22 de agosto de 2013

Aventuras domésticas


Montaba absorto por la Rambla Castellana, contemplando ese paisaje semidesértico de cañones creados conjuntamente por las lluvias torrenciales y por las excavaciones humanas en busca de materiales para la construcción. Allí dentro, ayudado por la soledad, se transportaba al mundo de las aventuras cinematográficas, tan anhelado como ficticio, en el que todo era posible por lo menos hasta que se encendían las luces de la sala.

Avanzaba entre cantos rodados manteniendo el equilibrio a duras penas girando la cabeza hacia atrás como buscando a sus imaginarios perseguidores, alguna banda de tuaregs dispuestos a degollarle sin mediar palabra o traficantes de armas en horas bajas buscando un hipotética víctima por la cobrar un jugoso rescate.

Sabía que quedaba poco para llegar a la civilización. La vegetación se hacía más presente y exuberante. El cañón se dividía en otros más pequeños que daban un aspecto laberíntico al lugar. Escoger la ramificación adecuada era vital para poder llegar sano y salvo. Alzó la vista y reconoció aquellos cañares rodeados de arbustos. Buscaba el pequeño riachuelo que era el único paso por un mar de zarzales y espinos. Esbozó una sonrisa al verlo, aunque rápidamente frunció el ceño al ver que sus aguas negras y putrefactas habían formado un lodazal infranqueable incluso a pie.

Desmontó y buscó una alternativa. De nuevo giró la cabeza hacía atrás al escuchar un extraño ruido seguramente procedente de sus perseguidores. Decidió internarse por la maraña de zarzas intentando evitar la ciénaga. Sentía las espinas desgarrando la piel de sus piernas, de sus brazos y enganchándose en sus ropas pero a pesar de todo conseguía avanzar lentamente llevando su montura a duras penas.

Hasta que llegó a tocarla. Al principio noto cierta resistencia elástica que le hizo echar un paso atrás y comprobar como la telaraña vibraba de manera rítmica, casi espasmódica, azuzada por la hembra situada en el centro de la misma que, vestida con unos llamativos colores amarillos y negros, desafiaba de esta manera al invasor. Instintivamente retrocedió buscando un camino alternativo dentro de la masa de espinos. Giró a la izquierda y se encontró con otra telaraña, esta vez ocupada por un macho mucho más pequeño que su hipotética pareja. Abrir su campo de visión sólo le sirvió para confirmar sus sospechas, estaba en medio de un verdadero campo de arañas contra las que no tenía ni tiempo ni ganas de luchar. Regresó rápidamente al camino inicial. Los sonidos de las monturas de sus perseguidores eran mucho más fuertes, más cercanos. Decidió montar y atravesar el lodazal a toda velocidad pero, justo cuando casi lo había conseguido tropezó con una piedra que le hizo caer sobre el barro negro y pútrido.

- Pero tío ¿que haces ahí?.
- Tened cuidado con el arroyo este que está lleno de piedras y mirad como me he puesto.
- Pero podemos bordearlo por los zarzales...
- De eso nada. Están llenos de telarañas de Argiope y no quiero que las rompáis.
- Tu y tus putos bichitos. Anda dame la bici que te has puesto guapo de barro.

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