excitación de sentirse parte de un equipo, una pieza más pero igual de imprescindible que cualquier otra, pronto se dio de bruces con su maldición, él estaba ahí pero no contaba, no tenía su parte de tareas semanales, sus opiniones y sugerencias parecían desvanecerse en el vacío antes de llegar a los oídos de sus compañeros. Llegó a obsesionarse con esas malditas reuniones del viernes por la tarde, en sus pesadillas gritaba en ellas pero de sus cuerdas vocales no se emitía sonido alguno por más que se desgañitara. Pronto buscó cualquier pretexto para evitarlas hasta que finalmente consiguió no ser convocado. Ser físicamente ignorado fue para él un pequeño gran triunfo, una confirmación de sus sospechas iniciales, subir un peldaño más de la escalera hacia el paraíso de la soledad.
Con el paso de los años el cansancio se adueñó de él. Agotado de la lucha baldía contra la corriente. Abandonó la táctica del puñetazo en la mesa. Dejó de luchar. Se dejó llevar. Se acabaron las propuestas, los planes, las reuniones, las conversaciones, las oportunidades. El día a día era un cumplir el expediente para llegar sano y salvo a casa. La táctica del avestruz. La absurda necesidad de esconder lo invisible.

10 de diciembre de 2010

Gus


Cuando abrió la puerta de la cocina alzó la cabeza mirándolo con sus ojos color miel y el morro apoyado sobre el suelo entre las dos patas delanteras.

Como imaginó no se había movido en toda la noche. La desconocida enfermedad lo había dejado prácticamente paralítico, acallando cualquier posible duda sobre la decisión que había tomado aquella misma noche de desvelos.

El animal no dejaba de mirarle sin emitir sonido alguno. Por un único momento llegó a ver en aquel perro algo más de lo que realmente era. Sus ojos parecían decirle que lo comprendía, que no se preocupara, que sabía que había hecho todo lo posible, que era el momento y lo asumiría como siempre lo hacía, con una calma y generosidad infinita.

2 de diciembre de 2010

A Guillermo


…SPV, Twinlock, Pushlock, RP23 Boostvalve, VPP, Horst Link, Poplock, Octalink, UST, Centerlock, Postmount, ELO, Magiclink, Powerlink,, Trueaxle, Tubeless, Platform plus, Direct Drive, Isis link, Stealth, Zero System, FSR, BB30, OST, Megaexo, Ahead, BB-91, GPS, DCR Technology, M5, CR1 Technology, Simón, FPS-2, Propedal, PressFit, X-Glide, X-Dome, Powerlock, Direct Mount, Exact Actuation Tech, Matchmaker X, X-Loc, Eje 15QR, Shadow, Hollowtech II, GigaXPipe, Isis Drive, Servo Wave, ISC System, Nano-matrix, SAVE Technology, PPDS2 System, High module (HM), Ultra High Module (UHM), ABP, Split Pivot, R1i System…
 Pluralitas non est ponenda sine necessitate
“Las cosas esenciales no se deben multiplicar sin necesidad”

Cada mes, al leer las revistas del sector, se hacía las mismas preguntas
 ¿Donde vamos? ¿Donde nos llevan?
Sea donde sea la montaña siempre estará ahí, esperándole.

25 de noviembre de 2010

Bichos (I)

