24 de noviembre de 2014

Otoño en la Calderona


El álamo de Julio y de todos.

24 de octubre de 2014

Acariciando la no ficción: El hombre de la Sierra Calderona


 

- ¿Sabéis de qué especie es el árbol de la Gota?....Creo que es un álamo temblón…

Al leer El hombre de la Sierra Calderona, comprendió porqué Pedro lanzó esa pregunta al aire, sin venir a cuento en la conversación, mantenida a cuatro bandas, en el cada vez más habitual punto de encuentro de la Font del Berro.

Fue mientras leía la novela cuando su mente reconstruyó aquella escena en el Berro. Recordó a Pedro como dirigía su mirada hacia la caseta que apenas se divisaba desde donde se encontraba

Allí es donde sucede todo.

Entonces entendió que esa novela, su novela, escrita en unos pocos meses, llevaba mucho más tiempo gestándose en su interior. Quizá tanto tiempo como llevaba recorriendo estas montañas, o quizá mucho más, quizás empezó a hacerlo cuando de niño pasaba los veranos en el chalet y comenzaba a descubrir la naturaleza, como le pasó a Julio cuando acompañaba a regar a su padre.

De nuevo, como le ocurrió con El verano de los perros flacos, se imaginaba una película. Quizás mucho más con esta. Las escenas perfectamente estructuradas, los capítulos funcionando casi como microrrelatos, el enorme flashback, el ritmo vivo. Imaginaba a la manada con cámaras subjetivas a ras de suelo que permitieran captar el miedo de Moset a la camisa de la culebra, el roce de los matorrales en el cuerpo de los podencos cuando perseguían un conejo o la velocidad de Nati al correr la liebre en La Morruda.

Mientras leía podía sentirle el pulso, la vida. Sentir la montaña, la única protagonista mostrando sus múltiples caras, mientras el resto de rostros, humanos y animales, estaban premeditadamente difuminados, carentes de rasgos y descripciones. Esto le obligaba casi sin quererlo a poner cara a cada personaje. A veces Julio era él mismo, otras le gustaba verse como el ciclista que se para a contemplar a Moby Dick, deteniéndose a observar lombrices gigantes o sintiendo entre sus dedos los pelillos del largo tallo de las amapolas moradas que emergían entre las altas gramíneas en la pista de Potrillos. Pero la mayoría de ocasiones Julio era Pedro, oía su voz gritando monosílabos a los perros, veía su cara emergiendo del barro rojo tras la barrancada en la Vigueta, tomando el café tocado de la Oroley, persiguiendo al quad por Tristán o inhalando los aromas de las plantas aromáticas mientras se desangraba con la femoral perforada por el jabalí en el Berro.

Pero si algo rezumaba el libro era gratitud. Cada párrafo evidenciaba el motivo de su escritura, percibía en cada línea la intención de devolver algo de todo lo recibido durante años pasados y de todo lo que resta por recibir en tiempos futuros. La forma elegida, aunque al final no dejaba de ser el vehículo con el que quieres llegar, el empaquetado del regalo, resulta especialmente acertada: Un relato de ficción gestado desde las experiencias vividas, y no vividas, de un hombre con su lugar de refugio, de acogida, de consuelo y, cómo no, de aprendizaje. Una persona que siempre ha buscado, a su manera, la comunión con este entorno que da y quita con tanta facilidad como nobleza y que ha quedado hechizado por su sencillez y por su pureza.

20 de octubre de 2014

Canibalismo digital


Saturno devorando a sus hijos. Lo digital adueñándose de todo hasta adquirir garantía de verdad absoluta e indiscutible. Las pantallas como único recurso y motor de la existencia humana.

Sólo hay que levantar la vista para descubrir que la verdadera belleza está a un paso y la podemos tocar.

16 de octubre de 2014

14 de octubre de 2014

Historias corrientes



Subía a ritmo alegre por el Portixol, casi sorprendiéndose, a pesar de los años que llevaba pedaleando, de la capacidad de progreso físico que otorga la bicicleta. De pronto, al tomar el giro a derechas para afrontar la última rampa, tuvo que frenar en seco, bloqueando la rueda delantera para evitar chocar con un Passat familiar que estaba allí parado. Cuando alzó la vista, atónito, comprobó que seis ojos infantiles le observaban con indiferencia desde el interior de la ranchera. Al intentar adelantar al coche por su izquierda fue cuando se dio cuenta de la cola de vehículos que se perdía hasta el final de la subida. Realmente eran dos filas de coches en paralelo que nunca imaginó que cupieran en ese pequeño y relativamente estrecho desfiladero excavado en la montaña.

