16 de noviembre de 2013

De necesidades y recuerdos

De repente sintió la necesidad de levantar piedras, de buscarlos como hacía 30 años atrás. Sólo tuvo que cruzar la carretera y adentrarse unos pasos en la pequeña loma que se divisaba desde La Caseta. Se vio a sí mismo palo en mano decidiendo que piedra levantar, con su hermano y sus primos detrás, en silencio, esperando la decisión del primo mayor.

No tardó mucho en descubrirlos. Le gustaba observarlos, ver como su sorpresa inicial al ser despojados de su pétreo refugio se tornaba rápidamente en una activa búsqueda de un improvisado y alternativo lugar seguro. De nuevo se caía el mito de la agresividad, de la maldad de unos seres adaptados para como pocos para la supervivencia.

Los encontró rápido, como hacía 30 años. Los necesitaba encontrar. Sentía la urgencia de reafirmarse que todo seguía en su sitio, que nada había cambiado tanto, que el tiempo no lo alteraba todo, que siempre había algo que permanecía.

Si había algo que recordaba de sus excursiones en Pedralba eran los escorpiones y las orugas de las esfinges de las lechetreznas, preciosas con sus colores aposemáticos y abundantísimas  entre las Euphorbias que crecían a su antojo en los 4000 metros cuadrados de terreno, afortunadamente para él, totalmente ausente de signos de antropización. Durante aquellos domingos en los que se sentía como Durell en su Corfú particular, movilizaba a todos sus primos para construir criaderos de orugas, trasplantando decenas de euforbias sobre las que colocaban todas las maravillosas orugas de estos esfíngidos que encontraban, esperando, dentro de su inocencia, encontrarlas allí al domingo siguiente. 

Hace lustros que no ve una oruga de Hylex euphorbiae, lo que le obligaba a levantar piedras por doquier, hasta encontrar a otro de los seres vivos más fascinantes y a la vez más incomprendidos de nuestra geografía. Tras las fotografías de rigor, colocó la piedra en su lugar. Todo debía seguir en su sitio, como hace 30 años.