28 de julio de 2013

De parques y naturaleza


Montequemado. Es el nombre por el que siempre había conocido a esta montaña que se torna casi en pared vertical asomándose al Turia, que la envuelve entre un mar de cañas y vegetación de ribera. Sus faldas terminaban en un barranco angosto que daba a una sendita preciosa y solitaria que acompañaba al rio en su camino hacia La Pea, alejándose poco a poco del término de Pedralba para entrar en el de Benaguacil y más tarde en Villamarchante. Nunca vio los pinos de mayor tamaño que su altura. Esos árboles de crecimiento ultrarápido siempre perdían la carrera contra el fuego.

Montequemado. 2006. Comprendió el porqué del nombre. En esos tiempos de foros y trialeras le gustaba acercarse a su mirador y contemplar el rio a sus pies. El fuego llegó entonces hasta allí y le gustaba contemplar donde se detuvo casi de forma caprichosa por el río, le gustaban observar esos árboles que conservaban aún algunas ramas verdes, los llegaba a ver casi como auténticos héroes que se habían sacrificado parando las llamas, salvando a sus vecinos.

Montequemado. 2012. El fuego rodea casi el pueblo, se salva la zona del parque que parece protegida, incluso altiva en su nuevo status quo. Lo demás se quema como gran parte de los montes de Los Serranos, parecía escapar a ese final escrito que le invitaba a sucumbir, casi por solidaridad, por simpatía, como suele propagarse el fuego.

Montequemado. 2013. Esta vez fue en pleno corazón del parque natural. En la única zona natural de ese parque domesticado, urbanizado, antropizado y urbanizado hasta el límite. Promocionado y ultravisitado por todos, incontrolable e incontrolado. Fruto más del capricho que de la razón. Le gustaba pensar, aunque fuera puro egoísmo, que todo esto acababa cuando finalizaba la pista blanca, cuando moría a la altura de Villamarchante. Que la zona de Pedralba, el verdadero parque, seguía virgen para la masa.

Montequemado. 2013. Le sorprendió en otro parque, uno de esos de eterna diversión y de cervezas a 5 euros, de pulseras doradas y de voces eslavas. Ardía La Pea, la ribera del Turia otra vez.  Los cañares, pura gasolina vegetal, prendían un bosque encajonado entre montañas, pura chimenea. Lo demás sólo fue cuestión de física básica. Conducción, inducción y convección. La balanza se desnivelaba más si cabe. El parque menos natural tenía cada vez menos de natural y más de parque. Y, de nuevo esquivando su destino, ha podido escapar a las llamas.Su trocito de monte seguía ahí, desafiando día a día su destino. Una suerte que no durará siempre. 





9 de julio de 2013

Pedaleo luego existo


Tres semanas largas como tres meses. Nervios, intranquilidad, casi desesperación. Sábados limpiando el coche, arreglando el jardín, navegando en internet. Blanco sobre blanco en el calendario. Vacío. Fines de semana de dibujos animados televisivos y cortacésped vecinal. Cumpleaños con paella y tarta de limón.

Piernas doloridas, recordando el esfuerzo ya casi olvidado. Polvo rojo en el cuerpo, introduciéndose en los alveolos pulmonares con cada fuerte respiración. Sonido rítmico de las bielas, del rodar sobre la tierra. Manos adormecidas. Traqueteo. Calor. De nuevo en los caminos, de nuevo vivo.