27 de diciembre de 2012

La familia y uno más


Thor: Incansable. Terremoto. Bonachón. Pura nobleza vikinga.

20 de diciembre de 2012

Máscaras

 
Se sentía desconcertado, abrumado y sorprendido. A pesar de haber vivido la escena infinidad de veces en los últimos años seguían sorprendiéndole como las personas pueden ser tan camaleónicas. Como les gustaba manejar las situaciones a su antojo como incapaces de salir del tablero de ajedrez en el que han convertido su vida. Como cambiaban de actitud, de comportamiento, incluso el modo de gesticular o moverse, según a la persona a la que se estuvieran dirigiendo. Veía, una vez más, como eran capaces de jugar con los sentimientos de las personas una y otra vez y, como estas personas, entraban en el juego consciente o inconscientemente casi como ovejas enfiladas hacia el matadero.
 
Nunca llegó a comprender esta actitud que para él significaba un enorme esfuerzo de concentración y de habilidad mental para evitar incurrir en errores en ese juego maquiavélico no imputable ni a los políticos más expertos.
 
Durante años había escuchado declaraciones sinceras, medias verdades, falsedades, intrigas y silencios. Entramados pesadillescos de los que raramente se podía salir inmune.
 
Durante años había visto máscaras caer al suelo sustituidas por otras en un ciclo sin fin, para ocultar el vacío en personas sin rostro, huecas por dentro.

13 de diciembre de 2012

Quiero creer

 
Le hubiera encantado ser como Mulder. Esa mentalidad abierta, receptiva a las novedades, adaptable y dúctil a los cambios. Pero no. Desgraciadamente su mente no se lo permitiría nunca. Siempre Scully. Analítica, racional, esquizofrénicamente científica.
De vez en cuando se acuerda de él. Lo visualiza siempre en su despacho del sótano, con el famoso poster enmarcado a sus espaldas, lleno de libros, documentos, comiendo pipas de girasol. Siempre lo imagina discutiendo con Scully, mirándola fijamente a los ojos, enarbolando pasionales argumentos de los que se sentía plenamente convencido. Luego la veía a ella, con su mirada lánguida y fría, y poco a poco siente como sus palabras se apagan en sus oídos, perdiendo fuerza progresivamente, como si su propio subconsciente no las quisiera escuchar.
En ocasiones le encantaría ser como él. Poder aferrarse a algo inmaterial con ese entusiasmo, con esa convicción, con esa fe. Tener ese apoyo que le diera confianza en momentos de duda, en situaciones incomprensibles y complejas que no está acostumbrado a afrontar.
A pesar de su temprano agnosticismo siempre tuvo una creencia firme que, a lo largo de su existencia había comprobado exitosamente. Un simple código ético y de comportamiento resumido en una simple premisa que intentaba aplicar a todos los aspectos de su vida: si tus acciones son correctas los resultados obtenidos como consecuencia de las mismas también los serán.
Pero a veces parece que el destino le estuviera poniendo a prueba, retándole, intentando ver cuánto puede resistir sin ceder, sin sucumbir a la desesperación de no comprender que es lo que ha hecho mal. De no entender porque precisamente a él o a los suyos cuando siempre habían hecho lo que ellos consideraban correcto. Es entonces cuando más se acuerda de Mulder y, aunque sea por un instante también él querría creer.

15 de noviembre de 2012

Todo sigue igual

Las espigadoras (Millet, 1857)
 
 
 Los espigadores y la espigadora (Varda, 2000)
 

Los espigadores (España, 2012)

8 de noviembre de 2012

Bichos (IV)

El todoterreno avanzaba despacio, renqueante, casi atrancado en el suelo de arena blanca y seca. Carlos conducía sin inmutarse por los continuos deslizamientos del tren trasero que culeaba ante el mínimo giro del volante. Tras coronar una loma, iniciaron un descenso hacia una quebrada donde las casas se distribuyen aleatoriamente, aparentemente sin ninguna otra razón más importante que la decisión del dueño de la vivienda de construirla en un lugar determinado. Se había acostumbrado a caminar largos trechos sobre este suelo arenoso para completar vivienda a vivienda cada comunidad. La rutina de las inspecciones era de todo menos rutina. Siempre era igual pero siempre era distinto. Las presentaciones al capitán de la comunidad, las sonrisas de los niños, la mirada cansada de los ancianos, las casas humildes con una única estancia, destartaladas con las paredes de adobe, encaladas o no, los techos de palma o como mucho de calamina, el peculiar olor a maíz fermentado, a animales, a humo. La sopa a mediodía. La ropa amontonada  encima de la única cama. Los incontables cacharros para acumular agua repletos de larvas de mosquitos. Los trojes de maíz. El maní acumulado en sacos. El ofrecimiento sincero de sus habitantes. La bienvenida. El gesto de generosidad del que comparte todo lo que tiene con el desconocido. Todo siempre igual.
Observan, parados, en un silencioso y humilde segundo plano, como revisan sus casas, sus pertenencias en busca del insecto causante de una parte de sus males. Males endémicos y soterrados. Olvidados para el resto del mundo, enfrascado en una lucha de estadísticas y cifras que manejarán a su antojo para su propio interés.
Resignación. Miradas incrédulas. Otro que viene. Otro más que vendrá y pasará. Acostumbrados a las promesas incumplidas, a la desidia y al abandono por parte de gobernantes lejanos y cercanos. Obligados a la subsistencia diaria. Observan con pasividad como se va cumpliendo el protocolo de actuación, las recolecciones, las anotaciones, las fotografías. No protestan. Rara vez piden algo. Se han acostumbrado a la presencia del vector. Conviven noche y día con él. Despiertan y lo ven, hinchado de sangre, intentando trepar torpemente por la pared blanquecina. Lo aplastan con desesperanza, sabiendo que a la mañana siguiente habrá otro igual de hinchado con su sangre o la sangre de sus hijos. Otro más capaz de transmitir el parásito. Otra oportunidad más. Otro número para jugar a la lotería de la enfermedad. Esa que no se ve, que no se manifiesta hasta años después. Invisible y olvidada como ellos.

