28 de junio de 2012

¿Crisis?¿Qué crisis?


Julio a la vuelta de la esquina. Olor a verano, a vacaciones. Tiempo de desconexión casi total. Tiempo de declaración de intenciones.
Estaba decidido. Por lo menos durante este pequeño periodo, nadie le iba a amargar más la existencia. No se dejaría. Blindaje. La mejor noticia es no tener noticias. Ni rescates, ni crisis, ni primas. Se acabó. Viva la ignorancia.

21 de junio de 2012

El corazón de las tinieblas

Lo creía ciegamente. Estaba dispuesto a luchar, a encararse con quien dudara de ello, con quien le pusiera peros y objeciones. Ajeno a todo y a todos. Por fin con una fe ciega en algo, en su algo.
Oídos sordos y ojos ciegos a la experiencia, a la razón. Apostó fuerte. Todo o nada. Se sentía ganador antes incluso de comenzar la partida. Él, que lo sopesaba todo. Él, que todo lo analizaba con perspectiva infinita. Entonces no. Entonces pensó que era el momento. Su momento.
Transitó durante años hacia lo imposible, manteniendo su convicción, luchando contra los elementos, dirigiendo su barco a través de la niebla. Desoyendo a su tripulación, fielmente acompañado pero sintiéndose tan sólo en su causa.
Sentado en el suelo apoyando la espalda contra la pared, observaba los cipreses atacados severamente por la Phytophthora que invadía silenciosamente su interior y, sólo  entonces, se mostraba caprichosamente altiva, como sabedora de que ya no había solución alguna para la planta. Tampoco él podía seguir así. Veía el suelo de gravilla infinitamente pisado y se podía ver así mismo casi como Aguirre subido en aquella barcaza buscando su Dorado particular. Pensaba que lo tenía, que lo había conseguido, todos esos años y lo tenía. Ahora veía que no. Ahora lo veía claro. Tras mucho tiempo había llegado al final del trayecto. Pero ahí no estaba Kurtz. Lo buscó pero sólo encontró piedras, muros, agua, polvo, metal y cemento. Sólo encontró lo que podía haber hallado en otros lugares. Sólo encontró el despecho del vacío más absoluto. Nadie. Nada….O sí, le pareció ver a alguien, fue sólo un reflejo, un destello, su imagen refractada, deformada, transformada todos estos años. El viaje, el trayecto habían provocado el cambio, la metamorfosis. Él era Kurtz. Se veía real, cansado, desgastado, angustiado pero por una vez, decidido.

Sabía que podía posponerlo más. La situación se había vuelto insostenible, injustificada, rayando la parodia. Se sentía cansado de mantener aquel sin sentido, de luchar sólo contra todos. De embarcar a los demás en su viaje. Del egoísmo de las dependencias. Pero no tenía fuerzas para afrontar otro viaje, otro trayecto remontando un rio lleno de brumas y obstáculos. Aún así, sabía que debía hacerlo. Por lo menos intentarlo con todas sus fuerzas y disfrutar cada momento como si fuera el último.


 “Vivimos igual que soñamos: solos."

"La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles."

El corazón de las Tinieblas (Joseph Conrad, 1899)

14 de junio de 2012

Peajes



Estos días se despertaba con el sonido de los enormes ventiladores traseros de los turboatomizadores que rompían el silencio de madrugada con su particular silbido inundando el ambiente de microgotas de insecticidas, acaricidas, fungicidas o cualquier otro producto químico indispensable para el mantenimiento de los cítricos. No importaba que no hubiera plagas o que, de haberlas, no afectaran para nada a las características del fruto o al propio árbol. El calendario de tratamientos era, es y será sagrado para cualquier agricultor que se precie. Con la iglesia hemos topado. Si hay que tratar, se trata.

Nada más salir notó el olor de los aromatizantes incorporados en la formulación para avisar de la presencia de un plaguicida. Resignado, aceleraba al máximo a su paso por los campos que se estaban tratando, sin poder impedir que las partículas químicas de síntesis penetraran hasta el último alveolo pulmonar, más receptivo si cabe gracias al esfuerzo físico.

Sonreía ante la paradoja de apostar por la idílica vida campestre huyendo de la ciudad. Allí respirarás aire puro le decían algunos.

Ya de vuelta lo vio al borde del camino, con la cabeza destrozada. Seguramente le pudo la tentación del calor del asfalto y fue incapaz de reaccionar ante la rueda de algún vehículo. Quizá fuese uno de los que se le cruzaron en el camino hace unas semanas. Otra víctima más de la antropización. De la huella de ese hombre incapaz de integrarse sin transformar, incapaz de aprovecharse del medio sin destruirlo. De ese hombre que, en su día, abrió los caminos por la Sierra y que ahora los conserva, gracias al cual puede disfrutar los fines de semana sin ningún remordimiento o culpabilidad.

De nuevo llegó a la conclusión de que nada es perfecto y todo tiene sus inconvenientes. Al final todos tenemos que pagar peajes que para algunos pueden resultar fatales.

7 de junio de 2012