30 de junio de 2011

La delgada línea


Hasta ahora si de algo podía presumir era de haber mantenido una cierta coherencia en lo que respecta a sus principios. Seguramente, en la mayoría de ocasiones ayudado por la bendita ignorancia del inocente que no conoce –ni quiere conocer- más allá de lo que cree estrictamente necesario para su existencia vital. Había pagado infinidad de veces el dar la cara, el ir con la verdad por delante, el no jugar sus cartas como está prefijado si no como él creía conveniente de acuerdo a su criterio, sabedor de que poco a poco todo y todos acaban descubriéndose. La carretera coloca a cada uno en su lugar aunque siempre haya alguien que se aproveche de la rueda ajena.

Hasta ahora siempre había sido así. Dormir tranquilo tenía un alto precio que estaba dispuesto a pagar… hasta ahora.

En el mismo momento en que estampaba su firma sobre aquel papel tricolor se dio cuenta que había traspasado la delgada línea que se trazó desde que tenía uso de conciencia. Se vio como en uno de esos toboganes de los parques acuáticos en los que cierras los ojos y sólo deseas que llegue lo antes posible el choque con el agua de la piscina. Se dejó llevar porque luchar era, en este caso casi imposible…o eso se repetía constantemente en las posteriores noches de insomnio. Por primera vez se vio enganchado en el engranaje de la máquina de la mentira, sintió sus cadenas, sus giros y sus cojinetes girando y transportándole al otro lado de esa línea que tanto trabajo le había costado evitar. Se vio sin fuerzas, exhausto, sin ganas de luchar por nada que no fuera conservar, mantener su posición, su modo de vida, convencional y patético, pero suyo al fin y al cabo. Se vio buscando desde el pitido inicial el empate sabedor que esto conllevaba casi siempre una derrota. Sintió durante semanas el amargor en la garganta del que ha perdido gran parte de los escasos logros en eso tan denostado que llaman integridad. Se sintió vacío y hasta asqueado de sí mismo por su cobardía, por siempre evitar dar ese paso y dejar que lo den los demás por él. Y lo peor es que el vaso se desbordó hacia tiempo y seguía ahogándose en él sin mover un solo dedo, víctima de sus miedos.

23 de junio de 2011

Asfalto


Iba por rachas. Muchas veces se sentía irresistiblemente atraído por ellas. Esbeltas. Ligerísimas. Sintéticas. De formas suaves, cálidas y redondeadas. Y más que nada silenciosas. Sobre todo silenciosas. Calladas y eficaces. Directas y ahorradoras. Las veía por la televisión y las deseaba todavía más. Nostálgico de momentos épicos recordaba sus kilometradas de aficionado de tercera y sus pájaras de juventud. El rodar fino y potente, la caricia suave a las manetas integradas y el desplazamiento casi imperceptible de la cadena sobre los diminutos piñones. De pronto se imaginaba rodando acoplado con las manos en la parte baja del manillar y las piernas chocando sobre su pecho, sin cansancio, ni ruidos, sin piedras, curveando y ganando metros en cada giro. Perseguido por un pelotón invisible que nunca le alcanzaba... Hasta que el rugido del motor del camión hizo temblar los cristales de las ventanas y le devolvió a la cruda realidad. Hoy por hoy el ciclismo de carretera es casi como jugar a una lotería macabra en la que casi nada depende del ciclista. Benditas piedras.

16 de junio de 2011

Genotipo (I)

Le gustaba observarla. Como siempre seguía ahí. Callada. Recibiendo y procesando información. Todo interior. Madurando aceleradamente en un mundo de adultos donde muchas veces, sin querer, era tratada como tal. Aún así no dejaba de asombrarse cada día. Inevitablemente se veía reflejado en cada gesto, cada mirada, cada comentario. En sus pensamientos inescrutables, en su lógica, su forma precoz de afrontar la vida, en su orgullo, en su callada rebeldía y en su excesiva responsabilidad. Pero también en su cerrajón, su mundo interior, sus miedos, sus fobias y sus frustraciones. La miraba y podía verse desde fuera como un espectador que se observara a sí mismo través de una cámara cenital. Luchaba contra el deseo de aconsejarla, protegerla, arroparla, evitarle agobios y sufrimientos por motivos que en pocos años le parecerán banales, sabedor de que el tiempo se acababa y, cada día que pasaba, se alejaba un poco más de él.

10 de junio de 2011

Hastío

Las fuerzas le flaqueaban. Levantarse cada día suponía un esfuerzo sobrehumano. La lucha por la supervivencia le agotó hace tiempo y se veía a sí mismo como el pez que boquea en el cubo del pescador buscando sus últimas gotas de agua de donde sacar el oxígeno vital. Cansado de navegar entre tantas aguas enturbiadas por la obcecación y el divismo. Cansado de ver la bola de nieva aumentar de tamaño y engullirle, se limitaba a cerrar los ojos muy fuerte, como un niño, esperando que al abrirlos todo hubiera sido una pesadilla más. Pero no. Todo volvía a ser como el día anterior y sería como el día siguiente. Los elementos se aliaban para poner a prueba su cobardía… y siempre ganaban.

2 de junio de 2011