Sentado bajo una enorme encina centenaria, defendiéndose del implacable sol de julio, esquivaba como podía la sesión vespertina de nudos marineros, imprescindible en cualquier campamento veraniego que se precie. Con la mente ausente en mil pensamientos, por supuesto mucho más importantes que enrollar cuerdas sobre sí mismas, escarbaba cansino entre la arenilla en busca de Jacintos de Compostela, ansiado trofeo mineral para todo adolescente con aspiraciones a buen conocedor de la naturaleza.
La pétrea voz del jefe de campamento le hizo levantar la cabeza y volver al mundo real “Todos los animales han sido creados por Dios y tienen una función en la Tierra”. El motivo de tal aseveración teológica le pareció en aquellos momentos totalmente intrascendente. Tan sólo recordaba a aquella figura de mediana estatura que sobrepasaba ampliamente los cincuenta, fibroso, vestido con camisa y pantalones cortos caqui, como recién salido de un viaje espacio-temporal de los años 40, pero sobre todo era su voz de tono recio y seguro, altivo y sentenciador la que permanecía grababa en su memoria.
Y, por una vez en su vida actuó sin pensar, los músculos de su lengua se anticiparon a las conexiones sinápticas de sus neuronas aún en proceso de maduración. Sin ni siquiera levantar la mano preguntó: “¿Y qué función tienen las hormigas?”. “Pues las hormigas sirven para limpiar de restos el suelo, ya que se dedican a  llevarse todo lo que puede servirles como alimento a sus hormigueros y así dejan el monte limpio para que podamos disfrutar de él todos los hombres”.
A pesar de sus 13 años recién cumplidos apercibió la autocomplacencia del jefe de campamento ante su acertada respuesta a la irrelevante pregunta lanzada por el infante. Aquel, con ese comentario decidió dar por concluida su clase magistral de etología y reanudar la tediosa sesión de nudos marineros, convencido de su importante papel como formador de futuros hombres de provecho.
Siempre recordaba agradecido ese momento porque esas sabias palabras le sirvieron primero para reafirmar su total ateísmo y, segundo para interesarse, si cabe todavía más, por esa infinidad de seres diminutos que pueblan nuestro mundo.
Ya desde pequeño sus retinas se inundaron de infinitas imágenes de grandes mamíferos predadores y presas,  aves rapaces criando polluelos o escualos provistos de espectaculares filas de dientes. Parecía como si no existieran otros seres vivos. La megalomanía animal desde el punto de vista antropocéntrico. Se preguntaba por qué era más importante salvar al oso pardo que a Parnassius apollo. Hastiado de la enésima gacela Thompson devorada por el guepardo de turno, decidió empaparse todo lo posible sobre esos habitantes del inframundo, casi a los pies de la pirámide alimenticia. Apercibió la presencia casi ubicua de invertebrados por doquier, tanto en ambientes urbanos como rurales. Sin necesidad de grandes desplazamientos, descubría en cada piedra o charca un microhabitat distinto, accesible y tremendamente adictivo. El ciclo de la vida en directo, sin tener que esperar al documental semanal de Félix.
Se encandilaba observando las aparentemente anárquicas formaciones de las hormigas, descubrió que si seguía a una de ellas individualmente su ritmo era incesante y alocado, pero si se alejaba y tomaba un “plano general” de la hilera, siempre existía un orden caótico, pero orden al fin y al cabo, en el que se cumplían los objetivos marcados. Pasaba largos ratos siguiendo la trayectoria de las miguitas de pan que el mismo aportaba a la formación y no dejaba de asombrarse de las enormes cargas que portaban sin esfuerzo aparente.
Recuerda como todos los domingos siempre al llegar a la caseta subía el primero hacía la piscina para descubrir antes que nadie todos aquellos desafortunados seres que habían sucumbido ahogados a lo largo de la semana, con la esperanza de salvar a todo aquel que todavía se mantenía con vida. Con suerte recolectaba lepidópteros, odonatos variados, arácnidos de gran tamaño desde escorpiones hasta licósidos, como la temible araña lobo, que eran atraídos por el frescor hacia una trampa mortal.
Confeccionaba trampas con sábanas y luces a las que acudían multitud de polillas con alas de magníficos diseños y discretos colores junto a chinches y donde siempre hacía acto de presencia la inquietante mantis, formidable depredador que, para él, dejaba a la altura del betún al cansino rey de selva.

18 de noviembre de 2010

Ahogo


Ahogo: Aprieto, congoja o aflicción grande.

