Siempre se sintió más a gusto
pasando desapercibido. A lo largo de su vida había perfeccionado la técnica de
camuflarse en la medianía, de no destacar en exceso, de ampararse en el bajo
perfil. Lo consideraba un modo de vida tan válido como cualquier otro, en el
que él encontraba confort y seguridad.
Subiendo hacia el Mirador de La Pedrera observaba cómo,
mes a mes, las tonalidades marrones ganaban terreno a las verdes. Como los
daños del Tomicus se hacían cada vez
más visibles y extensos. Estaba seguro de que la gran mayoría de las personas
que pasaban por la zona desconocían que el culpable era un pequeño coleóptero
de no más de 5mm. A este escolítido, autóctono de la zona, le ha bastado la
ausencia de lluvia para proliferar a costa de la debilidad de los pinos que, en
un estado normal de salud, son capaces de controlarlo. Ahora ha salido del
anonimato, se ha mostrado como una plaga virulenta y mortífera y, quizás, esa
demostración de poder sea su perdición, porque está obligando a tomar medidas
para su control.
Disfrutando del sendero paralelo
a la carretera de las canteras se imaginaba al Tomicus como un superorganismo organizado en miles de individuos
unidos por un vínculo feromonal y capaces de sacrificar a parte de la colonia
por el bien de la misma. Un ente inteligente capaz de tomar decisiones y
diseñar estrategias de colonización. Sabía perfectamente que no era así. Al
final todo se reducía a alguien que había encontrado su oportunidad. A estar en
el sitio justo en el momento adecuado. Sabía que todo era cuestión de volver a
la posición de equilibrio y que, muy probablemente, esto se logrará, mucho
tiempo y muchos pinos después, gracias al esfuerzo de los árboles más que a cualquier
intervención externa.
Cruzó la carretera que ascendía
hacia la Cartuja atravesando el aparcamiento improvisado en el que se había
convertido el Pla de Lucas los fines
de semana. Veía ciclistas bajando de los coches sus flamantes dobles de muchos
miles de euros y, de nuevo comprobó como su estrategia funcionaba, como esa
invisibilidad, ese camuflaje, le hacía pasar desapercibido, convirtiéndose en
algo más que una estrategia, en un modo de vida.