22 de septiembre de 2015

Un mundo feliz


- "El secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que se tiene la obligación de hacer".
- "La gente es feliz; tiene cuanto desea, y no desea nunca lo que no puede tener".
- “Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social, del que no podrá librarse”.
- “La civilización no tiene en absoluto necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambos casos son síntoma de ineficacia política”.
"Los discursos sobre la libertad del individuo. La libertad de no servir para nada y ser desgraciado. La libertad de ser como clavija redonda en el agujero cuadrado".

Un mundo feliz. Aldous Huxley. 1932.
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El monzón hacía el ambiente sofocante. Calor. Un cielo grisáceo que apaga todos los colores. La mezcla de olor a aceites refritos, sudor, agua estancada, basura acumulada disputada entre hombres y cuervos. Charcos inmensos a modo de estanques en cruces y calles. El sonido incesante y sistemático de decenas de cláxones y motores de combustión de todo tipo de vehículos. Gente y más gente por calles, aceras, invadiendo tiendas destartaladas con estanterías hasta el techo llenas de cualquier cosa que se pueda vender. Puestos ambulantes con toda clase de alimentos perecederos o no. Dos semáforos. Apáticos guardias urbanos, con varas que usan sin contemplaciones, jugando a un Tetris tridimensional cada mañana y en el que se saben perdedores antes de iniciar la partida. Edificios que envejecieron sin terminarse mostrando su esqueleto y con él, la intimidad de sus ocupantes en un reality con audiencia cero. Hombres con el torso desnudo, cuerpo fibroso y ojos blanquísimos de mirada perdida, tirando de rickshaws en los que viajan hombres, mujeres y niños hablando con el móvil con total tranquilidad. Polvo, mucho polvo. Atascos monumentales. Autobuses destartalados y repletos con los laterales rascados mostrando sus heridas de guerra. Agresividad. Atascos eternos. Colapso. Y al salir del caos de nuevo más caos.


Observaba todo intentando no perder detalle, respirando el aire acondicionado en el interior del taxi que les conducía de vuelta al hotel. Le gustaba fijarse en la gente. Se preguntaba cómo podían convivir diariamente con esa anarquía. Veía a los hombres cargados con materiales o enseres de todo tipo, veía como se humedecían los labios resecos con la lengua ante la imposibilidad de beber o comer durante las horas de luz por el Ramadán. Pasaban junto al taxi en bicicleta o carromatos cargados de jackfruits, mangos o de cualquier otro sabroso fruto de temporada. Se fijaba en las mujeres, la mayoría cubiertas con velo, pero algunas sin él, que cruzaban las calles con decisión a través de los estrechos pasillos que dejaban los vehículos en el atasco. Sin conseguirlo, trataba de mostrar indiferencia ante la gente que le daba pequeños golpecitos en el cristal de la ventanilla para pedir limosna. Un viejo sin manos, mujeres con el rostro deformado y, niños, muchos niños, desfilaban incansables de un coche a otro y luego a otro. Demasiados niños, pensó, sin otro futuro que vivir en y del atasco diario.

Estaba convencido de que el ambiente siempre es más determinante que el individuo. El fenotipo se imponía al genotipo. No podía evitar pensar en la fortuna de nacer en un lugar o en otro del planeta es lo que marca el devenir de cada individuo. Lo que para unos representa un regalo otorgado por el azar que les permite crecer en un ambiente con todas las necesidades básicas –y alguna más- cubiertas, para otros es una vida anclada a una cadena perpetua que resulta casi imposible romper.

Siempre se preguntaba qué posibilidad había de cambiar esto. ¿Qué posibilidad real tiene los niños de Dhaka, aun deseándolo, de salir de ese ambiente y cambiar su vida por otra supuestamente mejor? Esa supuesta libertad de elegir su destino ¿es real o una quimera que les mantiene esperanzados y felices?¿Es suficiente con tener la conciencia de la libertad de elección, tener el deseo de mejorar, de prosperar aunque en la práctica ese deseo sea casi una utopía? ¿Realmente estamos tan lejos de la dictadura que Huxley plantea en Un mundo feliz por el mero hecho de que allí nadie aspira a nada más de para lo que ha sido creado y aquí sí?.

Le sirven un té oscuro en un vaso de cristal desgastados por el uso. Está ardiendo lo que invita a la conversación mientras se degusta con calma. Sentados en unas sillas a las puertas de la cafetería de la Universidad de Dhaka, desconecta de tanto inglés y, por un momento se abstrae y mira a su alrededor. Lo que ve no se diferencia mucho del bar de su Facultad. Seguramente, si entendiera lo que oye tampoco distaría mucho de las inquietudes de un joven universitario europeo…o si.