Buceaba sumido en sus rutinas y pensamientos, olvidándose de algo tan importante como respirar. Se encontraba a gusto, acomodado en ese medio antinatural para él, sabedor de lo efímero del momento buscó la vertical para tomar impulsó mientras sus pulmones procesaban el escaso volumen de oxígeno disponible. La violenta primera inspiración le devolvió al mundo real, recuperados sus instintos auditivo y olfativo para nada anhelados momentos antes ya que les consideraba aliados de la realidad de la que intentaba esconderse.
La capacidad del ser humano para adaptarse a casi cualquier situación o condición es sin duda su mayor logro evolutivo. En ocasiones esa adaptación era tan perfecta que le hacía sumiso y aletargado al cambio. No recuerda en qué momento decidió no recorrer la distancia que le separaba del refugio y permanecer bajo el árbol mojándose poco a poco. Seguro que fue hace una eternidad, quizás toda su vida. El genotipo aplastando al fenotipo, apoderándose de él hasta dominarlo completamente.
Quizá el exorcismo aún sea posible.

4 de noviembre de 2010

Menú


Como cada jueves de los últimos cuatro años robó unos minutos al trabajo para evitar la congestión de vehículos a la hora de comer. Estas últimas semanas unas obras habían convertido la avenida en una calle de un solo sentido lo que facilitaba su aparcamiento junto al restaurante del polígono. Eso le hacía ganar unos preciosos minutos.
Al girar la esquina su vista descendió hacia el cartel que indicaba el menú diario, el trazo firme de la tiza reflejaba la seguridad del que lleva haciendo esto mucho tiempo. Le gustaba leer durante unos segundos los platos, lo que le permitía decidirse en el trayecto hasta su mesa y le evitaba las elecciones precipitadas de última hora bajo la presión visual de la camarera de turno. Evitar la improvisación era una de sus máximas. La improvisación podía llevarle a un arroz pasado o a una tarta reseca incapaz de aguantar el paso de las horas. Por un instante un chispazo interior iluminó su rostro, la combinación elegida era conocida y de su agrado. Empujó la puerta esa sutil alegría se esfumó al comprobar que de nuevo El usurpador estaba ahí. Como las últimas semanas ocupaba su mesa. Se sentó a sus espaldas cual felino al acecho de su presa. Y saludó cortésmente al invasor mientras en su interior maldecía no haber salido unos minutos antes. Desde su posición retrasada era menos visible, lo que le acarrearía una menor atención por parte de las camareras. Por lo menos el menú era conocido. Transitaba por terreno ya explorado. Jugaba en casa aunque no en su lado favorito del campo. Enseguida notó la ausencia de las camareras habituales. Tendría que volver a explicar su bebida y su postre. Palabras baldías pasando por oídos acorazados en horas punta. Afortunadamente el local siempre se mostraba moderadamente silencioso. La maldita crisis apretaba especialmente a finales de mes con un descenso de los clientes del restaurante donde además abundaban los solitarios en mesas solitarias sin otra opción a una conversación más allá del intercambio de frases hechas de rigor con el encargado. Esperando más de la cuenta el segundo, pudo observar que su contrincante degustaba ya el café –solo como no-. Mientras vino de nuevo a su mente la reconquista de su plaza pérdida, sus manos se entretenían doblando hasta el infinito una servilleta de papel de esas cuya finura siempre le hacían plantearse que tuvieran otra utilidad que la que él les daba. Al final siempre resultaba una figura rectangular o ligeramente trapezoidal. No había necesidad para variar. Durante los escasos minutos que duró su pequeño homenaje a Gaff se dio cuenta que había estado ausente con sus pensamientos, pero cuando alzó la vista le tranquilizó observar varias miradas perdidas más. En esto el restaurante era desolador. La ausencia de televisor no daba respiro alguno para la distracción que se limitaba a escuchar conversaciones ajenas de comensales demasiado próximos con los que, con el paso del tiempo, llegabas a tener cierto roce. Tras casi cuatro años de ir a comer una vez a la semana el mayor progreso había sido abandonar el “usted” para dar la bienvenida al “tu”. Datos más íntimos como el nombre o el lugar de trabajo quedaban para futuras incursiones socializadoras para las que no estaba preparado todavía.
La ausencia de flan casero motivo el último contratiempo. El demonio de la improvisación se adueño de sus cuerdas vocales que decidieron construir la palabra pudding. Sus peores presentimientos se hicieron realidad al hincar la primera cucharada y comprobar la sequedad adquirida por la acción conjunta del paso de las horas y de la cámara frigorífica. Se preguntó porqué en el menú nunca se detallaba el postre. Este aparecía siempre de manera genérica como una incógnita  Maldita improvisación.

