Avanza sin prisa por caminos solitarios de
asfalto rugoso y resquebrajado. El viento sopla fuerte creando un esbozo de melódicos
acordes al penetrar por los orificios de la horquilla. Rueda alzando la vista hacia
nuevos caminos que le lleven a nuevos destinos, tan anhelados como
impredecibles. No siente el frío a pesar de este extraño y engañoso domingo de
mayo que parece salido de una fiesta de disfraces, donde nada es lo que aparenta.
Nada le apremia salvo él mismo. Se siente por un momento dueño de sus actos, de
sus decisiones. Ese instante de felicidad, que rápidamente desaparece aplastado por sus propios
pensamientos, es suficiente motivo para seguir pedaleando, suavemente, sin
apretar los dientes, casi dejándose llevar por señales que indican hacia
ninguna parte, por caminos que acaban diluyéndose como recuerdos en una memoria desgastada
y traicionera.