- Papi, ¿Tu qué haces en el trabajo?
Hubo un tiempo en el que esa
fatídica pregunta suponía pulsar un botón rojo en su interior que desencadenaba
un sentimiento mezcla de desazón, cabreo y autocompasión. Con los años la
absurda obligación de realizarse profesionalmente se hundía de manera lenta
pero segura en las arenas movedizas de su existencia. Antes hubiera buscado
historias convincentes, viajes apasionantes, investigaciones innovadoras,
proyectos exóticos, aderezados por mil y una anécdotas que despertaran la
admiración de una niña pequeña.
Ahora ya no.
Ahora disfrutaba cada vez más
escuchando la sobreestimada profesionalidad de los que le rodeaban. Aunque a
pesar de ello nunca osara criticarla. Comprendía que, al fin y al cabo, no es
más que una manera como otra de afrontar nuestro efímero paso por este mundo. Hubo
una época que para él también era importante esa autoafirmación, esa necesidad
de ser consecuente con tus gustos y con tus estudios que te llevaba a buscar ansiosamente
el trabajo ideal, el que te realizara como persona.
Todo eso pasó. Finalmente
comprendió que la minúscula pieza que representaba en el engranaje de la
maquinaria de eso que llamamos sociedad, era completamente reemplazable. Que,
una vez atrapado en el tablero de la partida económica imperante, lo único
importante era mantenerse a flote. Sabía que, mientras pagara religiosamente
sus impuestos y sus préstamos, no iba a haber ningún problema, no acabaría en
la caja de piezas inútiles y marcadas para siempre. Lo demás era absolutamente
indiferente. Comprendió lo que los actores llaman trabajo alimenticio. Todo seguía igual. Simplemente se había
sustituido la jornada de caza y recolección del Neandertal por la jornada de
correos electrónicos e informes frente a la pantalla del ordenador. Nada más ni
nada menos.
Al final comprendió que toda esa
ansiedad y desasosiego por intentar cumplir siempre con las expectativas no era
más que una forma de autocomplacencia de su propia consciencia, de una
necesidad de estar bien consigo mismo impuesta por otros, de la necesidad de auto
convencerse de que todo va bien y de la necesidad de que los demás se den
cuenta de que todo va bien.
Más vale tarde que nunca.
“La conciencia humana es un error trágico en la evolución. Nos volvimos
demasiado conscientes de nosotros mismos… Somos cosas que operan bajo la ilusión
de tener un yo, pero todo el mundo es nadie. Lo más honesto sería negar la
programación genética, cesar de reproducirnos, extinguirnos, caminar de la mano
hacia la extinción como el que sale de un mal negocio”. Peter W. Zappfel.