 - ¡Eh usted!, por favor no se pare en esa fila, ocupe la de bicicletas.

     Al girarse vio a Mordecai con un chaleco amarillo reflectante, dirigiéndole una mirada entre inquisitoria y rutinaria y, por una inexplicable razón, no opuso resistencia ni verbal ni física y se dirigió hacia el carril indicado para las bicicletas.

Entonces empezó a oír la música procedente de las radios de los vehículos, los motores acelerando y el chillido de los discos de freno. Sin dejar de pedalear pasó por debajo del panel electrónico que se elevaba como un puente negro sobre la pista que ya no era roja y polvorienta sino que estaba finamente asfaltada con los carriles dibujados en un amarillo impecable. El panel era de esos con rótulos que cada 30 segundos eran desplazados lateralmente por otros con información más actual.

---Bienvenido al Parque acuático de la Gota---31°C---67% de ocupación---elija su carril y no lo abandone---Tengan sus pases preparados---

Absorto leyendo el luminoso, su rueda delantera chocó con la barra de hierro del torno peaje. En el lado izquierdo se alzaba una cabina de cristal y material prefabricado aparentemente vacía.

  Laborables: ciclistas gratis. Puede pasar caballero. Que disfrute.

Levantó su cabeza hacia la mampara acristalada y vio a Rigby, dedicándole una sonrisa forzada. Estaba sentado en una silla de oficinista con el tapizado azul, de esas con 4 ruedecillas y respaldo abatible, completamente desnudo como siempre con una gorra de beisbol agujereada como única vestimenta. El torno giró automáticamente dejándole el paso libre. Ya arriba, en el falso llano, los carriles pintados se reordenaban y los ciclistas eran dirigidos a su derecha por el clásico carril rojo. Aceleró intentando huir de aquello, respirando una aroma a bronceador mientras adelantaba monovolúmenes cargados de flotadores y neveras portátiles.

La pista era ahora una carretera en toda regla, ensanchada, asfaltada, con arcén y carril bici. Cada 200 metros había carteles informativos como el que se encontró al final del Portixol.

---Motocicletas y turismos: Parking C---26% plazas libres---Monovolúmenes y caravanas: Parking A---59% plazas libres---No olvide pagar antes de retirar su vehículo---

Llegó al cruce de la pista que subía por detrás a La Abella. Para entonces pedaleaba con todas sus fuerzas por aquel carril que le parecía tan real como imposible. Su intención no era otra que escapar de aquello, salir de ese decorado trumaniano, borrarse de esa película en el que no era más que un accidente, un extraño.

Conforme iba avanzando hacia La Gota sólo veía coches aparcados en doble fila en el lateral izquierdo. Las contadas casitas que existían en ese margen del camino habían mutado a tiendas abigarradas de todo tipo de productos para el disfrute acuático, comida preparada, bedidas, helados y chucherías varias.

Seguía adelantando vehículos a ritmo vertiginoso, ya que estos apenas se movían unos metros para volver a pararse. De repente frenó en seco…el carril bici terminaba en una barrera levantada con una lector de entradas. Levantó la vista hacia el enésimo panel informativo.

--- Laborables: ciclistas gratis. Por favor, no se detenga. ---

Como un autómata hizo caso al luminoso y avanzó a ritmo cansino extasiado por lo que veía.
El carril, ahora de color verde y de material muy rugoso, se ensanchaba y, al mismo tiempo, se elevaba formando un puente sostenido por gruesos pilares de hormigón.

Cambió al plato pequeño para afrontar la subida mientras justo debajo quedaba la fuente de La Gota de donde salía una tubería que transportaba el agua hacia la montaña situada justo enfrente. De las placas de rodeno, surgían dos enormes altavoces que inundaban de música toda la zona, ahogando los gritos de júbilo del gentío. El álamo había desaparecido. De la montaña surgían varios tubos de colores, cerrados en parte de su recorrido y toboganes, más anchos y totalmente abiertos, por los que, a ritmo de silbato, se deslizaba una continua jauría humana. El circuito era alimentado con dos grandes torres metálicas con escaleras de caracol por las que subía un flujo continuo de bañistas. La pequeña presa se había ensanchado y había ganado altura. Por ella discurría un enjambre de flotadores amarillos con gente arriba y abajo, chocando entre sí. En la parte final había una gran piscina donde Skips y Musculitos recogían los flotadores para dárselos a sus nuevos y temporales dueños. 