1 de noviembre de 2012

Todo llegará



Mi vida se apaga. Mi vista se oscurece. Sólo me quedan recuerdos. Recuerdos que evocan al pasado. Una época de caos, de sueños frustrados. Este páramo. Pero sobre todo recuerdo al guerrero de la carretera. Al hombre que llamábamos Max. Para comprender quien era hay que retroceder a otros tiempos, cuando el mundo funcionaba a base del combustible negro y en los desiertos surgían ciudades de tuberías y acero. Ciudades desaparecidas, barridas por razones olvidadas hace largo tiempo. Dos poderosas tribus guerreras se declaraban la guerra provocando un incendio que devoró las ciudades. Sin combustible ya no eran nada. Construyeron una casa de paja. Las máquinas rugientes jadearon y se detuvieron. Los líderes hablaron y hablaron y hablaron…Pero nada pudo detener la avalancha. El mundo se tambaleó. Las ciudades estallaron en un vendaval de pillaje, en una tormenta de miedo. Los hombres se comieron a los hombres. Los caminos eran pesadillas interminables. Sólo sobrevivían los que se adaptaban a vivir de los desechos o eran tan brutales como para dedicarse al pillaje. Bandas de malechores se adueñaron de las carreteras, listas para entablar combate por un tanque de gasolina. Y en medio de este caos de ruina, los hombres normales sucumbían aplastados. Hombres como Max, el guerrero Max, que con el tremendo rugido de una máquina prendió todo y se convirtió en un hombre vacío. Un hombre quemado y sin ilusión. Un hombre obsesionado por los fantasmas de su pasado que se lanzó sin rumbo al páramo. Y fue aquí, en este lugar desolado donde aprendió a vivir de nuevo.

Intro de Mad Max 2. El guerrero de la carretera (George Miller, 1981) 

25 de octubre de 2012

Caracoles


 
Iba haciendo eses por el corto tramo asfaltado inicial, tratando de esquivar decenas de caracoles a los que veía entusiasmados tratando de cruzar la carretera intentando aprovechar la tregua ofrecida por la lluvia tras el amanecer. Ejemplares de todos los tamaños y colores se lanzaban a lo desconocido en una empresa un tanto absurda como esperando encontrar la tierra prometida al otro lado del asfalto.
Había decidido salir a pesar de las altas probabilidades de lluvia y no se equivocó. La meteorología le dio un respiro y decidió aprovecharlo para comprobar una vez más como caminos mil veces transitados parecen nuevos, transformados. Para comprobar como el agua borraba toda huella humana y la sustituía por la suya. Era como si la Pachamama se hubiera hartado de tanta agua y rezumara por los cuatro costados, dejando charcos y pequeños riachuelos a discreción que debían ser atravesados con la emoción de la incertidumbre de no saber si seguiría seco o por el contrario acabaría rebozado en tonos marrones rojizos tan de moda esta temporada. Subía cansinamente el Portixol y escuchaba risas y palabras de otros ciclistas que conversaban emocionados por afrontar estos pequeños retos, sintiéndose niños por unas horas y disfrutando de estos momentos antes de volver a la monotonía semanal.
Sonreía al pensar que no estaba solo, que había más gente como él y que la Sierra les acogía con los brazos abiertos. Antes de coronar no pudo evitar girar la cabeza y los vio iniciando la ascensión en grupo, retorciéndose, buscando el pedaleo más adecuado, avanzando cada uno a su ritmo, enfrascados en la absurda empresa de subir una montaña para bajarla de nuevo a las pocas horas, casi como caracoles multicolores en busca de su tierra prometida.

11 de octubre de 2012

Mi familia y otros animales


 
Las veía ahí ensimismadas montando viviendas unifamiliares a los caracoles, a los que proveían abundantemente de comida y humedad, o alimentando orugas y escarabajos de todos los tamaños y colores. Observando las distintas especies de insectos y polillas atraídos por la luz de la farola de la puerta de casa, cuidando que la salamanquesa que ejercía de ocupa en ella estuviera siempre a salvo de las veloces garras de Diana. Siempre dispuestas a conocer nuevos seres vivos. Girándose ante el paso de cualquier chucho por la acera de enfrente y dispuestas a discutir sobre la raza canina o felina a la que pertenece. Atentas en el coche, levantando la cabeza hacia las ramas de los árboles y los cables, buscando algún mochuelo madrugador sin perder de vista la carretera por si veían un nuevo erizo atropellado. Armadas a la más mínima con sus cubos y salabres, recorriendo sus acequias favoritas a la caza de ranas y todo tipo de animalillos acuáticos.
Las veía y se imaginaba a Durrell en Corfú, rodeado de naturaleza y vida, descubriendo cada día cosas nuevas, aprendiendo sin necesitar ir al colegio, lejos de rutinas y de absurdas memorizaciones, recibiendo la lección más importante de su vida.
Las veía y de nuevo se veía a sí mismo proyectado en esas dos criaturas tan diferentes pero tan similares. Sabía que buena parte de culpa de este comportamiento era suya pero ahora más si cabe, que los niños viven tan de espaldas a la naturaleza, se alegraba de haberlas educado así y disfrutaba de ello como si cada día fuese el último.

4 de octubre de 2012

Ilusiones

 
Eran tiempos de nuevos proyectos, de horas robadas al descanso, de nervios e incertidumbres. Esperanzas que nadaban entre un océano de desesperación e impotencia. Se sentía arrastrado por una fuerza motriz a veces descontrolada entre la que necesitaba mantenerse a flote, respirar y pensar con calma, con perspectiva.
Tiempos de anhelos, de cambios para bien y para mal. Tiempos para vivir y disfrutar con ellos mientras duren.

