Eternas conversaciones de
madrugada que se olvidaban a los pocos días. Temas recurrentes que recorrían
diferentes caminos para llegar siempre a los mismos sitios. Opiniones
enfrentadas, discusiones, compromisos y acuerdos sobre cosas tan banales como
importantes. Comentarios acompañados de un repertorio de gestos y tonos que
formaban parte vital de la información transmitida. Confidencias en la penumbra
antes de la despedida. Silencios. Miradas. Pasar el tiempo. Vivir el presente gastándolo como quieras. Sin interrupciones. Vista. Olfato. Tacto. Fisicidad. Cara
a cara. Entre nosotros. Sin cámaras. Cenas mirando a sus amigos a los ojos.
Calles repletas de transeúntes con la cabeza erguida. Pasajeros mirando por la
ventanilla del tren. Derecho a olvidar. A negar la perpetua permanencia, a
pasar de puntillas sin dejar rastro, sin tener necesidad de borrar nada. A
decidir quién es el destinatario de sus palabras. A dejarlas reposar. A esperar
y a hacer esperar. Derecho a no saber. A desconocer. A ignorar. A aprender por
uno mismo. A descubrir. A la no información. A la no inmediatez. A no abarcar
todo. A ser dueño de su propia vida.