30 de diciembre de 2013

20 de diciembre de 2013

16 de diciembre de 2013

Manidas metáforas


- Papá ¿este año habrá día de las olas?
- Seguro peque, seguro.

Si había una playa en el litoral valenciano con el típico mar calmado y monótono era la de la Concha en Oropesa. La particular morfología de la bahía junto con la acertada decisión de construir un puerto deportivo, con su correspondiente espigón, convertía a la playa en una receptora de arena, condenándola a perder metro a metro, año a año, su forma acorde con su nomenclatura.

Tras más de 35 veranos allí sabía que, todos los años, algún día, por razones que desconocía, el mar despertaba de su letargo estival con una fuerza inusitada, inundando la playa con olas que, de pequeño, le parecían gigantescas, como si quisiera recuperar en unos días el terreno ganado por la arena durante años.

Entonces disfrutaba viéndolas adentrarse en el mar, sin atravesar cada una su zona de seguridad, lanzándose sobre la ola y dejándose llevar. A veces hasta desaparecían unos instantes, sumergidas por la fuerza del agua pero siempre resurgían aturdidas pero orgullosas de haber superado esa pequeña. Le gustaba observarlas. Comprobar cómo conocían sus límites, como acotaban sus zonas seguras y disfrutaban de este pequeño riesgo controlado sin aventurarse más allá.

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- ¿Y mañana vas a salir?
- Sí, claro.
- Tú estás mal…

A pesar de los cubrezapatillas, pronto dejó de sentir los dedos de los pies. Mientras descendía, por su cabeza desfilaban los grandes exploradores árticos, los alpinistas en los 8000, en el frío extremo y pensaba en su debilidad, en el acomodo del way of life en el que estaban sumergidos. Decidió dar su vuelta habitual. De nuevo Truman. De nuevo la seguridad. Buscaba ansioso la subida del Campillo para entrar en calor pero ni el sol parecía el mismo de siempre. Descendió agarrotado hacia la Gota, con los brazos entumecidos, atravesando suelos escarchados. Enfilaba las curvas mil y una veces trazadas con movimientos monótonos, pensando en San Agustín* y en ranas dentro de cazos de agua hirviendo, disfrutando de su pequeña aventura semanal. De su dosis de riesgo controlado que le permitía afrontar una semana más.

*A fuerza de ver todo, se termina por soportar todo ...
  A fuerza de soportar todo se termina por tolerar todo...
  A fuerza de tolerar todo, terminas aceptando todo ...
  A fuerza de aceptar todo, finalmente aprobamos todo.

Saint Augustin (Algérie: 430 dp. JC)

Gracias por la cita Inma.