29 de marzo de 2012

Química

Los tres comprimidos permanecían perfectamente alineados, casi camuflados entre el color blanco de la mesa de la cocina. Tres cápsulas, inertes, aparentemente inofensivas, con quien sabe qué combinaciones de elementos de la tabla periódica, unidos por enlaces de todo tipo y condición a coadyuvantes, emulgentes, estabilizantes, saborizantes y demás aditivos inocuos a la vez que altamente recomendables para mejorar su posología. Evitaba leer los prospectos, sabedor de que no le ayudaría en nada. Conocía perfectamente la mecánica de la puesta en el mercado de otros tipos de productos químicos. Las fichas de seguridad con todos los posibles efectos nocivos y sus consecuencias.  Las advertencias y contraindicaciones. Sabía que no tenía más remedio, tras esperar una semana y comprobar que el dolor no remitía, tuvo que claudicar. Era fácil, sólo debía seguir el tratamiento y engullir metódicamente esas píldoras durante los próximos diez días y esperar que el dolor desapareciera.
Así, mientras la impresora laser de la consulta vomitaba las recetas, no podía quitarse de la cabeza la escena en la que House, encarcelado, montaba un pequeño incendio para poder apropiarse de unas cuantas pastillas de vicodina. Se veía a sí mismo condenado a la convivencia diaria con antiinflamatorios, antibióticos, protectores estomacales y toda una pléyade de formulados con múltiples efectos secundarios, conocidos o no, que acabarían con sus escasos órganos vitales todavía saludables.

- ¿Pero qué haces mirando las pastillas?
- No sé yo si tomármelas…
- Pero si es un antibiótico y un ibuprofeno…luego te pasas el día en el trabajo rodeado de productos químicos y comes cualquier porquería por ahí…anda trágatelas que ya te vale.

22 de marzo de 2012

Ciclomontañismo de pacotilla (II): El Puntal dels Llops


Sus escasas dudas se disiparon nada más llegar arriba. Desde luego había merecido la pena. Sentado, intentando recuperar el resuello tras la ascensión porteando la bici, se preguntaba como viviendo a escasos 10 kilómetros de la cima no conocía este pequeño poblado íbero. Recordó sus inicios ciclistas junto a su padre cuando salían desde su casa en Paterna y Olocau era punto de inflexión y almuerzo. Recordaba como cuando terminaba el repecho, justo antes de colocar las manos en la posición más baja del manillar de la Orbea para iniciar el descenso, alzaba la vista y veía la atalaya allá arriba, preguntándose que sería aquello.

Venían todos esos recuerdos mientras se entregaba a las magníficas vistas de la Sierra y de toda la comarca. Disfrutaba del silencio del lugar, sólo roto por el sonido de las conversaciones de los ciclistas de carretera que culminaban el ascenso por la CV-25 para deslizarse hacia Olocau y quizá luego a Marines Viejo o Gátova. Por un instante echó de menos el rodar fluido y silencioso de la bici de carretera, el delicioso sonido del buje trasero al dejar de pedalear pero, sobre todo, echó de menos aquellos sencillos momentos vividos con su padre y que tardaría tanto tiempo en apreciar.

15 de marzo de 2012

El pequeño salvaje


Víctor escapa a través de la ventana. Corre por el prado cercano a la casa en busca del bosque, su bosque. Busca un arroyo en el que calma su sed, bebiendo su agua reparadora.  El mismo elemento que Itard, su educador, emplea como herramienta inicial para moldear su comportamiento asocial. Eufórico por el éxito de su huida intenta trepar a un árbol pero cae de bruces. Permanece unos instantes tumbado, sorprendido por su incapacidad al ejecutar una acción innata en él. De nuevo el fenotipo se impone al genotipo.
Esta semana cada salida del colegio la misma escena. A pesar de sus infructuosos intentos de familiarizarla con el estruendo reinante no había manera. Se aferraba a él presa del pánico. Le apretaba con fuerza, casi ahogándole, estremeciéndose a cada nuevo estallido. No escuchaba. No había forma de hacerla entrar en razón, de intentar explicarle que era una situación temporal a la que tendría que acostumbrarse tarde o temprano. Que no eran más que un ruido molesto más que su cerebro debería ignorar como había hecho con tronar de los disparos de escopeta del campo de tiro cercano a su casa.  
Parece ser que Itard acabó desistiendo con Víctor, ya que apenas consiguió que articulara algún sonido vocálico y, según cita en su informe final,  nunca pareció "perder su vivo anhelo por la libertad del campo abierto y su indiferencia a la mayoría de los placeres de la vida social", concluyendo que el niño era incapaz de valerse por sí mismo, por lo que tuvo que ser atendido de por vida por una asistenta.
A pesar de haber intentado reconducir su comportamiento con la compra de bombetas y pequeñas fuentes de colores, todo resultaba infructuoso. La niña, presa del pánico sólo quería permanecer en el interior de su casa, evitando el ambiente hostil y extraño en el que se habían transformado las calles de su pueblo o el parque en el que había pasado tantas tardes infinitas jugando. A él, todo esto no le preocupaba lo más mínimo, sabía que era cuestión de tiempo, de dejar hacer al entorno. No tenía la menor duda de que su hija sería otra “buen salvaje” socializado. Tan sólo se conformaba con estar a su lado para ayudarla a levantarse cuando cayera del árbol.

8 de marzo de 2012

Lugares comunes

Normalmente vacíos e imperturbables, casi siempre silenciosos. Estaciones de servicio donde recargar ánimos. Se llenaba de su calma. Se recreaba de su naturaleza. Parasitaba su energía. En ellos se sentía acogido, seguro y protegido. Miembro de un club exclusivo. Sin exigencias ni requisitos. Envidiaba su fortaleza que hacía resaltar todavía más su propia fragilidad, su insignificancia frente a su grandeza.

1 de marzo de 2012

La soledad


Metro. Hora punta. Intercambia hueco con una chica sudamericana que sale del vagón mostrando una paciencia casi perdida. No hay mucho más espacio. El transporte público le incomoda. Lo emplea esporádicamente y le cuesta acostumbrarse a los distintos procesos, mecanizados para la mayoría, que requiere su uso. Sin embargo se reconforta del silencio que encuentra en el vagón, le recuerda a las películas de Haneke. Aquí también la banda sonora la pone el ambiente. El sonido del tren o el anuncio de la próxima estación rompen un silencio casi demoledor apenas perturbado por algunos diálogos-monólogos a través del móvil. Se abren las puertas y algunos salen buscando con cierta urgencia las escaleras mecánicas. El resto avanza con ritmo cansino, mostrando con sus gestos la misma actitud que con sus silencios.

Aguilera: Las soledad es para mí algo totalmente consciente, porque yo entiendo la vida como un trayecto individual. La base fundamental de la vida corresponde a un proceso interno. Tienes que mostrar a una persona, darle cierta coherencia y registrar sus movimientos, pero el verdadero placer, para mí, sería poder rodar la imagen interior. Esta es la verdadera soledad.
Pedro Aguilera-Jaime Rosales: Seis fragmentos de una conversación. Publicado en la revista Cahiers du Cinema España nº1.