20 de enero de 2011

Coleccionar

Simples cajas de plástico, transparentes, traslúcidas, negras o azules, de varios grosores y tamaños. Embalajes de cartón impreso de brillantes colores o elegantes mates, rugosos al tacto o lisos como espejos en ocasiones atrapando imágenes lenticulares. Fundas abiertas o cerradas que albergan folletos. Envoltorios decorados con imágenes de categoría artística más que discutible, desplegables en diversas palas que retoman su posición original a modo de puzle de sencilla resolución. Abigarrados packs, cajas contenedoras con objetos dispares distribuidos caóticamente en su interior o perfectamente encajados siguiendo un estricto orden. Coches, cabezas alienígenas, bomboneras, sombreros todo vale como excusa contenedora de ilusiones, tristezas, alegrías y miedos. Todo vale cuando hablamos de cine.
Mucha forma y poco fondo pensaba es sus tardes más lúcidas. Sus mejores aliados en la cruzada contra el exceso se llamaban Don Espacio y Don Dinero. Últimamente  empezaba a añorar al primero mientras que el segundo hacía ya una temporada larga que no le visitaba. A pesar de esto no podía evitar sus incursiones semanales a la sección de cine de sus establecimientos favoritos en busca de regalar a sus más bajos instintos –entiéndase la vista y el tacto- con las nuevas ediciones semanales o con aquellas, casi siempre inalcanzables, que figuraban en su creciente lista de deseos.
El mero de hecho de estar entre ese mar de la abundancia cinéfila revisando carátulas, lenguajes, formatos y precios, le gratificaba el espíritu evadiéndole de los informes, presentaciones y documentación a procesar en la rutinaria vida laboral. Casi siempre salía como había entrado pero en su cabeza no dejaban de hervir ideas sobre las posibles nuevas adquisiciones que le hacían caminar de regreso al trabajo en un aparente estado semihipnótico embelesado en sus propios pensamientos.
El día señalado, el elegido para la compra, prescindía del protocolo habitual para ir directamente a por la edición elegida. Revisaba escrupulosamente el estado del envoltorio, comparando todos los ejemplares disponibles, intentando descartar los carentes del precinto original, agitaba la caja para comprobar que el disco se encontrara firmemente sujeto, recorría con las yemas de los dedos los lomos para detectar los posibles cortes en el cartón o plástico producidos por el cúter de algún empleado con prisas en el desembalaje y revisaba cantos y dobleces en el cartón. Cuando la película en cuestión superaba el riguroso examen físico se apoderaba de ella sin remisión, como cuando el guepardo hincaba sus mandíbulas en el cuello de la gacela Thompson, a pesar del pataleo, no había escapatoria.
La llegada a casa conllevaba un pequeño placer añadido. La colocación de las nuevas adquisiciones junto a sus compañeras en un estricto orden sólo por él conocido. Durante unos minutos, que para él era instantes, se quedaba de pie, absorto, observando su colección, repasando las películas pendientes de ver y las de necesaria revisión, sabiendo que aquello no tendría más final que el que él quisiera darle.

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