27 de septiembre de 2012

Fenómeno

 
Def.: Cosa extraordinaria y sorprendente.
Embebido entre informes, cifras, presupuestos y legislaciones varias, no se apercibió hasta que giró la cabeza. La luz que se reflejaba en la pantalla del ordenador y le deslumbraba siempre a esa hora de la tarde había desaparecido como si el astro rey hubiese sido fagocitado por un eclipse instantáneo. Levantó la cabeza hacia el cielo y, se sorprendió de no encontrar el azul limpio y homogéneo, casi opaco, de todos los días. Un gris ceniza ocupaba su espacio, casi de manera inmoral y perecedera, como un general de pacotilla en alguna república bananera de alguna película de Woody Allen. Ante tal espectáculo decidió aparcar sus compromisos digitales y salir al exterior. Desde allí pudo ver como por el horizonte se desplazaba velozmente una masa oscura, casi negra, que de inmediato sustituyó a su predecesora, adelantando casi la noche a la hora del té. Notó la tan olvidada brisa húmeda, ligera  y constante, y en pocos segundos su cerebro rebuscó en sus zonas más recónditas hasta hallar la correcta asociación de ideas que acabó, sabedor de lo que vendría minutos después, con una coordinada extensión de sus músculos faciales, en el esbozo de una ligera sonrisa. La lluvia tardó un poco más de lo debido, como temerosa de ser mal recibida por su larga ausencia. Desde su despacho oía el crepitar de la uralita y el sonido de los neumáticos sobre los charcos. Aunque él ya hacía tiempo que no estaba allí. Su ojos solo veían una rueda delantera esquivando charcos sobre tierra rojiza. Su mente recorría los caminos hacia La Gota, con el olor de la tierra húmeda invadiendo cada alveolo pulmonar. Notaba el frescor  de la mañana soleada, con la tierra, aún sedienta, sacudiéndose las últimas gotas de la escasa lluvia. Se veía retorciéndose entre subidas pedregosasy más imposibles que nunca, repletas de rodenos brillantes, lavados por la lluvia. Sentado en el Berro casi notaba el frescor de la piedra en su espalda, disfrutando una vez más en soledad de la Sierra.

20 de septiembre de 2012

Belleza mortal

Hoja de olmo atacada por Xanthogaleruca luteola
 
Cada hoja era un mosaico diáfano, perfectamente limitado por los nervios foliares, por el que atravesaba la ya débil luz del atardecer. Cientos de cuadros, iguales pero distintos. Un ejemplo más de la belleza del ciclo de vida y muerte de la naturaleza.
 
 

13 de septiembre de 2012

Negro sobre gris

 
Las ramas carbonizadas rozaban sus extremidades. Trazos negros dibujados por esqueléticos dedos, finos y huesudos, que marcaban su cuerpo y sus ropas como aferrándose a lo vivo, como intentando señalar a la especie culpable. Miles de apéndices inertes que le rodeaban en un paisaje de silencio infinito, mezcla de negro sobre gris, de angustia y resignación.
Alcublas, septiembre de 2012

6 de septiembre de 2012

Recurrencias

Empapado en sudor, esperaba con ansia a que el aparato de aire acondicionado de la habitación, fiel a su cita, volviera a rugir, como quejándose del uso abusivo al que era sometido por los clientes y, le aliviara aunque fuera temporalmente. Su rítmica puesta en marcha y subsiguiente parada le habían inducido en un estado de creciente tensión que le recordó al desesperado personaje de Curd Jürgens en Juego de Reyes con el sonido del goteo del lavabo incrustado en su cerebro.
Como todos los años le era imposible conciliar el sueño la primera noche en el hotel de la playa. Esa mañana había nadado, como siempre, hasta la boya roja sin llegar a tocarla. Desde allí podía casi ver las caras de los ocupantes de las pequeñas embarcaciones caladas en la bahía que aprovechaban las aguas, más tranquilas que nunca, para zambullirse. Por un momento quiso avanzar hacia ellos, tocarlos, pero no lo hizo, quizás temeroso de que se trataran de simples hologramas, de que, nadando, chocara con el telón. Incapaz de descubrirse así mismo en su propia película.
Conocía el programa a la perfección. Seguro mañana al atardecer subirían hacia el paseo del faro. La pequeña tropezaría y se caería y haría fotos a la mayor apoyada en el muro con vistas al acantilado. Ya de vuelta, girarían hacía las calles de las tiendas, comprarían alguna baratija inservible para las enanas  y apresurarían el paso para cenar pronto, como siempre, cumpliendo el horario.
De nuevo el silencio temporal invadió la pequeña habitación, a su lado todos dormían plácidamente ajenos a sus pensamientos. Pese a la madrugada, el calor llegaba a ser insoportable y en un amago de claustrofobia decidió abrir la ventana. El silencio de la noche sólo se interrumpía por el sonido de las olas y la conversación en rumano de dos empleadas del hotel. Permaneció unos instantes en la ventana observando el mismo paisaje de los últimos 30 años, pensando en Truman, en inseguridades y en conformismos. En cómo había convertido su vida en un continuo y certero déjà vu.
Se calmó prometiéndose a sí mismo que el próximo año será distinto mientras conectaba de nuevo el aire acondicionado sabedor de que mañana dormiría mucho mejor.

26 de julio de 2012

Extraño verano

Sabía que las confusas sensaciones que aparecieron cuando estrechó la mano del médico serían sus compañeras varios días.
Nada de deportes, antiinflamatorios, relajantes musculares…todas sus ideas, sus planes, sus proyectos veraniegos se tornaban blanquecinos, difuminados como las aspas de colores de un molinillo de viento al girar a toda velocidad.
Ensayo y error. Al final tanta tecnología para regresar al caprichoso método científico, empleado hasta el abuso en muchas facetas de la vida. Descartar, si no es A será B y si no C. Se sentía subido en una cadena de montaje esperando el próximo paso, la siguiente prueba, el nuevo tratamiento.
La tristeza se fundía con cierta desgana y buenas dosis de incertidumbre todo llevado desde una indiferencia que le preocupaba casi más que la inactividad inmediata prescita por el médico.
Los diagnósticos fallidos aclaraban u oscurecían, según se viese, el panorama pero siempre llevaban a nuevas pruebas, nuevos análisis, nuevas hipótesis. De lo que estaba seguro es que sería un verano atípico, pausado y con dolores de cuello de tanto girar la cabeza hacia la Sierra.