28 de octubre de 2010

Divina señal


Su primera reacción fue de sorpresa. No podía creer lo que le estaba pasando. Había engarzado la última curva a derechas por el interior, sabedor que recortaría metros a base de multiplicar esfuerzo. Instantes antes había girado la cabeza contemplando las neblinas que cubrían el barranco de la Vigueta, impidiéndole ver la serpenteante pista en constante ascenso hacia Tristán. La presión intermitente en su pecho apareció traidora, repentina, sin aviso. Su intento de ignorarla fracasó a las primeras de cambio y no tuvo otra que poner pie a tierra para intentar normalizar sus pulsaciones. La sorpresa e incredulidad iníciales dieron paso a cierto temor ante la novedosa respuesta de su organismo a los esfuerzos prolongados. “El primer aviso”, masculló mientras depositaba su herramienta en el rodeno. Apoyado en uno de los muchos pinos inclinados y todavía raquíticos que tuvieron la desgracia de nacer en plena pendiente, pudo observar en un silencio, tan solo roto por su entrecortada respiración, el barranco envuelto en brumas, tranquilo, camaleónico, casi mágico, y, se sintió extraño, sintió que formaba parte de aquello, integrado, absorbido por la montaña, en auténtica armonía con ella; y, por un instante, casi agradeciendo el dolor en su pecho,  el más agnóstico de los agnósticos no pudo evitar pensar en señales y avisos divinos.

21 de octubre de 2010

Contrastes

La urbe provocaba en él sentimientos encontrados. Por una parte disfrutaba caminando por sus calles observando furtivamente a los viandantes absortos en sus mundos cerrados e inaccesibles. Se deleitaba visitando sus comercios predilectos y completando recorridos perfectamente diseñados en su mente metro a metro, adoquín a adoquín. La urbe le permitía ser anónimo en un mundo de seres anónimos. Se encontraba extrañamente a gusto en un lugar donde la proximidad física se traduce en distanciamiento, en despreocupación. Se manejaba a la perfección en esa selva donde nadie conoce a nadie ni hace intención por conocerlo. Pero, por otra parte, detestaba internarse en ella. Con el paso de los años era una actitud que se había acentuado. Él mismo lo apercibía. Su estado de ánimo cambiaba radicalmente por el mero hecho de tener que conducir hasta el centro. En su interior se generaba una incertidumbre que lo transformaba. Sus poros rezumaban agresividad. Se sorprendía a sí mismo soltando improperios a los conductores vecinos o a los peatones que no respetaban sus zonas de paso. Odiaba sus sonidos estridentes y sorpresivos y, sobre todo odiaba su olor a rancio, a cloaca, a decorado brillante incapaz de disimular su constante putrefacción. Detestaba sus gentes rudas, indiferentes, permanentemente presurosas. Mientras que era capaz de perderse por las montañas con una total confianza,  en la ciudad se sentía huidizo a veces incluso hasta perseguido, casi siempre frágil e indefenso.

13 de octubre de 2010

Amputación periódica



Como cada año contemplaba impotente otra de las acciones del ser superior en su intento por domesticar la naturaleza. El antropocentrismo llevado al extremo. La paradoja de inutilizar la utilidad, de dinamitar tus propios objetivos y fines.
Las brigadas se afanaban armados hasta los dientes con todo tipo de útiles manuales y motorizados. El rigor es arrollado por la arbitrariedad y las prisas. No hay fin ni motivo aparente. La incongruencia de la acción es tal que anula el fin por el cual se realizó. Las podas indiscriminadas se cobijan en el peligro para los viandantes, en la visibilidad, en la higiene de las calles…argumentos que se derrumban en la gran mayoría de los casos y más, en ejemplares plantados para dar sombra y disfrute visual al peatón. Trazos de humanismo en el duro asfalto emborronados por el sonido de las motosierras.

