24 de febrero de 2011

Chemtrails


El tiempo vacío le llevaba a diseñar verdaderas teorías conspiratorias tanto globales como, sobre todo, personales.

Todo estaba perfectamente estructurado para hacerle caer en la trampa. Siempre había una doble intención en aquella solicitud de informe o en aquella reunión en la que se decidían cosas a la que no era invitado.
Desde la distancia, esta teoría resultaba particularmente patética ya que, aparte de otorgarle una importancia de la cual, seguramente carecía, no tenía ningún motivo de existencia fuera de su mente. De nuevo, como decía su idolatrado Occam, la teoría más simple siempre solía ser la más probable.
Al final nada como una buena dosis de trabajo para disipar esos hilos químicos que se entrelazaban en su cabeza como telarañas impidiéndole avanzar más allá de sus propios pensamientos. Todo se reducía a simples halos que se desvanecían con la mirada.

10 de febrero de 2011

Historias

Aquel día decidieron que el paseo vespertino sería en sentido contrario al habitual. En vez de recorrer el atestado paseo marítimo subirían hasta el faro. Tras casi 30 años de repetir destino estival, conocía cada calle y casi hasta cada roca de la playa. Las sorpresas se reducían a las contadas novedades en los platos del menú diario o a alguna actuación nocturna si coincidían con la semana festiva de la localidad. Ese año ni siquiera eso. Se contentó pensando que, ascendiendo por la prolongación del paseo por lo menos disfrutarían de la ligera brisa marina en otra noche sofocante de un verano monótono hasta en lo climatológico.
La acera enlosada del paseo moría al comenzar la ascensión para dejar paso al asfalto de la carretera que tan sólo quedaba separado del mar por los típicos muretes discontínuos que servían de asiento a los monótonos andadores turistas. La carretera ascendía sin descanso hasta llegar a la misma torre del faro. Siempre que giraba la primera curva a izquierdas no podía evitar mirar hacia abajo y ver como rompían las olas contra las rocas. Tenía grabada en la retina la imagen de los pescadores de dorados con sus larguísimas cañas con sedales de acero imposibles de cortar que terminaban en anzuelos múltiples a los que enganchaban generalmente sardinas u otras especies de similar tamaño. Pero lo que realmente le entusiasmaba era observar a estos formidables peces una vez capturados nadar en los charcos formados en las rocas, conservando toda su gallardía a pesar de tener el anzuelo clavado en la boca y de haber planteado una auténtica lucha de fuerza de la que, muchas veces, salían victoriosos.
Ese día, mientras se asomaba por enésima vez a las rocas, se sorprendió a sí mismo contándole esta historia a su hija mientras en su mente recordaba cómo años antes su padre le contaba otras a él en ese mismo lugar, sabedores ambos de que muchas cosas nunca más se repetirán.

3 de febrero de 2011

Ruidos


Silencio.

Jamás hubiera imaginado que una de las cosas que más detestaría de su nuevo hogar fuera el silencio.
Los ruidos estridentes, machacones, artificiales, las músicas repetitivas, sonidos metálicos, motores de combustión, gritos y demás contaminación acústica fueron uno de los desencadenantes de su huida de la urbe. Ahora ni siquiera escuchaba el sonido constante y reiterado que los grillos macho emitían al frotar sus alas para atraer a las hembras. No se podía decir que los echara de menos pero sí que deseaba escuchar algo, algún sonido para enmascarar aquel pitido, para esconderlo, para distraerse de su existencia como ocurría durante el día. La noche, sin embargo era momento de reencuentros íntimos, él y sus acúfenos, siempre fieles a su cita, no solían fallar, valía la pena no pensar en ello porque entonces resonaban con mayor fuerza e insistencia.
Sus desvelos le llevaban a distinguir distintos tonos, dentro de la agudeza general del sonido que, a veces, llegaban a formar primitivas melodías en su subconsciente. En ocasiones funcionaban como canciones de cuna pero lo usual era que fueran aumentando su nivel de intranquilidad poniendo a prueba sus ya de por si maltrechos y susceptibles nervios, lo que le conducía a un periodo de insomnio hasta que acababa sucumbiendo al sueño con la esperanza de que al despertar se hubieran marchado de su cabeza. Casi nunca era así. Despertaba de nuevo acompañado por los pitidos aunque ya en un segundo plano, mitigados por los ruidos ambientales de la mañana de que eran sus fieles aliados en esta batalla perdida. Es cierto que había temporadas que parecían desaparecer por completo, pero sabía que seguían ahí, agazapados, retornando insistentemente a la menor ocasión, sin aviso, traidores, de la misma manera que llegaron.
Tras la ya superada etapa de documentación de la ¿enfermedad? y las visitas infructuosas al médico, aprendió el difícil arte de la convivencia, del respeto, de tratar con sumo cuidado sus tímpanos, sin exponerlos a ruidos fuertes, para evitar de esta manera que los animalillos que los habitaban se quejaran de forma muy ruidosa. Resignado sabedor en cualquier caso de que, simplemente, se trataba de otra pequeña carga que portear en el proceso deterioro de su existencia vital.