28 de febrero de 2013

Agua


Platillo y para arriba…la teoría de su amigo surgido de las montañas la tenía muy bien aprendida, otra cosa era la práctica. Sus pulmones se expandían buscando oxígeno matutino, su corazón se esforzaba como no lo había hecho en los últimos meses de parada invernal. Con la La Prueba del Hombre superada, su máxima aspiración era sentarse unos minutos en el bancalet de la Gota y empaparse de su humedad, de su tranquilidad tan sólo quebrada por el paso de ciclistas o corredores.

Sentado allí observaba la llave de paso que reemplazaba al caño de toda la vida, la veía un poco como la usurpadora que hacía inútil el nombre de la fuente. Ahora ya no caía la gotita de agua fresca y cristalina sino que al accionar la llave manaba un tímido hilillo que se desvanecía a los pocos segundos.
- Fa falta la pluja.
- Si, però no hi ha manera…
El corredor se marchó dando media vuelta por donde había venido y él decidió hacer lo mismo sabiendo que cuando llegara a casa sólo tendría que accionar el monomando y esperar unos segundos para que el agua de la ducha saliera a temperatura adecuada.
...
Cada día observaba el mismo ritual, la misma peregrinación. En plena estación seca, la charca era un ir y venir de mujeres y niños que recorrían, con la naturalidad que otorga la costumbre, el kilómetro de distancia cargando sobre sus cabezas con los cuencos metálicos o plásticos llenos del agua turbio que cubriera sus necesidades de aseo personal y limpieza de los utensilios de la cocina.
En pocas semanas la charca se convertiría en un barrizal y los hombres aprovecharían para capturar los peces que boqueaban sin buscando el oxígeno en un agua inexistente, siempre con cuidado de no pisar algún cocodrilo oculto en el fango.
Con absoluta calma esperarán a la llegada de la temporada de lluvias donde el atajado volverá a acumular agua y con ella volverán a resurgir las infinitas formas de vida que de ella dependen. Las hembras de mosquito volverán a encontrar incontables lugares donde depositar sus huevos, donde proliferar las larvas que darán lugar a miles de adultos que buscarán la sangre de los mamíferos para poder madurar sus huevos, inoculando el protozoo en el torrente sanguíneo y completando el ciclo de vida y muerte.

P.D.: Gracias por la foto, Franz. Seguro que nos vemos otra vez por allá.

21 de febrero de 2013

Bichos (V)



Le lanzó una mirada altiva cuando se sintió a salvo en su atalaya del tejado de la casa, como si nada de este mundo fuera con él. Como si segundos antes no hubiera estado a punto de ser engullido por su prima la serpiente. Había observado atónito la escena, a un par de metros de distancia, casi como si fuera el presentador de un documental de La 2. La serpiente perseveraba en su intento de caza, acuciada por el hambre y ajena a los ojos que la observaban. La pared de la vivienda salvó a la agama que, gracias a sus uñas, trepaba ágilmente por los bloques artesanales de cemento y arena, componente principal de las casas en la zona.

Él las observaba curioso y sorprendido por como todas las personas del poblado las ignoraban, a pesar de pasarse todo el día tomando el sol en las paredes de las casas o en los tejados y entrando y saliendo de las casas humanas que en realidad también eran las suyas.
Disfrutaba de cada paso, de cada inspección, de cada abrazo de los infinitos niños que les saludaban y les seguían como si fueran la única distracción del pueblo. Observaba con ojos nuevos, cada forma de vida, vertebrada o invertebrada, sabiendo que debía aprovechar al máximo su escaso tiempo.

Buscaba en cada casa, el cada acúmulo de agua, charca o estanque la presencia del vector, del famoso Anopheles. Observaba en cada familia como les era imposible recordar las veces que habían padecido malaria, ni siquiera en el último año. Apercibía ese acomodo a la enfermedad, a las plagas, a la vida humilde, sin hambruna pero sin el más mínimo resquicio de abundancia. Observaba a estas personas, capaces de soportar temperaturas extremas, de habitar viviendas precarias, de no tener capacidad económica para afrontar con éxito enfermedades que aquí son meros recuerdos del pasado. Los veía cada día y cada día se sorprendía de su sonrisa constante, de su amabilidad, de su respeto, de su carácter abierto y comunicativo. Los veía y no dejaba de envidiar sus valores, su sencillez y su felicidad tan real como ese mal con el que convivían de manera ancestral y que tan difícil será sacar de sus vidas.

14 de febrero de 2013

Tras el cristal

Avanzaban lentamente, luchando sumergidos en el tráfico caótico de la capital. Acomodado en el asiento del Infinity, no dejaba de observar todo a su alrededor, de intentar absorber la mayor cantidad de información posible, de grabar en su memoria esta realidad que para él tenía fecha de caducidad.
Bajo una banda sonora de canciones pop ochenteras y con el aire acondicionado a pleno rendimiento, veía como la gente transitaba como podía, en una ciudad áspera para el peatón, construida a golpes, a impulsos, con un crecimiento desordenado y bello a la vez. Accra se agitaba convulsa, intentando sostenerse ante tanto desequilibrio, como una amante perversa, coqueteando con el extranjero inversor, dejándose querer, cediendo a sus impulsos, recibiéndolo con los brazos abiertos y esperando al siguiente cuando el primero la despechaba.
Observaba el caos en cada cruce, en cada rotonda, la sinfonía de pitidos sonaba amortiguada en su burbuja metálica rodante. Recibía con una sonrisa a las decenas de personas que recorrían la carretera serpenteando entre los vehículos parados, ofreciendo todo tipo inimaginable de mercancías, esperando con resignación un ligero gesto de alguno de los ocupantes de los vehículos que pudiera significar una venta, una pequeña victoria en la lucha diaria. Los veía cada día, en los mismos cruces, en las mismas calles, soportando temperaturas extremas, con los ojos enrojecidos por el polvo en suspensión que viajaba desde el desierto impulsado por el Harmatán, que todo lo cubría. Veía su insistencia, su lucha, adivinaba su desesperación y observaba también la indiferencia de los viajeros que los ignoraban con la mirada perdida.
No había necesitado salir de la ciudad para comprobar el abismo entre esos dos mundos, separados tan sólo físicamente por el simple cristal de un automóvil pero tan cercanos y tan lejanos a la vez.