De nuevo descansaba al lado de la Font de L’Abella. Escuchando
el murmullo del agua que rebosaba y el zumbido de las incontables abejas que se
surtían del vital elemento para seguir en su incansable labor.
Muchas veces se preguntaba por qué siempre los mismos
recorridos, las mismas montañas, las mismas fuentes. Simplemente le gustaba ver
como cambiaban con las estaciones, como asomaban las hojas en los chopos, como
florecían las plantas manchando la tierra roja de pinceladas amarillas y
violetas.
Le gustaba sentirse parte de estos cambios o, por lo menos
testigo de ellos. Degustaba estos pequeños instantes pensando que eran efímeros
y únicos, sabiendo que si volviera a la semana siguiente no volvería a ser todo
igual.