20 de septiembre de 2013

El día de la marmota



- ¡Arriba, excursionistas!

- ¡Hoy hace frío, mucho frío! ¿Dónde te creías que estabas? ¡¿En Miami?!

Hoy no hace frío, ni mucho menos. Ni es 2 de febrero. Ni por supuesto está en Punxsutawney (Pensilvania). Y mucho menos es Bill Murray despertándose cada mañana atrapado en ese maldito bucle espacio-temporal. Nada de eso. Simplemente descansa a la sombra de la Font de Potrillos, observando embelesado ese hilillo de agua que cae de manera ininterrumpida y que supone casi un milagro de la naturaleza. Hoy planea realizar lo que le lleva rondando en la cabeza toda semana, justo desde que Pedro le mostró el camino. El Sierro es el objetivo de la última salida de agosto y para ello, como siempre, se lo toma con calma. Ante todo mucha calma.

Un grito surge de las últimas rampas de la subida a Potrillos, más rotas si cabe por las últimas lluvias. Alguien que no ha podido con ellas, piensa. Bienvenido al club, masculla para sus adentros.

Al poco los ve pasar. Enfilados. Sin detenerse. Le sobrepasan varios maillots amarillos y negros de la peña formada por la gente de Motoal de Paterna.

- Eeeh, paterneros!!!! vais para el Sierro? Allí nos veremos.

Pronto los perdió de vista y volvió sobre sus pensamientos mientras ascendía lentamente a platillo por las pistas arañadas por los regueros creados por el paso del agua.

De nuevo voces conocidas, colores conocidos, reagrupados en los cruces, en los desvíos o en los inicios de las bajadas. Se repiten las palabras, los gestos. Los pasa y le vuelven a pasar. Una y otra vez. Amarillo y negro se funden con rojo y verde. Distintas formas de llegar al mismo destino. Tiene la tentación de cerrar los ojos y, por un momento se ve de nuevo en Potrillos, escuchando las mismas palabras, viendo los mismos ciclistas. Bill Murray se sentiría orgulloso....pero no, todo se reduce a su imaginación, a sus películas, a su mundo, a una anécdota más que merece la pena guardar en el recuerdo.

Finalmente suben juntos el tramo final (ahora empezaba a comprender lo de yo no subo que ya subí una vez. Terreno destrozado, escalones, piedras sueltas, enorme pendiente. La cruz se deja querer pero finalmente cede y hasta posa coqueta para la posteridad una vez más.

Baja rápido. Cuerpo hacia atrás y dedos doloridos que no quieren dejar de apretar las manetas de freno. No los vuelve a ver, aunque aún hoy no deja tener la sensación de ver en ocasiones maillots amarillos y negros por todas partes.