31 de mayo de 2012

Cerezas o cianuro

Subía a ritmo tortuguero por la carretera de las canteras y ya casi llegando al cruce con la carretera de Náquera a Serra le sobrepasaron, sin inmutarse, dos ciclistas con bicis de carretera.
- ¡Eh! Seguro que llevas la mochila esa tan grande para cargarla de cerezas.
- Es verdad que este fin de semana es lo de la fiesta de la cereza.
El recuerdo de ese día en el que en Serra obsequian a lugareños y foráneos con el fruto típico de la población le despertó sus jugos gástricos y pensó que no sería mala idea degustar una buena cantidad de esa fruta tan peculiar y atractiva a los sentidos como postre junto a su triste barrita habitual.
Al entrar en Serra pudo corroborar que, a horas tan mañaneras la población dormía plácidamente teníendose que conformar con emular a los Indurain y compañía pasando en completa soledad por debajo del cartel que anunciaba la celebración. Las calles desiertas le invitaron a dirigirse hacia las pistas del Castillo y olvidarse, muy a su pesar, de la roja fruta del Prunus avium.
Andaba a sus anchas, ascendiendo en solitario las cortas aunque exigentes rampas del  Castillo de Serra, cuando ya en el desvío para tomar la pista hacia la carretera del Garbí las vio. Azarosas, las zygaenas no paraban de revolotear en torno a las flores cercanas, haciendo caso omiso de su presencia. Se presentaban descaradas, hasta encontradizas. Extraordinariamente fotogénicas como presumiendo de su belleza y exhibiéndola a cámara. Mostrando al mundo sus colores aposemáticos, seguras de sí mismas, como sabedoras de que el ácido cianhídrico que recorre su cuerpo las protege ante posibles depredadores y que sus llamativos colores actúan de advertencia. Semáforo en rojo. No tocar.
Por un momento se vio a si mismo tirado en el margen del camino envuelto en mariposas metálicas de manchas rojo cereza. Agradeciendo el madrugón que le obsequió con el placer visual a costa del gustativo.

24 de mayo de 2012

Ciclomontañismo de pacotilla (IV): Vértice geodésico

Avanzaba a ritmo pausado entre las brumas, ascendiendo lentamente por la pista de la Cartuja. Nubes bajas y humedad relativa alta. A su izquierda observaba siluetas multicolores rompiendo el paisaje de tonos blancos y grises, retorciéndose en la larga ascensión por la pista de Rebalsadores y desapareciendo por momentos como engullidos por la tierra roja.
En el mirador le esperaba un desfile de nubes inquietas, que se desplazaban veloces, como queriendo abrazar delicadamente a las montañas, casi pidiendo permiso para descargar su líquido elemento. Allí a lo veía todo más claro. Sus pensamientos se simplificaban, su mente, se aclaraba por momentos. Por un instante se siente privilegiado de formar parte de este todo enorme, precioso, infravalorado por muchos, tan fuerte y tan delicado a la vez, dependiente de los oscuros intereses de unos pocos ciegos a los que no les interesa ver más allá de su propio beneficio.

17 de mayo de 2012

Algo diferente


Decidió darle la espalda argumentando absurdas excusas de amante. La despechó esquiva, casi furtivamente. Sabía que no eran más que peleas de enamorados para disfrutar más de la reconciliación. Buscaba a otras, iguales pero distintas, que le hicieran sentir emociones diferentes, buscaba saborear sensaciones nuevas o revivir algunas casi olvidadas. Coronas pequeñas y plato grande. Desarrollos cómodos que elevasen la relación distancia-tiempo de manera directamente proporcional a su ego. Pistas con ridículos porcentajes de desnivel. Abultados kilometrajes que le permitieran presumir ante los legos en la materia.