7 de octubre de 2010

Olor a verano


A partir del mediodía el calor y la ausencia de actividad potenciaban el ambiente soporífero que invadía cada minuto en el puesto de trabajo. El silencio sólo roto por el rumor del paso de los vehículos por la carretera próxima, aumentaba la sensación –siempre patente- de aislamiento físico.
Como era habitual cuando había viaje pasaba de un período frenético al ostracismo más absoluto. De las inevitables y absurdas peticiones de última hora se pasaba a el listado manuscrito de tareas semanales, a cada cual más incoherente. La calma se apoderaba de él aunque sabía que, como un catarro, pasaría y retornaría el histerismo caprichoso que tan bien conocía. Hacía mucho tiempo que había renunciado a la planificación de objetivos, a la preparación de estrategias, al calendario anual. Nunca existió nada de esto. Durante los primeros meses luchó, resistiéndose a caer en el ritmo impuesto por una dirección caprichosa y sin sentido alguno. Ahora, simplemente se dejaba llevar.
Recordaba cuando de pequeño esperaba las olas en la playa y, durante escasos segundos, era transportado hacia la orilla. Y como sonreía durante esos instantes en los perdía ligeramente el control de su cuerpo y era el mar el que lo asumía. Ahora el mar está en calma. Él simplemente se dedicaba a extender los brazos y las piernas a adoptar cierta rigidez en su cuerpo para permitirle flotar en horizontal. Se hacía el muerto. Se dejaba llevar.

