25 de marzo de 2013

100 personas, 100 motivos


- ¿Todo bien?
- Perfecto. Aquí estoy haciendo unas fotos.
Tumbado sobre el talud acercaba la cámara hacía el lirio agitado por un viento que apareció de repente como si no hubiese sido invitado, trayendo consigo las nubes negras que aún descargarían algo de agua al final de una mañana de inicio primaveral.
Ensimismado en lograr una foto con el macro hacía caso omiso al paso de todos y cada uno de los viandantes, ciclistas y paseantes que, a esas horas casi colapsaban los tramos iniciales de la pista del Campillo. Nunca le gustó esa subida. La autopista. Siempre le pareció que el nombre que le daban sus amigos era el más indicado. Sin duda era la favorita de excursionistas, corredores de montaña, ciclistas de todas las formas y tamaños y demás personal. Además le parecía larga, cansina, aburrida, interminable para su ritmo tortuguero.
Pero hoy decidió subir por El Campillo y fotografiar los lirios. Por una parte era una simple cuestión de ego. Estaba casi seguro de que, gracias a él, se duplicaría el número de personas que se dedican a fotografiar lirios en la Calderona y, por otra, sentía la curiosidad del ignorante, del ciego, del que ha pasado mil veces por allí y no ha visto nada. Quería quedarse con ese recuerdo en forma de archivo jpg, atraparlo y guardarlo para la posteridad, archivarlo en su memoria y en el disco duro de su ordenador.
Cumplida su arriesgada misión permaneció un rato contemplando al personal circulante. Grupos de ciclistas uniformados hasta las trancas, subiendo con el 32 y conversando alegremente, jubilados sobre dos ruedas rebasando a un grupo de mujeres en chándal, perros paseando a sus dueños, ciclistas y más ciclistas. Se preguntaba si todos serían ciegos como él, si ninguno de ellos era capaz de apreciar lo que la Sierra ofrecía, o si, realmente para cada uno de ellos ofrecía una cosa distinta y tan respetable como lo que le ofrecía a él. Si en el fondo todo se reducía a cierta altanería científica, a cierto punto de vista cerrado y monotemático, a la tendencia a pensar que todos tienen que interpretar la vida como uno quiere y a disfrutar de las mismas cosas.
Durante la bajada se cruzó con más gente que ascendía cada uno a su ritmo, con sus conversaciones, con sus pensamientos, sin duda tan válidos o más que los suyos.

13 de marzo de 2013

Gigantes


 
Desde la ventana de la habitación 401 observaba como se perfilaban las líneas rectas y contundentes del edificio al caer la noche. La oscuridad resaltaba aún más si cabe la grandiosidad de la obra humana. Torres de hormigón y cristales oscuros. Moles grises, impersonales, invasoras de una tierra antaño plagada de huertos y pequeñas construcciones de gentes dedicadas a la agricultura.
Pensaba en el gigante creado por el hombre en el ocaso de la época dorada de la especulación urbanística. En el objeto de tantas críticas, de tantos artículos de prensa, de tantas noticias negativas. Desde dentro no le parecía tan fiero ni tan arrogante. Con el paso de los días se familiarizó con sus habitaciones, con sus ascensores, con sus salas de espera y sus máquinas expendedoras, con las vías del tren y las vistas a la V30.
Desde su nueva perspectiva interior pronto se apercibió que todo era distinto. Saturno había fagocitado a sus hijos pero estos seguían siendo el motor de su existencia, sin ellos no era nada. La vida corría por los pasillos, entre salas de recuperación y quirófanos. Miles de personas haciendo su trabajo a pesar de todo, cumpliendo a pesar de todo y siempre con una sonrisa a pesar de todo. Al salir de allí tenía muy claro quiénes eran los verdaderos gigantes.