19 de julio de 2012

451


Constituía  un  placer  especial  ver  las  cosas  consumidas,  ver  los  objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco  hacia  la  hoguera,  en  tanto  que  los  libros,  semejantes  a  palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía.
Farenheit 451 (Ray Bradbury, 1953)

La observaba absorto, sorprendido de su habilidad, adquirida en unas pocas horas, para manejarse con la pantalla de la tablet coordinando los dedos en una especie de danza armoniosa y rítmica. Por un momento le pareció ver en la cara del chico de MediaMarkt a Lamark sonriendo satisfecho mientras imaginaba a las futuras generaciones con unos dedos extralargos y con movilidad independiente e ilimitada.
- Venga Peque que nos tenemos que ir.
- Espera… ahora que he conseguido conectarme.
-Vale, que nos están esperando en casa.
- Buff…
- Mira que te gustan todas esas pantallitas... ¿Cómo llevas el deber de vacaciones?
- Me quedan 6 páginas de mate y ya lo habré acabado todo….bueno y terminar el libro que tengo que leer…
- Pues cuando acabes lo de mate te compro otro libro que te guste y te lo lees.
- No me gusta ningún libro y no pienso leer más…ya te lo he dicho muchas veces…¡que no me gusta leer!
A pesar de sus esfuerzos tan cansinos como infructuosos de que sus hijas descubrieran que eso que tiene muchas hojas con letras era casi siempre mucho mejor que el último estreno en 3D, no había forma humana. Sentía que la necesidad de abrirles esa ventana era cosa suya y que todo se ponía en su contra. Veía enemigos por doquier, especialmente las maravillosas tecnologías de comunicación actuales. Lo fácil. El toque digital a una pantalla que te lo da todo hecho. Pasividad absoluta. La mente humana receptora de miles de imágenes y documentos que salen a la misma velocidad que entran. La memoria instantánea frente al recuerdo imborrable de historias imperecederas.
Pensaba en todo esto y se daba cuenta de que, en el futuro, Montag no será necesario, no harán falta bomberos que reduzcan los libros a cenizas, que los persigan hasta exterminarlos como la plaga más dañina para la mente humana, con que perduren las compañías de telecomunicaciones será más que suficiente. Ellas siempre velarán por que la (su) información siga fluyendo,  adormeciendo a las masas, distrayéndolas con modas absurdas convertidas en necesidades imperiosas. Evitando cualquier chispa de lucidez y raciocinio.

12 de julio de 2012

Ecuación perfecta


14 horas de diversión + 38º calor + 16 platos comida basura x 800kms  = Parque Warner + mucho sueño

5 de julio de 2012

Fuego

Quería acercarse, pedalear hasta donde las ganas le llevasen, acompañar, con un gesto de inutil solidaridad, en su último aliento a ese monte que se desaparecía por horas. Al subir la primera cuesta de asfalto, levantó la cabeza y se estremeció. No veía sus montañas. El humo lo cubría todo de un manto gris oscuro, ahogando a un sol desconocido y anaranjado cuyos rayos luchaban mortecinos por traspasar los billones de partículas de cenizas que tapaban el cielo. La boca reseca buscaba el aire fresco inexistente y se impregnaba de olor a madera quemada, madera procedente de los montes de Andilla, Lliria, Alcublas o Gátova y Altura, ya dentro de la Sierra Calderona.
Transitaba por Portixol en total soledad entre el humo y la lluvia de cenizas y acículas negras y sombrías, casi como un espectro, siguiendo la pista de la Gota hasta girar a la derecha por el desvío de la Font de la Abella. Arriba arreciaba el viento, ese viento aliado de las llamas que hace imposible cualquier acción humana de control. Desde el mirador el aspecto desolador se completaba con el humo del incendio de Dos Aguas que cubría el horizonte por el Sur.
Se dejo caer hasta La Abella sin poder dejar de pensar en la destrucción, en la desolación, en los millones de seres vivos muertos,  en las cicatrices dejadas en la tierra y reducidas a colores en un mapa desde el satélite en el telediario de turno. Pensaba que era una lástima que esto no sirviera para nada, que esto no fuera a cambiar nada. Sabía que para la gran mayoría, todo acabaría cuando las cenizas dejaran de ensuciar el capó del coche y su selección de futbol ganara el europeo. Que las familias que perdieron a alguien o que perdieron sus viviendas, que los montes calcinados, que toda la vida destruida, pasarán al olvido más absoluto de los demás, salvo de los cuatro locos egoístas que aman la naturaleza, que la disfrutan y que la necesitan. Cuatro locos que se pasarían el día admirando florecillas, bichejos o viendo el color de la panza de los vencejos a los que les el fuego les ha dejado una cicatriz en su interior casi tan grande como la de la propia montaña.
Al final no podía evitar pensar en todo esto y sumirse en un sentimiento de profunda tristeza, impotencia y desesperación.

28 de junio de 2012

¿Crisis?¿Qué crisis?


Julio a la vuelta de la esquina. Olor a verano, a vacaciones. Tiempo de desconexión casi total. Tiempo de declaración de intenciones.
Estaba decidido. Por lo menos durante este pequeño periodo, nadie le iba a amargar más la existencia. No se dejaría. Blindaje. La mejor noticia es no tener noticias. Ni rescates, ni crisis, ni primas. Se acabó. Viva la ignorancia.

21 de junio de 2012

El corazón de las tinieblas

Lo creía ciegamente. Estaba dispuesto a luchar, a encararse con quien dudara de ello, con quien le pusiera peros y objeciones. Ajeno a todo y a todos. Por fin con una fe ciega en algo, en su algo.
Oídos sordos y ojos ciegos a la experiencia, a la razón. Apostó fuerte. Todo o nada. Se sentía ganador antes incluso de comenzar la partida. Él, que lo sopesaba todo. Él, que todo lo analizaba con perspectiva infinita. Entonces no. Entonces pensó que era el momento. Su momento.
Transitó durante años hacia lo imposible, manteniendo su convicción, luchando contra los elementos, dirigiendo su barco a través de la niebla. Desoyendo a su tripulación, fielmente acompañado pero sintiéndose tan sólo en su causa.
Sentado en el suelo apoyando la espalda contra la pared, observaba los cipreses atacados severamente por la Phytophthora que invadía silenciosamente su interior y, sólo  entonces, se mostraba caprichosamente altiva, como sabedora de que ya no había solución alguna para la planta. Tampoco él podía seguir así. Veía el suelo de gravilla infinitamente pisado y se podía ver así mismo casi como Aguirre subido en aquella barcaza buscando su Dorado particular. Pensaba que lo tenía, que lo había conseguido, todos esos años y lo tenía. Ahora veía que no. Ahora lo veía claro. Tras mucho tiempo había llegado al final del trayecto. Pero ahí no estaba Kurtz. Lo buscó pero sólo encontró piedras, muros, agua, polvo, metal y cemento. Sólo encontró lo que podía haber hallado en otros lugares. Sólo encontró el despecho del vacío más absoluto. Nadie. Nada….O sí, le pareció ver a alguien, fue sólo un reflejo, un destello, su imagen refractada, deformada, transformada todos estos años. El viaje, el trayecto habían provocado el cambio, la metamorfosis. Él era Kurtz. Se veía real, cansado, desgastado, angustiado pero por una vez, decidido.

