13 de enero de 2011

Apatía


Daba igual si las horas de sueño eran muchas o pocas. Como cada mañana se despertaba antes de que sonara la fría melodía metálica de la alarma de su móvil. Aunque lo detestaba y se culpaba por ello, durante el trayecto no podía evitar pensar en los correos entrantes de su buzón. Correos para él matutinos pero nocturnos para otros con una misiva común: urgente. Este vocablo hacía mucho tiempo que no tenía el efecto desestabilizador de antaño, desvirtuado por el uso -o mejor abuso- indiscriminado que de él hacían sus jefes. Esta pequeña incertidumbre era casi el único estímulo del que gozaba durante su interminable jornada laboral. A veces ni eso. La rutina de los procesos mecanizados diarios le sumía en una total apatía. En el mejor de los casos, su encogido cubículo se transformaba en un confesionario improvisado por el que desfilaban los compañeros repitiendo las mismas frases y obteniendo las mismas respuestas un día tras otro. Apenas los escuchaba mientras, distante, jugueteaba con las búsquedas en Google. Pero hasta eso le hastiaba. El día a día se había convertido en un círculo sin fin del en el que sólo escapaba unas horas al llegar a casa muy tarde, demasiado tarde. Lo demás no era más –ni menos- que una carrera en solitario hacia la nada, buscando una meta inexistente, como el hámster en su ruedecilla, gastando su vida en avanzar sin moverse un solo centímetro.

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