30 de septiembre de 2010

Bautismo rojo



Había realizado ese mismo recorrido decenas de veces. Ahora, cuando se encontraba a escasos kilómetros, lo podía seguir en su mente. Curva a curva, repecho a repecho, trazada a trazada. Pese a la fisonomía cambiante de los caminos parecía como si ayer mismo hubiera pasado por allí. Al girar aquella curva a izquierdas en ligero descenso sabía que le esperaba una vaguada pedregosa y que, ahora más que nunca, debía hilar fino. Todavía nos estamos conociendo pensó. Casi siempre hablaba con sus bicicletas, a menudo –demasiado a menudo- las únicas compañeras de sus aventuras dominicales.
La escasa continuidad de sus salidas le obligó a otra infidelidad, abandonó la nobleza por el nervio y aún estaba en fase de doma. De hecho quizá hoy era el verdadero primer paso de la iniciación.  Atravesó el pequeño pedregal con una solvencia que le dejó algo asombrado. Esta vez no le habían vendido un lobo con piel de cordero. Ahora no había máscara. Su suspensión delantera le separaban escasos 8cm. de las piedras mientras que la trasera no llegaba ni a eso. Tuvo que escarbar en su pasado más claro volviendo a asumir los gestos de conducción de su amada Zaskar -ahora en tan buenas manos como las suyas-. La subida era igualmente pedregosa y su inclinación igual a la bajada. El desviador se quejó del esfuerzo repentino pero engranó a mala gana el plato pequeño. Con altas dosis de funambulismo y algo de suerte superó el escollo con la primera sonrisa del día en la cara. Sabía que era el último obstáculo antes de comenzar. El ancho sendero curveaba haciendo eses visibles desde su posición, como si quisiera alargar la entrada en la pista principal. Todo empezaba tras un giro cerrado a la izquierda. Bueno ya estamos, volvió a mascullar, esta vez en voz alta. La ancha pista, transitada cientos de veces, ascendía lentamente pero sin apenas descanso hasta los pies del Portixol. La recta inicial le obligó a volver a su querido molinillo y así sería hasta arriba. La experiencia junto con altas dosis de paciencia hizo el resto. Se premió el ascenso de la última rampa con un sorbo de agua todavía fría. La primera parte de la ceremonia estaba superada con éxito.
La pista, polvorienta en exceso, ascendía lentamente en la zona de recuperación hasta la Font de la Gota. Su ritmo, claramente conservador, se debía por una parte al conocimiento de lo que le esperaba pero, por otra, también al sufrimiento de sus piernas con el cambio de ritmo respecto a las previas salidas llaneadoras. En este tramo es superado por varios ciclistas. Nunca sintió la sensación de pique tan común en este deporte y mucho menos ahora. A llegar a la zona de umbría de la Gota, se percata que la fuente está tomada por un grupo bastante heterogéneo pero que parece que no llegarán a más. Entre ellos se siente claramente fuera de lugar. Su Gota siempre lo esperaba sola, fresquita y seca a la vez y ahora se la encuentra abarrotada y, casi milagrosamente, con agua. Permaneció lo justo para recuperar el resuello, sabedor de la complicación de la próxima rampa. A la gran pendiente se le une un piso descarnado y pedregoso, abarrotado de lajas de rodeno, con escasa tracción, en el que sabía que mantener el equilibrio es vital a la vez que no podía permitirse dejar de pedalear ya que eso le obligaría a echar pié a tierra condenándole a subir andando. Nada de esto pasó. La fatty permite cambios de dirección mucho más precisos y, a pesar del manillar plano, la posición sobre la bicicleta es bastante erguida. Superadas las curvas iniciales sabía que el último repecho es la antesala de la Font del Berro. Tras el segundo descanso, este mucho más largo y reparador, aderezado por el agua fresquísima de la fuente, prosiguió hacia el cruce de caminos, el punto más alto de su ruta iniciática. En la última rampa se exige al 100%, sabedor de que está quemando sus últimos cartuchos en la subida. El sabor metálico en su boca le recordó tiempos pasados. Salidas maratonianas cubiertas a golpe de riñón. Sin perspectiva. Desgastando energías en cada subida sin pensar en la siguiente. Esta vez no pasó eso. Probablemente no pasará nunca más. Sin solución de continuidad la bajada es rápida y nerviosa eligió la seguridad de la autopista a contundencia de la bajada de la Cartuja, demasiado rota y excesivamente brusca en la pendiente. De nuevo prevaleció la moderación. Como sabía de antemano este es el único punto donde añoraría a su ex. Los descensos rápidos y rotos, con regueros y mucha piedra suelta son incompatibles con las softail escaladoras y de manillar plano. O por lo menos lo son si vas a más de 30Km/hora. De nuevo recordó su rígida. Ante la ausencia de suspensiones con mayor recorrido el trabajo recae en los antebrazos y piernas. Se trata de amortiguar al máximo sin cargar excesivamente el peso en la rueda delantera, lo que podría provocar más de un susto en forma de derrapaje. La autopista le permitía ir deprisa, aunque menos de lo esperado, pues el carril que se forma es único y a veces está ocupado por la gente que asciende, obligando a cambios de trayectoria peligrosos. Pese a que los frenos ya estaban completamente rodados, los antebrazos y los dedos se resienten de la tensión prolongada. Finalmente desembocaba en la pista principal que anuncia el fin del bucle. De allí al amplio sendero que lo llevaba de nuevo a casa tan sólo había un pequeño tramo de ascenso que realiza con la alegría del deber cumplido. Al acabarlo y volver a pisar tierra amarilla se da cuenta de que el rito iniciático se ha cumplido de nuevo. Desmonta deja caer la bicicleta al suelo observándola fijamente de la misma manera que el día que la vio por primera vez en la tienda. El aluminio pulido había sido reemplazado por el polvo rojizo típico del rodeno de la zona que embadurnaba ruedas, tubos diagonal y vertical, transmisión y pinzas de freno. Sonrió de nuevo. Otro bautismo rojo.