Una vez en la parte más alta del carril, engranó el plato mediano y volvió a pedalear con fuerza. El puente desembocaba de nuevo en la antigua pista ahora mucho más ancha pero de tierra…los tacos de sus ruedas se clavaron en ella como abrazándola. Desde allí casi no se oía el gentío. La música era un pequeño rumor que se confundía con el bendito sonido choque del neumático con las piedras. Giró a izquierdas buscando El Berro. Todo volvía a ser como antes.

Por un instante dudó…pensó en volver atrás, en dejarse claro que todo esto sólo existía en su imaginación…pero no lo hizo. Continuó hasta la fuente y se sentó como tantas veces en la piedra, al lado de la llave de paso. Tan sólo las ramas movidas por el viento le impedían escuchar el silencio. Respiró aliviado. Todo era como siempre.

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Dos ciclistas subían por el mismo camino que él acabada de recorrer. Sus voces se hacían cada vez más diáfanas y fuerte.

- Bon día.
- Bon día.
-  Como han dejado la pista al pasar el Portixol. Está de lujo. Parece una autopista.
-  Todo llegará…

1 de octubre de 2014

Preticor


Asciende por la pista de tierra húmeda aunque todavía compacta del Campillo, inhalando un aire rebosante de humedad. De nuevo ese olor, casi olvidado, se eleva y estalla en su mente como una carcasa de infinitos matices. En Tristán el cielo no aguanta más. Al principio caen las primeras gotas como tímidamente, como una avanzadilla de exploradores que son engullidos bajo una tierra reseca, ávida del líquido elemento. Una tierra desafiante que pide más, que necesita mucho más. Cielo y tierra, gris y rojo, siempre unidos como siameses, siempre dándose y quitándose, siempre condenados a entenderse.

Comienza el descenso hacia la Masía de Ferrer y la lluvia es intensa. El casco, que magnifica el sonido del choque de las gotas haciendo de caja de resonancia, se une a los múltiples impactos con el chubasquero regalándole con una sinfonía a modo de mascletá acuática, fresca e inofensiva.

Giro a izquierdas dirección Gátova. La pista vuelve a mirar al cielo, que sigue plantando batalla. Entonces vuelve a percibir mucho más intensamente la famosa geosmina, el aroma de la tierra, mezclado con los extractos vegetales acumulados en la superficie de las rocas durante la temporada seca, los terpenos emitidos por las esporas de la bacteria Streptomyces coelicor cuando se hidratan con la lluvia, las trazas de romero, tomillo y la gran variedad de aromáticas, la resina de los pinos, todo parece combinado con una perfección y dosificación exquisitas por el mejor perfumista, todo un abanico de esencias ofrecidas por el alambique más natural posible.

Desciende por el asfalto que todo lo oculta, deja atrás Marines totalmente empapado. Poco importa. Las gafas acumulan gotitas a modo de omatidios que se desplazan como amebas con sus seudópodos hacia los bordes de un abismo negro en cuyo fondo se fusionan con otras hermanas, idénticas e indistinguibles. Intercambia una sonrisa espontánea y natural con los ciclistas de carretera que suben a ritmo cansino desde Olocau, convertidos en cómplices de su pequeña travesura otoñal sobre dos ruedas.

16 de julio de 2014

Las zigaenas impresentables


Blanca miraba la televisión a escasos centímetros como hipnotizada, como queriendo entrar a formar parte de la historia. Repetía exactamente las frases por enésima vez escuchadas.

- Ese no, ese no, ese no….quiero ese, quiero ese…

En el episodio Billy acudía a una tienda de mascotas para comprarse un pez, decidiéndose por un ejemplar raquítico y rechazando todos los demás. El pequeño recibirá el magnífico nombre de Presidente Chuleta de Cerdo. Calavera para contentar a Billy decide darle un alimento al pececillo que lo hace crecer de manera desmesurada.