Durante la primera hora se deslizó casi dejándose caer con un rodar cómodo y suelto para cruzar el Túria por segunda vez en el día, sirviéndose de sus aguas como efímero refresco, incapaz de oponer resistencia alguna a la potente pegada del sol de mediodía. Ascendía leve pero constantemente a través de la Rambla Castellana, vilmente explotada y herida en su tramo final por la mano del hombre en su afán de extraer, sin mesura ni condición, todo tipo de materiales a la madre naturaleza. Cruzaba entre cónicas y artificiales montañas de gravas de distintos calibres, dejando atrás el murmullo del río y su frescor. Pedaleaba rítmicamente por la tierra blanquecina, escoltado por el volar de los mirlos, las golondrinas y los bellísimos abejarucos, imbuido en la soledad de sus pensamientos, sólo alterados cuando se sumergía en auténticas lenguas de cantos rodados convertidas en traicioneras arenas movedizas. Avanzaba siempre acompañado por cientos de dípteros de todos los géneros y tamaños que, gentiles, se unían a su viaje enganchándose en su maillot o en cualquier parte –noble o no- de su cuerpo. Remontaba a ritmo ya cansino dejando atrás las casitas clónicas de Domeño, sintiéndose cada vez más acogido por una rambla que, por momentos, se tornaba estrecha y encajonada, mostrando entonces su vegetación más exuberante a base de zarzas, adelfas, higueras y una infinita variedad de herbáceas en floración que se encargaban de cubrir la totalidad de la paleta cromática. Tras alcanzar Casinos tocaba salir de ese útero materno en el que tan reconfortado se hallaba y pagar peaje en forma de kilómetros asfaltados en dirección a Alcublas para girar hacia el Este y tomar las pistas anchas y cómodas del Camino del Canal, fielmente escoltadas por infinidad Convolvulus y amapolas y, rodar siempre en ligero descenso entre cultivos de secano hasta llegar a Marines, desde donde, tras interrumpir la siesta matutina a un par de lagartos ocelados, completar el círculo y llegar a casa deseando, más si cabe, volver a retorcerse por las empinadas pistas de tierra roja de la Calderona.

10 de mayo de 2012

Simplicidad

Colocaba una y otra vez al crisomélido en la mitad del palito y sistemáticamente, una y otra vez, ascendía decidido hacia el extremo superior. Una vez allí, tras escasos segundos de analizar la situación, de que ocelos y omatidios mandaran las señales a su protocerebro, y que sus antenas y sensilias recogieran los cambios en el ambiente, desplegaba sus élitros y volaba torpemente hasta aterrizar en la mata más próxima.
Tras varias repeticiones el comportamiento seguía siendo exactamente el mismo. A pesar de la experiencia parecía no existir aprendizaje alguno. El abanico de posibles soluciones era dinamitado por la acción-reacción, por el momento, sin tener en cuenta lo sucedido segundos antes. Parecía como si al escarabajo no le importara lo más mínimo lo que acaba de suceder ni lo que, a ciencia cierta, sucedería segundos más tarde y, ejecutara la acción que le dictaba sus instintos de artrópodo.
Se tumbó sobre la seca vegetación mirando las nubes oscuras y amenazantes que discurrían aceleradas, con el único sonido del viento y respirando a tierra, tomillo  y romero. Por unos instantes dejó de pensar en mañana, incluso en las horas siguientes. Concentró su mente en nada y en todo, envidiando la sencillez de otros, deseando poder afrontar la vida de otra manera, mirarla con otros ojos. Quizás no era tan complicado. Por un momento incluso llegó a convencerse de poder hacerlo.
Cuando se levantó, el coleóptero seguía en la misma esparraguera donde fue a parar tras su enésimo aterrizaje, quizás esperando algún tipo de estímulo externo que le hiciera reaccionar exactamente de la misma manera en que lo había hecho anteriormente.
Bendita simplicidad.

3 de mayo de 2012

Futuro imperfecto de indicativo

…De nuevo en la cocina, rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar una moneda para poner la cafetera en marcha. Oliendo el (para él) insólito aroma, volvió a mirar el reloj y vio que ya había pasado el cuarto de hora, así que se dirigió con presteza a la puerta del apartamento, dio la vuelta al tirador y levantó el pestillo.
La puerta se negó a abrirse.
- Cinco centavos, por favor.
Chip registró sus bolsillos. Ya no le quedaba calderilla, no tenía nada.
- Te pagaré mañana, dijo a la puerta. Volvió a mover el tirador, pero seguía firmemente cerrada-. Si te pago, será en todo caso por algo perfectamente gratuito: no tengo por qué pagar nada.
- No opino lo mismo –respondió la puerta-. Repase el contrato que firmó al comprar este apartamento.
Chip encontró el contrato en un cajón de su escritorio; después de firmarlo había tenido que consultarlo muchas veces. Es cierto: el pago de cinco centavos para que la puerta se abriera o cerrara era obligatorio. No se trataba de ninguna propina.
- Ya ve que tengo razón – dijo la puerta con satisfacción.

Ubik (Philip K. Dick, 1969)
...

El conseller de Salud de la Generalitat, Boi Ruiz, planteó al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, aplicar un copago por la comida servida a los pacientes en los hospitales, argumentado que es un gasto que el paciente debería tener igualmente si estuviera en casa.