Sabía que podía posponerlo más. La situación se había vuelto insostenible, injustificada, rayando la parodia. Se sentía cansado de mantener aquel sin sentido, de luchar sólo contra todos. De embarcar a los demás en su viaje. Del egoísmo de las dependencias. Pero no tenía fuerzas para afrontar otro viaje, otro trayecto remontando un rio lleno de brumas y obstáculos. Aún así, sabía que debía hacerlo. Por lo menos intentarlo con todas sus fuerzas y disfrutar cada momento como si fuera el último.


 “Vivimos igual que soñamos: solos."

"La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles."

El corazón de las Tinieblas (Joseph Conrad, 1899)

14 de junio de 2012

Peajes



Estos días se despertaba con el sonido de los enormes ventiladores traseros de los turboatomizadores que rompían el silencio de madrugada con su particular silbido inundando el ambiente de microgotas de insecticidas, acaricidas, fungicidas o cualquier otro producto químico indispensable para el mantenimiento de los cítricos. No importaba que no hubiera plagas o que, de haberlas, no afectaran para nada a las características del fruto o al propio árbol. El calendario de tratamientos era, es y será sagrado para cualquier agricultor que se precie. Con la iglesia hemos topado. Si hay que tratar, se trata.

Nada más salir notó el olor de los aromatizantes incorporados en la formulación para avisar de la presencia de un plaguicida. Resignado, aceleraba al máximo a su paso por los campos que se estaban tratando, sin poder impedir que las partículas químicas de síntesis penetraran hasta el último alveolo pulmonar, más receptivo si cabe gracias al esfuerzo físico.

Sonreía ante la paradoja de apostar por la idílica vida campestre huyendo de la ciudad. Allí respirarás aire puro le decían algunos.

Ya de vuelta lo vio al borde del camino, con la cabeza destrozada. Seguramente le pudo la tentación del calor del asfalto y fue incapaz de reaccionar ante la rueda de algún vehículo. Quizá fuese uno de los que se le cruzaron en el camino hace unas semanas. Otra víctima más de la antropización. De la huella de ese hombre incapaz de integrarse sin transformar, incapaz de aprovecharse del medio sin destruirlo. De ese hombre que, en su día, abrió los caminos por la Sierra y que ahora los conserva, gracias al cual puede disfrutar los fines de semana sin ningún remordimiento o culpabilidad.

De nuevo llegó a la conclusión de que nada es perfecto y todo tiene sus inconvenientes. Al final todos tenemos que pagar peajes que para algunos pueden resultar fatales.

7 de junio de 2012

31 de mayo de 2012

Cerezas o cianuro

Subía a ritmo tortuguero por la carretera de las canteras y ya casi llegando al cruce con la carretera de Náquera a Serra le sobrepasaron, sin inmutarse, dos ciclistas con bicis de carretera.
- ¡Eh! Seguro que llevas la mochila esa tan grande para cargarla de cerezas.
- Es verdad que este fin de semana es lo de la fiesta de la cereza.
El recuerdo de ese día en el que en Serra obsequian a lugareños y foráneos con el fruto típico de la población le despertó sus jugos gástricos y pensó que no sería mala idea degustar una buena cantidad de esa fruta tan peculiar y atractiva a los sentidos como postre junto a su triste barrita habitual.
Al entrar en Serra pudo corroborar que, a horas tan mañaneras la población dormía plácidamente teníendose que conformar con emular a los Indurain y compañía pasando en completa soledad por debajo del cartel que anunciaba la celebración. Las calles desiertas le invitaron a dirigirse hacia las pistas del Castillo y olvidarse, muy a su pesar, de la roja fruta del Prunus avium.
Andaba a sus anchas, ascendiendo en solitario las cortas aunque exigentes rampas del  Castillo de Serra, cuando ya en el desvío para tomar la pista hacia la carretera del Garbí las vio. Azarosas, las zygaenas no paraban de revolotear en torno a las flores cercanas, haciendo caso omiso de su presencia. Se presentaban descaradas, hasta encontradizas. Extraordinariamente fotogénicas como presumiendo de su belleza y exhibiéndola a cámara. Mostrando al mundo sus colores aposemáticos, seguras de sí mismas, como sabedoras de que el ácido cianhídrico que recorre su cuerpo las protege ante posibles depredadores y que sus llamativos colores actúan de advertencia. Semáforo en rojo. No tocar.
Por un momento se vio a si mismo tirado en el margen del camino envuelto en mariposas metálicas de manchas rojo cereza. Agradeciendo el madrugón que le obsequió con el placer visual a costa del gustativo.

24 de mayo de 2012

Ciclomontañismo de pacotilla (IV): Vértice geodésico

Avanzaba a ritmo pausado entre las brumas, ascendiendo lentamente por la pista de la Cartuja. Nubes bajas y humedad relativa alta. A su izquierda observaba siluetas multicolores rompiendo el paisaje de tonos blancos y grises, retorciéndose en la larga ascensión por la pista de Rebalsadores y desapareciendo por momentos como engullidos por la tierra roja.
En el mirador le esperaba un desfile de nubes inquietas, que se desplazaban veloces, como queriendo abrazar delicadamente a las montañas, casi pidiendo permiso para descargar su líquido elemento. Allí a lo veía todo más claro. Sus pensamientos se simplificaban, su mente, se aclaraba por momentos. Por un instante se siente privilegiado de formar parte de este todo enorme, precioso, infravalorado por muchos, tan fuerte y tan delicado a la vez, dependiente de los oscuros intereses de unos pocos ciegos a los que no les interesa ver más allá de su propio beneficio.

17 de mayo de 2012

Algo diferente


Decidió darle la espalda argumentando absurdas excusas de amante. La despechó esquiva, casi furtivamente. Sabía que no eran más que peleas de enamorados para disfrutar más de la reconciliación. Buscaba a otras, iguales pero distintas, que le hicieran sentir emociones diferentes, buscaba saborear sensaciones nuevas o revivir algunas casi olvidadas. Coronas pequeñas y plato grande. Desarrollos cómodos que elevasen la relación distancia-tiempo de manera directamente proporcional a su ego. Pistas con ridículos porcentajes de desnivel. Abultados kilometrajes que le permitieran presumir ante los legos en la materia.

