Montaba absorto por la
Rambla Castellana, contemplando ese paisaje semidesértico de cañones
creados conjuntamente por las lluvias torrenciales y por las
excavaciones humanas en busca de materiales para la construcción.
Allí dentro, ayudado por la soledad, se transportaba al mundo de las
aventuras cinematográficas, tan anhelado como ficticio, en el que
todo era posible por lo menos hasta que se encendían las luces de la
sala.
Avanzaba entre cantos
rodados manteniendo el equilibrio a duras penas girando la cabeza
hacia atrás como buscando a sus imaginarios perseguidores, alguna
banda de tuaregs dispuestos a degollarle sin mediar palabra o
traficantes de armas en horas bajas buscando un hipotética víctima
por la cobrar un jugoso rescate.
Sabía que quedaba poco
para llegar a la civilización. La vegetación se hacía más
presente y exuberante. El cañón se dividía en otros más pequeños
que daban un aspecto laberíntico al lugar. Escoger la ramificación
adecuada era vital para poder llegar sano y salvo. Alzó la vista y
reconoció aquellos cañares rodeados de arbustos. Buscaba el pequeño
riachuelo que era el único paso por un mar de zarzales y espinos.
Esbozó una sonrisa al verlo, aunque rápidamente frunció el ceño
al ver que sus aguas negras y putrefactas habían formado un lodazal
infranqueable incluso a pie.
Desmontó y buscó una
alternativa. De nuevo giró la cabeza hacía atrás al escuchar un
extraño ruido seguramente procedente de sus perseguidores. Decidió
internarse por la maraña de zarzas intentando evitar la ciénaga.
Sentía las espinas desgarrando la piel de sus piernas, de sus brazos
y enganchándose en sus ropas pero a pesar de todo conseguía avanzar
lentamente llevando su montura a duras penas.
Hasta que llegó a
tocarla. Al principio noto cierta resistencia elástica que le hizo
echar un paso atrás y comprobar como la telaraña vibraba de manera
rítmica, casi espasmódica, azuzada por la hembra situada en el
centro de la misma que, vestida con unos llamativos colores amarillos
y negros, desafiaba de esta manera al invasor. Instintivamente
retrocedió buscando un camino alternativo dentro de la masa de
espinos. Giró a la izquierda y se encontró con otra telaraña, esta
vez ocupada por un macho mucho más pequeño que su hipotética
pareja. Abrir su campo de visión sólo le sirvió para confirmar sus
sospechas, estaba en medio de un verdadero campo de arañas contra
las que no tenía ni tiempo ni ganas de luchar. Regresó rápidamente
al camino inicial. Los sonidos de las monturas de sus perseguidores
eran mucho más fuertes, más cercanos. Decidió montar y atravesar
el lodazal a toda velocidad pero, justo cuando casi lo había
conseguido tropezó con una piedra que le hizo caer sobre el barro
negro y pútrido.
- Pero tío ¿que
haces ahí?.
- Tened cuidado con el
arroyo este que está lleno de piedras y mirad como me he puesto.
- Pero podemos
bordearlo por los zarzales...
- De eso nada. Están
llenos de telarañas de Argiope y no quiero que las rompáis.
- Tu y tus putos
bichitos. Anda dame la bici que te has puesto guapo de barro.
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