Con la desquiciada furia de un
perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del
animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de
calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en
una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta
serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una
naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad,
suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales
de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los
pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato
de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados
se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre
las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y
agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y
yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo,
estoy allí, profundamente asustado.*
---
La imagen de la locura tiene
tantas caras como ojos la observan. Disfrutaba de aquellas cosas que le hacían sentir
vivo sin importarle lo absurdas que fueran. Las observaba desde la admiración y
la envidia. Se identificaba con sus promotores y con sus ejecutores. No importaba
mucho de que se tratara ni qué fin tuviera. La vida bullía en el camino para
lograrlas.
Estaba atrapado en el dilema de
siempre. Reaccionar o mantener el estoicismo, la pasividad,
la táctica del todo pasa. De nuevo el cansancio, las nulas ganas de luchar por
algo intangible, por algo que no sabía si merecería la pena. Estaba agotado de mantener la
guardia, estar alerta ante cualquier tipo de amenaza en forma de comentario de pasillo, de silencio continuado, de asentimientos rutinarios. Desconocía si el origen de todo esto estaba en él mismo o en los
demás, si venía de arriba o de abajo. Si sería pasajero o permanente. Andaba con pies de plomo sobre un campo
minado de miradas, rumores, información puenteada y mal ambiente. Se sentía
como un extraño dentro un proyecto nuevo que tantas energías e
ilusiones le habían consumido, que le seguía consumiendo. Se veía como el rabo autotomizado de la lagartija
que quiere parecer vivo pero tan solo está dando sus últimos coletazos para
distraer al depredador. Al final todo se reducía al desencanto de la
confirmación de que todo sigue igual, de la falta de criterio y de objetivos,
de priorizar el continente al contenido.
Envidiaba más si cabe a esos benditos locos, a aquellos que veían con claridad meridiana el destino de su viaje y
luchaban por alcanzarlo con todas sus fuerzas como si en ello les fuera la
vida.
---
Ya ni sentía el pie sangrante. El barco me era
indiferente, no valía más que cualquier botella de cerveza rota en el barro,
cualquier cable de acero retorciéndose en el suelo. No he sentido ningún dolor,
ninguna alegría, ninguna excitación, ningún alivio, ninguna felicidad, no he
oído ningún sonido ni espirado de alivio. Sólo la conciencia de haber hecho
algo totalmente inútil, o, más exactamente, de haber penetrado en la profundidad de su reino misterioso. He visto cómo el barco, de vuelta en su
elemento, se enderezaba en un suspiro perezoso. Hoy, miércoles 4 de noviembre
de 1981, poco después de las doce del mediodía, hemos conseguido pasar el barco
desde el río Camisea por encima de una montaña hasta el Río Urubamba. Sólo
queda por informar esto: yo he participado.*
* Fragmentos de Conquista de lo inútil de Werner Herzog.
Biblioteca Blackie books. ISBN/978-84-940019-6-3
* Fragmentos de Conquista de lo inútil de Werner Herzog.
Biblioteca Blackie books. ISBN/978-84-940019-6-3