Durante la primera hora se deslizó casi dejándose caer con un rodar cómodo y suelto para cruzar el Túria por segunda vez en el día, sirviéndose de sus aguas como efímero refresco, incapaz de oponer resistencia alguna a la potente pegada del sol de mediodía. Ascendía leve pero constantemente a través de la Rambla Castellana, vilmente explotada y herida en su tramo final por la mano del hombre en su afán de extraer, sin mesura ni condición, todo tipo de materiales a la madre naturaleza. Cruzaba entre cónicas y artificiales montañas de gravas de distintos calibres, dejando atrás el murmullo del río y su frescor. Pedaleaba rítmicamente por la tierra blanquecina, escoltado por el volar de los mirlos, las golondrinas y los bellísimos abejarucos, imbuido en la soledad de sus pensamientos, sólo alterados cuando se sumergía en auténticas lenguas de cantos rodados convertidas en traicioneras arenas movedizas. Avanzaba siempre acompañado por cientos de dípteros de todos los géneros y tamaños que, gentiles, se unían a su viaje enganchándose en su maillot o en cualquier parte –noble o no- de su cuerpo. Remontaba a ritmo ya cansino dejando atrás las casitas clónicas de Domeño, sintiéndose cada vez más acogido por una rambla que, por momentos, se tornaba estrecha y encajonada, mostrando entonces su vegetación más exuberante a base de zarzas, adelfas, higueras y una infinita variedad de herbáceas en floración que se encargaban de cubrir la totalidad de la paleta cromática. Tras alcanzar Casinos tocaba salir de ese útero materno en el que tan reconfortado se hallaba y pagar peaje en forma de kilómetros asfaltados en dirección a Alcublas para girar hacia el Este y tomar las pistas anchas y cómodas del Camino del Canal, fielmente escoltadas por infinidad Convolvulus y amapolas y, rodar siempre en ligero descenso entre cultivos de secano hasta llegar a Marines, desde donde, tras interrumpir la siesta matutina a un par de lagartos ocelados, completar el círculo y llegar a casa deseando, más si cabe, volver a retorcerse por las empinadas pistas de tierra roja de la Calderona.

10 de mayo de 2012

Simplicidad

Colocaba una y otra vez al crisomélido en la mitad del palito y sistemáticamente, una y otra vez, ascendía decidido hacia el extremo superior. Una vez allí, tras escasos segundos de analizar la situación, de que ocelos y omatidios mandaran las señales a su protocerebro, y que sus antenas y sensilias recogieran los cambios en el ambiente, desplegaba sus élitros y volaba torpemente hasta aterrizar en la mata más próxima.
Tras varias repeticiones el comportamiento seguía siendo exactamente el mismo. A pesar de la experiencia parecía no existir aprendizaje alguno. El abanico de posibles soluciones era dinamitado por la acción-reacción, por el momento, sin tener en cuenta lo sucedido segundos antes. Parecía como si al escarabajo no le importara lo más mínimo lo que acaba de suceder ni lo que, a ciencia cierta, sucedería segundos más tarde y, ejecutara la acción que le dictaba sus instintos de artrópodo.
Se tumbó sobre la seca vegetación mirando las nubes oscuras y amenazantes que discurrían aceleradas, con el único sonido del viento y respirando a tierra, tomillo  y romero. Por unos instantes dejó de pensar en mañana, incluso en las horas siguientes. Concentró su mente en nada y en todo, envidiando la sencillez de otros, deseando poder afrontar la vida de otra manera, mirarla con otros ojos. Quizás no era tan complicado. Por un momento incluso llegó a convencerse de poder hacerlo.
Cuando se levantó, el coleóptero seguía en la misma esparraguera donde fue a parar tras su enésimo aterrizaje, quizás esperando algún tipo de estímulo externo que le hiciera reaccionar exactamente de la misma manera en que lo había hecho anteriormente.
Bendita simplicidad.

3 de mayo de 2012

Futuro imperfecto de indicativo

…De nuevo en la cocina, rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar una moneda para poner la cafetera en marcha. Oliendo el (para él) insólito aroma, volvió a mirar el reloj y vio que ya había pasado el cuarto de hora, así que se dirigió con presteza a la puerta del apartamento, dio la vuelta al tirador y levantó el pestillo.
La puerta se negó a abrirse.
- Cinco centavos, por favor.
Chip registró sus bolsillos. Ya no le quedaba calderilla, no tenía nada.
- Te pagaré mañana, dijo a la puerta. Volvió a mover el tirador, pero seguía firmemente cerrada-. Si te pago, será en todo caso por algo perfectamente gratuito: no tengo por qué pagar nada.
- No opino lo mismo –respondió la puerta-. Repase el contrato que firmó al comprar este apartamento.
Chip encontró el contrato en un cajón de su escritorio; después de firmarlo había tenido que consultarlo muchas veces. Es cierto: el pago de cinco centavos para que la puerta se abriera o cerrara era obligatorio. No se trataba de ninguna propina.
- Ya ve que tengo razón – dijo la puerta con satisfacción.

Ubik (Philip K. Dick, 1969)
...

El conseller de Salud de la Generalitat, Boi Ruiz, planteó al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, aplicar un copago por la comida servida a los pacientes en los hospitales, argumentado que es un gasto que el paciente debería tener igualmente si estuviera en casa.

26 de abril de 2012

25 años, 5 meses y 10 días



A esa hora de la tarde el Gulliver bullía de actividad, asemejándose a la entrada de un hormiguero en verano con el ordenado ajetreo anárquico de las hormigas obreras entrando y saliendo por sus múltiples orificios.

- Otra vez… Otra vez…
- Pero si acabas de tirarte por el verde este tan empinado…espérate un poquito y nos volvemos a tirar por el grande.
- ¡Otra vez papá!
- Vaaale, vamos para arriba.
 ...