23 de septiembre de 2010

Desgaste


El embrague del Toyota chirriaba cada vez que cambiaba de marcha. Si todo seguía igual pronto alcanzaría los 200.000Km y ahí estaba, quejándose pero aguantando. Echándoselo todo a sus cada vez más anchas espaldas. La amarga monotonía de la enésima repetición del trayecto no le daba concesiones, ni siquiera una pequeña anécdota que destacar. En las casi 1200 idas y venidas sólo desgaste. Curvas aprendidas a base de rutina. Movimientos mecanizados del volante e intermitentes sincronizados como en la mejor de las coreografías eran su única compañía. Ahora solo aspiraba a llegar sin complicaciones. No buscaba más. Eso era suficiente, por lo menos suficiente para comenzar de nuevo al día siguiente. Cada día un poco más convencido de su condición.
Nunca le gustó arriesgar, nunca buscó rutas alternativas. ¿Para qué? Al final se convertirían en pura monotonía disfrazada de seguridad. Siempre se decía a sí mismo que lo mejor es tomar el camino conocido. El atasco conocido siempre parece menos atasco. Cada día se arropaba con la seguridad de la rutina que lo convertía poco a poco en un autista voluntario. La constante repetición del vacío más absoluto combinada con la absurda postura del que se cree poseedor de la verdad absoluta es capaz de acabar con la ilusión del más ferviente idealista y de mostrar la cruda realidad al más ignorante. Pero todo se acaba. La gota de agua al final siempre agujerea la piedra.
Cuando levantaba la cabeza siempre veía la misma pared ocre, vulgar, colonizada por arácnidos igualmente solos en su inframundo de seda, haciendo de su soledad su existencia. Al final todos son supervivientes. Por que parece que todo se reduce a sobrevivir aunque sea un día más. Al final se enfrentaba de nuevo a la misma rutina. El mismo proceso mecanizado que le hacía girar la cabeza a la izquierda al cruzar el puente para leer el luminoso que indicaba lo mismo que los 1199 viajes anteriores: Retención. Mantenga la distancia de seguridad. Sabía que los cambios de marcha se multiplicarían en esa corta distancia que siempre le suponía la mitad de tiempo de la ruta. El embrague volvería a quejarse pero de nuevo aguantaría.

16 de septiembre de 2010

La ansiedad del replicante

Siempre pensó que el tópico ese de los 40 no era más que eso, un tópico. Escuchaba con cierta suficiencia los comentarios inquietos de conocidos respecto a la vida pasada y, sobre todo, a la vida futura. Sabedores de que la balanza entre el tiempo vivido –bien o mal- y el que queda por gastar, está tan sólo un suspiro en equilibrio para desnivelarse definitiva e irremediablemente hacia la cuesta abajo de su existencia.
De repente, un día esa indiferencia fue sustituida por una discreta pero constante ansiedad. Tras sobrepasar los 40 se apercibió de que, casi todos los días tenía en su pensamiento la palabra maldita: tiempo. De pronto todo empezó a girar en torno al mejor aprovechamiento del reloj. Sus días transcurrían inquietos en el trabajo, como gato encerrado y frenéticos en su tiempo libre. Su planificación era excelente y, mientras cumplía sus objetivos la tranquilidad volvía a su interior al menos hasta la jornada siguiente. Sin embargo, cuando por algún motivo, le era imposible realizar todas las tareas programadas, le invadía una constante desazón que le perseguía hasta su lecho y le impedía conciliar el sueño. Durante esas noches de vigilia se repetía una y otra vez la idea tan fantástica como utópica de dejar que la vida fluya y disfrutar del paisaje, de olvidarse de las metas y del reloj, de disfrutar del instante presente, en una palabra, de vivir. Pero estas ideas eran rápidamente aplastadas, hundidas, reducidas a la nada por sus ansias y sus inquietudes, hasta que, cada noche al acostarse caía rendido en el enésimo cambio de posición pensando en Roy Batty y en cómo aprovechar el tiempo al día siguiente.