Montequemado. Es el
nombre por el que siempre había conocido a esta montaña que se
torna casi en pared vertical asomándose al Turia, que la envuelve
entre un mar de cañas y vegetación de ribera. Sus faldas terminaban
en un barranco angosto que daba a una sendita preciosa y solitaria
que acompañaba al rio en su camino hacia La Pea, alejándose poco a
poco del término de Pedralba para entrar en el de Benaguacil y más
tarde en Villamarchante. Nunca vio los pinos de mayor tamaño que su
altura. Esos árboles de crecimiento ultrarápido siempre perdían la
carrera contra el fuego.
Montequemado. 2006.
Comprendió el porqué del nombre. En esos tiempos de foros y
trialeras le gustaba acercarse a su mirador y contemplar el rio a sus
pies. El fuego llegó entonces hasta allí y le gustaba contemplar
donde se detuvo casi de forma caprichosa por el río, le gustaban
observar esos árboles que conservaban aún algunas ramas verdes, los
llegaba a ver casi como auténticos héroes que se habían
sacrificado parando las llamas, salvando a sus vecinos.
Montequemado. 2012. El
fuego rodea casi el pueblo, se salva la zona del parque que parece
protegida, incluso altiva en su nuevo status quo. Lo demás se quema
como gran parte de los montes de Los Serranos, parecía escapar a ese
final escrito que le invitaba a sucumbir, casi por solidaridad, por
simpatía, como suele propagarse el fuego.
Montequemado. 2013. Esta
vez fue en pleno corazón del parque natural. En la única zona
natural de ese parque domesticado, urbanizado, antropizado y
urbanizado hasta el límite. Promocionado y ultravisitado por todos,
incontrolable e incontrolado. Fruto más del capricho que de la
razón. Le gustaba pensar, aunque fuera puro egoísmo, que todo esto
acababa cuando finalizaba la pista blanca, cuando moría a la altura
de Villamarchante. Que la zona de Pedralba, el verdadero parque,
seguía virgen para la masa.
Montequemado. 2013. Le sorprendió en otro parque, uno de esos de eterna diversión y de cervezas a 5 euros, de pulseras doradas y de voces eslavas. Ardía La Pea, la ribera del Turia otra vez. Los
cañares, pura gasolina vegetal, prendían un bosque encajonado entre
montañas, pura chimenea. Lo demás sólo fue cuestión de física
básica. Conducción, inducción y convección. La balanza se
desnivelaba más si cabe. El parque menos natural tenía cada vez
menos de natural y más de parque. Y, de nuevo esquivando su destino, ha podido escapar a las llamas.Su trocito de monte seguía ahí,
desafiando día a día su destino. Una suerte que no durará siempre.