Muchas veces cuando se acostaba y su cabeza tenía tiempo para pensar se daba cuenta que apenas habían intercambiado cuatro frases rutinarias. Se decía a sí mismo que todo esto era normal, que entre los trabajos, las enanas, las idas y venidas y los kilómetros diarios, no daban para más. Que era lógico que en sus conversaciones no fueran más allá de los últimos síntomas víricos de la pequeña, de a ver quien recoge a la mayor o de por qué nos han cobrado tanto de luz este mes. 

Cuando disponían de un rato lo aprovechaban en irse los cuatro y disfrutaban viendo disfrutar a sus hijas casi más que ellas mismas. Al final llegaba a la conclusión de que no estaban más que en otra etapa de su vida, otra fase distinta a la anterior por la que se pasa y por la que habían decidido pasar y que además, lo estaban haciendo gustosamente. Sabía que ninguno de los dos cambiaría eso por nada ni, por supuesto, por volver atrás, a la libertad, a disponer de tiempo para los dos, a poder viajar y hacer todas esas cosas que, a veces cuando las recordaban, les sonaban demasiado lejanas. Sabía eso de ella y sabía que seguía ahí a su lado, tan directa como siempre, tan expresiva como transparente, tan locuaz como sincera. Le había tocado ser la auténtica sufridora de sus manías y sus decisiones, muchas veces egoístas y atropelladas. Siempre estaba ahí, esperando gestos y palabras no por innecesarios, agradecidos. Gestos y palabras unidireccionales, sólo tenían billete de ida. A estas alturas ella conocía perfectamente su incapacidad innata para expresar sus sentimientos que parecían perderse como atrapados en el laberinto de pasillos interminables de su mente. Eso no impedía que siempre estuviera ahí, un día tras otro, sin un pero, sin reclamar nada a cambio. Siempre dando tanto para recibir tan poco.

19 de abril de 2012

Impronta


1. Reproducción de imágenes en hueco o de relieve, en cualquier materia blanda o dúctil, como papel humedecido, cera, lacre, escayola, etc.
2. Marca o huella que, en el orden moral, deja una cosa en otra.
3. Biol. Proceso de aprendizaje que tiene lugar en los animales jóvenes durante un corto período de receptividad, del que resulta una forma estereotipada de reacción frente a un modelo, que puede ser otro ser vivo o un juguete mecánico.

Empujado por el entusiasmo de la inexperiencia y por un nerviosismo fruto del desconocimiento absoluto del terreno, ascendió a buen ritmo por la subida de la Cartuja. Como siempre, le gustaba ir cerrando el grupo siempre comandado por Paco, del que si algo podía asegurar es que conocía mejor la Sierra que el pasillo de su casa. Los ojos abiertos como platos. Sin tiempo ni ganas de darse cuenta del dolor de piernas que iba acumulando. Alcanzaron por fin lo que parecía el final de la ascensión para llanear durante un trecho y oxigenar un poco los músculos. Su cabeza giraba continuamente de un lado a otro de la rojiza pista, encontrando con la mirada una auténtica red de caminos, cruces, senderos y monte. Sólo monte. Aquello le parecía un pequeño paraíso terrenal, virgen e inexplorado. Giraron a izquierdas dejando a su derecha una fuente y, de nuevo pista arriba, sin descanso. Se acopló a la última rueda e intento aguantar todo lo posible echando el resto ante los primeros síntomas de desfallecimiento. Tras unos kilómetros eternos llegaron al que sería el punto de retorno de la ruta, aunque él sólo veía otra fuente más donde dar cuenta de sus escasas provisiones. Paco, hombre de pocas palabras, sintió en esos momentos la necesidad de pronunciar algunas: “ahora todo para abajo y con cuidado”. Tras un breve llaneo comenzaba una pista en fuerte descenso con unas zetas iniciales que desembocaban en un barranco donde la pista mutaría y se convertiría en un sendero ancho repleto de piedras de rodeno de todos los tamaños y formas. Las vainas planas y sobredimensionadas del triángulo trasero de su Cannondale le repelían del sillín en cada piedra, mientras que su cara se acercaba peligrosamente a la cubierta delantera “gracias” a una posición más propia de la carretera propiciada por una potencia invertida de 130mm. Los dedos se le entumecían forzando las manetas de los Dia-Compe mientras que, por debajo, la horquilla rígida Pepperoni de aluminio transmitía la mínima irregularidad del terreno hasta el último músculo de su cuello. De vez en cuando se aproximaban demasiado y, al reaccionar casi de oídas al los frenazos de sus predecesores, llegaban a tocarse las ruedas. En ocasiones, ante el grito sabio del guía, tocaba desmontar y patear para sortear zonas que, en aquellos momentos, consideraba totalmente inciclables. Finalmente llegaron a otra zona de llano donde la palabra pista recuperó su significado totalmente y se dejó llevar relajado por la descarga de adrenalina.


¡¡Otra vez!!...Furioso consigo mismo gritó en voz alta, emitió algún que otro improperio vejatorio hacia su persona. La tenía grabada. Marcada a fuego. Eran sólo dos pequeños tramos pero siempre se le resistían. Llevaban 20 años haciéndolo y hoy no iba a ser menos. Si piensas que no vas a pasar no pasarás se repetía a sí mismo.

La pista del barranco de La Vigueta seguía atragantándosele. Aguantaba ahí, imperturbable, quizás no con la dureza de antaño, de aquella primera vez cuando bajando pensaba que era inexpugnable. Ahora se había suavizado, pero aún así resistía, orgullosa, numantina, espartana.

Dejó la bici a un lado y aprovechó el parón para hacer unas fotos que, sabía nunca reflejarían su dureza. Lobo con piel de cordero. Contempló de nuevo esa visión tantas veces vista. Se deleitó de nuevo con sus colores rojizos, verdes, grises y azulados combinados en una imagen impagable, silenciosa y serena. Siempre protegido del viento que hoy soplaba frío y con fuerza.

Se imaginaba en un futuro no muy lejano como ahora mismo, haciendo lo mismo, empujando la bici rendido y agradecido a la montaña pero disfrutando igual o más que hace 20 años cuando la huella de la montaña quedó grabada para siempre.

