31 de marzo de 2016

Como siempre


Siente como todo vuelve. Vuelven las palabras. Las frases. Las ganas de soltarlo todo ante un teclado. Todo es distinto, pero igual. Distintos ojos le observan con la misma mirada de siempre. Los mismos sentimientos. Las mismas historias. Los mismos pensamientos. La misma calma tensa. La misma soledad a pesar de la compañía.

Todo vuelve. El tiempo circular. La lata aplastada sobre la mesa por el manotazo de Cohle. El eterno retorno.

Cada mañana ocho galletas cuadradas dispuestas en parejas. Dos de ellas divididas en 4 partes siempre irremediablemente desiguales. Desiguales cada día. Cada año. Cada siempre. Los ojos color almendra de Thor esperan cada pedacito con una mezcla perfectamente proporcionada de ansiedad y rutina. Los perros saben contar. Por lo menos hasta ocho.

Como todos los días la curva de las retenciones absurdas le hace meter primera hasta detenerse. Como todos los días gira la cabeza a su izquierda y se maravilla de la dicotomía, del contraste de la zona ajardinada con el césped cortado a tiralíneas a la cuasi selva de diez metros más allá, Bendice a la paradoja de las competencias territoriales. Se vuelve a fijar en la palmera. Lleva tiempo sola. Ha visto impotente como sus vecinas hermanas han ido sucumbiendo devoradas desde dentro por infinitas larvas blancas y gruesas, incansables e insaciables. Ella aguanta impertérrita. Seguirá jugando a la ruleta rusa mientras el azar le sonría. Nada que el tiempo no puede solucionar.

Acelera. El otro lado del rio. 80. De nuevo la cola irreal e injusta. Siempre ahí. Caprichosa volatilizándose cuando le place. Nunca en su presencia.

Durante el trayecto siempre el mismo pensamiento. La sensación de no ser dueño de uno mismo. La sensación de que un simple gesto, una pequeña acción, es suficiente para cambiar esa monótona y segura inercia, como el nudo que, en apariencia aparece fuerte y sólido pero que cuando alguien tira de él se convierte en una inofensiva línea recta. Siente que, simplemente con un giro de volante sería suficiente para salir del atasco y dirigirse a una carretera desierta con una larga recta donde puede acelerar y devorar kilómetros. Por un momento llega la ilusión, el ánimo cambia. Hasta que, de nuevo, como siempre, le envuelve la sensación de no ser dueño de su destino. Por enésima vez surge la debilidad del peón sacrificado por capricho de la reina y, de nuevo, como siempre, piensa en la palmera y en la ruleta rusa.