- Ahora verás papi…

De nuevo, una vez más se veía reflejado en la imagen de la pequeña, encantada de embeberse de la seguridad que otorga lo conocido, del control de saber exactamente lo que va a suceder segundos después. No importaba que los mismos capítulos se hubieran emitido el día anterior y se repitieran al siguiente. Ella los seguía, atrapada en una aventura conocida y que se veía capaz de dominar.

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Rebasó el desvío a la izquierda que subía los últimos metros del Castell de Serra. Prefirió seguir recto y descender levemente para detenerse en la valla de alambre que protegía la instalación de la estación de agua. Nada más bajar de bici se puso a buscarlas pero no las encontró. Había seguido el guión preestablecido. Estaba, como todos los años, en el momento apropiado y en el lugar donde siempre las veía. Pero este año no iba a ser así. Este año no aparecerían aunque se empeñase en buscarlas. Este año, como todos, buscaba la constatación de que todo seguía igual, no importaba que se tratara de zigaenas o de amapolas moradas, necesitaba señales que le aseguraran que, un año más, no necesitaba cambios, no tendría que adaptarse a nuevas situaciones. De nuevo recurría a la cobardía tantas veces criticada, al adormecimiento generalizado, a la situación de apatía, al conservadurismo entendido como única forma de supervivencia. Un año más todo seguía igual y, le entristecía alegrarse por ello.

7 de mayo de 2014

A rueda


Seguían una línea perfectamente sincronizados. Resguardados por el primero que los mantenía a salvo de la corriente del canal. Un leve cambio de dirección de la cabeza provocaba un movimiento en s que los patos tenían perfectamente automatizado.

Estuvo allí observándolos un buen rato, viéndolos impulsarse con sus patas palmípedas adaptadas al medio acuático sin moverse un solo metro, ya que su esfuerzo era anulado por la intensidad de la corriente. De cualquier modo no había discusión alguna. Por todos era asumido que el líder hacía lo correcto y les llevaría al lugar deseado. Estuvo esperando en vano que se produjera el motín. Que el pato rebelde escapara de la formación. Que tomara una decisión propia. Que lanzara a la aventura individual. Pero no. Al rato todo seguía igual.

Muchas veces pensaba en ello. Tomar decisiones, dirigirse hacia lo que uno cree mejor. Hacer las cosas con criterio. Por lo menos con su criterio. Pero no. Al final nunca demarraba. Siempre permanecía resguardado del viento, de la corriente, de todo… con la cobardía disfrazada de sensatez siempre llamando a su puerta.

7 de abril de 2014

Pequeños retos, grandes satisfacciones

Olivera morruda

Una espinita clavada menos, una trocito de Sierra más.

25 de marzo de 2014

Fallas 2014


Tranquila peque. Todo pasa.

17 de marzo de 2014

Rarezas


Llueve como no recordaba. Sus zapatillas se hunden en la calle embarrada. Thor corre esquivando los charcos a duras penas. Decididamente no le gusta el agua.

La capucha del chubasquero le protege, le aísla de todo. Camina atravesando la urbanización desierta, sintiéndose un poco Cousteau en el batiscafo inmerso en una fosa abisal escuchando tan sólo las gotas caer sobre el tejido impermeable.

Echaba de menos estos paseos bajo la lluvia, los olores distintos, la tranquilidad de dar libertad al retriever sin estar pendiente de nada. El animal rebosa vitalidad. Viene y va incansable, despierto, ávido de juegos, curioseando cada rama o cada objeto que encuentra. De pronto aparece desde un campo de naranjos saltando si aparente esfuerzo un murete con la gracilidad de un caballo de Ascot.

Siente una punzada en el estómago al pensar que lo verá morir.

13 de marzo de 2014

Quizá


Quizá no tuvieran espacio en el maletero del coche para llevar la bolsa hasta el contenedor más próximo.
Quizá pesaba mucho en la mochila y estorbaba a la hora de caminar o pedalear.
Quizá consideraron que estéticamente otorgaba un valor añadido al paisaje.
Quizá él era un exagerado y sacaba de contexto una simple bolsa de plástico y un poco de basura.
Quizá él era un egoísta que cuidaba aquel rincón como si fuera de su propiedad y no podía comprender que alguien estuviera tratando así a su monte.
Quizá al final tenemos lo que nos merecemos y no nos queda otra que asumirlo.