12 de abril de 2012

Miedo


Bruno llegó en su noveno o décimo  cumpleaños con su jaula en forma de casita y pronto se convirtió en un elemento más de la decoración del comedor. A veces pasaba tardes enteras mirándolo. Realmente parecía que se vigilaban mutuamente en un cruce de miradas niño-pájaro típico de un spaguetti western de Leone casi compitiendo a ver quien desviaba antes la vista. Como anticipando futuros estudios etológicos, solía dejar abierta la puertecilla de la jaula durante horas, pero el periquito nunca se atrevía a salir de su metálico y claustrofóbico hogar. No conseguía comprender que, siendo el vuelo la cualidad principal de un pájaro, este no tuviera ningún interés por ello. Incluso alguna vez optó por cogerlo suavemente y sacarlo al mundo exterior pero, nada más soltarlo volvía raudo a la seguridad de su cubículo dorado.
El animal disfrutaba de todos los cuidados que se le pueden dispensar a estas pobres aves e incluso cuando pasaron unos años se le concedió la compañía de una hembra con la compartiría una nueva jaula más grande, acorde al aumento de la familia. De vez en cuando repetía el gesto de dejar la puerta abierta y a veces cuando volvía al comedor veía a la hembra chocando contra el cristal de la ventana mientras que Bruno se mantenía impasible en su jaula.
Ante tal comportamiento, su mente infantil llegó a la conclusión de que el animal se sentía tan a gusto en su jaula que no necesitaba salir para nada en absoluto. Se preguntaba qué pasaría por la pequeña mente del ave cuando miraba de aquella manera a los que durante años ejercían de dioses benefactores aportándole todo lo necesario para la subsistencia e incluso más. Comprendió que la comodidad y, sobre todo, el miedo habían ganado la batalla a la libertad. Por supuesto Bruno murió en su jaula y, él decidió en ese momento no tener más pájaros ni más jaulas.
Conducía cansinamente camino del trabajo, desayunándose con los recortes en las “intocables” Sanidad y Educación, con la prima por las nubes y las expectativas por los suelos. De nuevo se repetía a sí mismo la misma cantinela de los últimos años. Podía dar gracias, estar contento. Tenía trabajo. Podía pagar religiosamente una casa que no sería suya, con un poco de suerte, hasta dentro de 15 años. Podía llenar el depósito con ese líquido a precio de Ribera del Duero y, de momento, aunque haciendo filigranas, podían mantenerse a flote. Pensaba de nuevo en todo esto, medio abstraído al volante y por un momento se acordó de Bruno, ese pájaro acomodado y miedoso que no quería volar.

5 de abril de 2012

Ciclomontañismo de pacotilla (III): Castillo de Olocau

Últimamente tenía la sensación de que todo iba en su contra. Como su tuviera que luchar más si cabe contra todo. Recordaba cuando, de pequeño, en una de sus pesadillas recurrentes, se levantaba de la cama e intentaba cruzar el kilométrico pasillo de su casa, convertido en una pista minada de obstáculos, a cada cual más absurdo, que se lo impedían, no sentía dolor alguno, tan solo impotencia. La misma impotencia que sentía ahora, la impotencia del que sólo encuentra incomprensión. Del que tiene la necesidad de justificar cada uno de los minutos de las escuálidas tres horas semanales que dedica a su afición, a su válvula de escape.
Cuando conseguía atravesar el pasillo salía a la calle, desierta, e intentaba correr, pero sus piernas no le respondían, el máximo esfuerzo suponía un mínimo avance que resultaba baldío para evitar el imaginario mal que le acechaba. Al final caía al suelo y despertaba.
En su casa ya no hay pasillo, pero esto no le evita tener que luchar durante la semana contra muchas cosas para lograr una victoria pírrica siempre aderezada con el regusto amargo de la culpabilidad.
Sus salidas semanales se habían convertido en un tour de force contra demasiadas cosas. Luchaba contra un ejército de problemas físicos, mecánicos, horarios, familia, reproches, explicaciones, silencios y malas caras. Hasta ahora había conseguido vencer, salirse con la suya y cada ruta dominical por corta y sencilla que fuera era para él una victoria. Pero sentía como poco a poco la balanza comenzaba a inclinarse inexorablemente hacia el lado fácil, hacia el lado cómodo. Por eso decidió cambiar de estrategia. Luchar contra los elementos buscando nuevos retos, nuevas rutas que alimentaran su ilusión, que renovaran su motivación.
Esta vez no le importó esperar una semana más para ejecutar ese segundo servicio y lograr la cumbre. Vencido por el tiempo y por los pinchazos prometió volver a la semana siguiente y tocar esos muros que, de momento, sólo podía ver desde abajo. Ahora, por fin desde la cumbre sonrío satisfecho al comprobar cómo, efectivamente, esos muros se mantienen “a plomo y escuadra” sobre los cortados.

29 de marzo de 2012

Química

Los tres comprimidos permanecían perfectamente alineados, casi camuflados entre el color blanco de la mesa de la cocina. Tres cápsulas, inertes, aparentemente inofensivas, con quien sabe qué combinaciones de elementos de la tabla periódica, unidos por enlaces de todo tipo y condición a coadyuvantes, emulgentes, estabilizantes, saborizantes y demás aditivos inocuos a la vez que altamente recomendables para mejorar su posología. Evitaba leer los prospectos, sabedor de que no le ayudaría en nada. Conocía perfectamente la mecánica de la puesta en el mercado de otros tipos de productos químicos. Las fichas de seguridad con todos los posibles efectos nocivos y sus consecuencias.  Las advertencias y contraindicaciones. Sabía que no tenía más remedio, tras esperar una semana y comprobar que el dolor no remitía, tuvo que claudicar. Era fácil, sólo debía seguir el tratamiento y engullir metódicamente esas píldoras durante los próximos diez días y esperar que el dolor desapareciera.
Así, mientras la impresora laser de la consulta vomitaba las recetas, no podía quitarse de la cabeza la escena en la que House, encarcelado, montaba un pequeño incendio para poder apropiarse de unas cuantas pastillas de vicodina. Se veía a sí mismo condenado a la convivencia diaria con antiinflamatorios, antibióticos, protectores estomacales y toda una pléyade de formulados con múltiples efectos secundarios, conocidos o no, que acabarían con sus escasos órganos vitales todavía saludables.

- ¿Pero qué haces mirando las pastillas?
- No sé yo si tomármelas…
- Pero si es un antibiótico y un ibuprofeno…luego te pasas el día en el trabajo rodeado de productos químicos y comes cualquier porquería por ahí…anda trágatelas que ya te vale.