- "El secreto de
la felicidad y la virtud: amar lo que se tiene la obligación de
hacer".
- "La gente es
feliz; tiene cuanto desea, y no desea nunca lo que no puede tener".
- “Todo
condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su
inevitable destino social, del que no podrá librarse”.
- “La civilización
no tiene en absoluto necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambos
casos son síntoma de ineficacia política”.
"Los discursos
sobre la libertad del individuo. La libertad de no servir para nada y
ser desgraciado. La libertad de ser como clavija redonda en el
agujero cuadrado".
Un mundo feliz. Aldous
Huxley. 1932.
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El monzón hacía el
ambiente sofocante. Calor. Un cielo grisáceo que apaga todos los
colores. La mezcla de olor a aceites refritos, sudor, agua estancada,
basura acumulada disputada entre hombres y cuervos. Charcos inmensos
a modo de estanques en cruces y calles. El sonido incesante y
sistemático de decenas de cláxones y motores de combustión de todo
tipo de vehículos. Gente y más gente por calles, aceras, invadiendo
tiendas destartaladas con estanterías hasta el techo llenas de
cualquier cosa que se pueda vender. Puestos ambulantes con toda clase
de alimentos perecederos o no. Dos semáforos. Apáticos guardias urbanos, con
varas que usan sin contemplaciones, jugando a un Tetris
tridimensional cada mañana y en el que se saben perdedores antes de
iniciar la partida. Edificios que envejecieron sin terminarse
mostrando su esqueleto y con él, la intimidad de sus ocupantes en un
reality con audiencia cero. Hombres con el torso desnudo,
cuerpo fibroso y ojos blanquísimos de mirada perdida, tirando de rickshaws en
los que viajan hombres, mujeres y niños hablando con el móvil con
total tranquilidad. Polvo, mucho polvo. Atascos monumentales.
Autobuses destartalados y repletos con los laterales rascados
mostrando sus heridas de guerra. Agresividad. Atascos eternos.
Colapso. Y al salir del caos de nuevo más caos.
Observaba todo intentando
no perder detalle, respirando el aire acondicionado en el interior
del taxi que les conducía de vuelta al hotel. Le gustaba fijarse en
la gente. Se preguntaba cómo podían convivir diariamente con esa
anarquía. Veía a los hombres cargados con materiales o enseres de
todo tipo, veía como se humedecían los labios resecos con la lengua
ante la imposibilidad de beber o comer durante las horas de luz por
el Ramadán. Pasaban junto al taxi en bicicleta o carromatos cargados
de jackfruits, mangos o de cualquier otro sabroso fruto de
temporada. Se fijaba en las mujeres, la mayoría cubiertas con velo,
pero algunas sin él, que cruzaban las calles con decisión a través
de los estrechos pasillos que dejaban los vehículos en el atasco.
Sin conseguirlo, trataba de mostrar indiferencia ante la gente que le
daba pequeños golpecitos en el cristal de la ventanilla para pedir
limosna. Un viejo sin manos, mujeres con el rostro deformado y,
niños, muchos niños, desfilaban incansables de un coche a otro y
luego a otro. Demasiados niños, pensó, sin otro futuro que vivir en
y del atasco diario.
Estaba convencido de que
el ambiente siempre es más determinante que el individuo. El
fenotipo se imponía al genotipo. No podía evitar pensar en la
fortuna de nacer en un lugar o en otro del planeta es lo que marca el
devenir de cada individuo. Lo que para unos representa un regalo
otorgado por el azar que les permite crecer en un ambiente con todas
las necesidades básicas –y alguna más- cubiertas, para otros es
una vida anclada a una cadena perpetua que resulta casi imposible
romper.
Siempre se preguntaba qué
posibilidad había de cambiar esto. ¿Qué posibilidad real tiene los
niños de Dhaka, aun deseándolo, de salir de ese ambiente y cambiar
su vida por otra supuestamente mejor? Esa supuesta libertad de elegir
su destino ¿es real o una quimera que les mantiene esperanzados y
felices?¿Es suficiente con tener la conciencia de la libertad de
elección, tener el deseo de mejorar, de prosperar aunque en la
práctica ese deseo sea casi una utopía? ¿Realmente estamos tan
lejos de la dictadura que Huxley plantea en Un mundo feliz por
el mero hecho de que allí nadie aspira a nada más de para lo que ha
sido creado y aquí sí?.
Le sirven un té oscuro
en un vaso de cristal desgastados por el uso. Está ardiendo lo que invita
a la conversación mientras se degusta con calma. Sentados en
unas sillas a las puertas de la cafetería de la Universidad de
Dhaka, desconecta de tanto inglés y, por un momento se abstrae y
mira a su alrededor. Lo que ve no se diferencia mucho del bar de su
Facultad. Seguramente, si entendiera lo que oye tampoco distaría
mucho de las inquietudes de un joven universitario europeo…o si.