5 de febrero de 2014

La conquista de lo inútil


Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.*

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La imagen de la locura tiene tantas caras como ojos la observan. Disfrutaba de aquellas cosas que le hacían sentir vivo sin importarle lo absurdas que fueran. Las observaba desde la admiración y la envidia. Se identificaba con sus promotores y con sus ejecutores. No importaba mucho de que se tratara ni qué fin tuviera. La vida bullía en el camino para lograrlas.

Estaba atrapado en el dilema de siempre. Reaccionar o mantener el estoicismo, la pasividad, la táctica del todo pasa. De nuevo el cansancio, las nulas ganas de luchar por algo intangible, por algo que no sabía si merecería la pena. Estaba agotado de mantener la guardia, estar alerta ante cualquier tipo de amenaza en forma de comentario de pasillo, de silencio continuado, de asentimientos rutinarios. Desconocía si el origen de todo esto estaba en él mismo o en los demás, si venía de arriba o de abajo. Si sería pasajero o permanente. Andaba con pies de plomo sobre un campo minado de miradas, rumores, información puenteada y mal ambiente. Se sentía como un extraño dentro un proyecto nuevo que tantas energías e ilusiones le habían consumido, que le seguía consumiendo. Se veía como el rabo autotomizado de la lagartija que quiere parecer vivo pero tan solo está dando sus últimos coletazos para distraer al depredador. Al final todo se reducía al desencanto de la confirmación de que todo sigue igual, de la falta de criterio y de objetivos, de priorizar el continente al contenido.

Envidiaba más si cabe a esos benditos locos, a aquellos que veían con claridad meridiana el destino de su viaje y luchaban por alcanzarlo con todas sus fuerzas como si en ello les fuera la vida.

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Ya ni sentía el pie sangrante. El barco me era indiferente, no valía más que cualquier botella de cerveza rota en el barro, cualquier cable de acero retorciéndose en el suelo. No he sentido ningún dolor, ninguna alegría, ninguna excitación, ningún alivio, ninguna felicidad, no he oído ningún sonido ni espirado de alivio. Sólo la conciencia de haber hecho algo totalmente inútil, o, más exactamente, de haber penetrado en la profundidad de su reino misterioso. He visto cómo el barco, de vuelta en su elemento, se enderezaba en un suspiro perezoso. Hoy, miércoles 4 de noviembre de 1981, poco después de las doce del mediodía, hemos conseguido pasar el barco desde el río Camisea por encima de una montaña hasta el Río Urubamba. Sólo queda por informar esto: yo he participado.*

* Fragmentos de Conquista de lo inútil de Werner Herzog. 
   Biblioteca Blackie books. ISBN/978-84-940019-6-3




24 de enero de 2014

Lección natural


La encontró en el suelo, andando tranquilamente, sin ningún signo externo de daño, como adormilada. Se extrañó de ver avispas en pleno invierno. El insecto a pesar de mantener intactos sus colores aposemáticos, no era capaz de infundir el respeto que merecía. Se encontraba desubicado, a merced de cualquiera y mostraba un comportamiento apacible y manipulable. Lo recogió con un pequeño palo y estuvo jugueteando con él, aprovechándose de su docilidad para colocarlo a su antojo en distintos decorados que le permitieran captar con su cámara una belleza impostada tan irreal como innecesaria, tan absurda como egoísta.

Al final, cuando menos se lo esperaba, el himenóptero sacó sus últimas fuerzas y agitó sus alas  volando imponente hacía un lugar indeterminado, hacia la incertidumbre, pero hacia una incertidumbre decidida por él mismo.



Aún hay tiempo para reaccionar.

2 de enero de 2014

La soledad (II)


Pasaba horas encerrada en su habitación, tumbada en la cama viendo la televisión, leyendo libros obligados o toquiteando el móvil con desgana. El mundo reducido a 4 paredes, a la diagonal de 4,3 pulgadas de la pantalla del móvil. A los capítulos de series televisivas repetidas. A los 4 videos mil veces reenviados, mil veces vistos. 

Todo esto no le preocupaba en exceso. Sabía que se trataba de un aislamiento buscado. De una renuncia voluntaria a la socialización familiar sustituida por una combinación de las nuevas formas de incomunicación junto con el aumento de la importancia de la pandilla. Sabía que era una enfermedad pasajera, de obligado cumplimiento, cuyo tratamiento suponía elevadas dosis de información, confianza y tiempo. Bendita adolescencia.