Silencio.
Jamás hubiera imaginado que una de las cosas que más detestaría de su nuevo hogar fuera el silencio.
Los ruidos estridentes, machacones, artificiales, las músicas repetitivas, sonidos metálicos, motores de combustión, gritos y demás contaminación acústica fueron uno de los desencadenantes de su huida de la urbe. Ahora ni siquiera escuchaba el sonido constante y reiterado que los grillos macho emitían al frotar sus alas para atraer a las hembras. No se podía decir que los echara de menos pero sí que deseaba escuchar algo, algún sonido para enmascarar aquel pitido, para esconderlo, para distraerse de su existencia como ocurría durante el día. La noche, sin embargo era momento de reencuentros íntimos, él y sus acúfenos, siempre fieles a su cita, no solían fallar, valía la pena no pensar en ello porque entonces resonaban con mayor fuerza e insistencia.
Sus desvelos le llevaban a distinguir distintos tonos, dentro de la agudeza general del sonido que, a veces, llegaban a formar primitivas melodías en su subconsciente. En ocasiones funcionaban como canciones de cuna pero lo usual era que fueran aumentando su nivel de intranquilidad poniendo a prueba sus ya de por si maltrechos y susceptibles nervios, lo que le conducía a un periodo de insomnio hasta que acababa sucumbiendo al sueño con la esperanza de que al despertar se hubieran marchado de su cabeza. Casi nunca era así. Despertaba de nuevo acompañado por los pitidos aunque ya en un segundo plano, mitigados por los ruidos ambientales de la mañana de que eran sus fieles aliados en esta batalla perdida. Es cierto que había temporadas que parecían desaparecer por completo, pero sabía que seguían ahí, agazapados, retornando insistentemente a la menor ocasión, sin aviso, traidores, de la misma manera que llegaron.
Tras la ya superada etapa de documentación de la ¿enfermedad? y las visitas infructuosas al médico, aprendió el difícil arte de la convivencia, del respeto, de tratar con sumo cuidado sus tímpanos, sin exponerlos a ruidos fuertes, para evitar de esta manera que los animalillos que los habitaban se quejaran de forma muy ruidosa. Resignado sabedor en cualquier caso de que, simplemente, se trataba de otra pequeña carga que portear en el proceso deterioro de su existencia vital.