29 de septiembre de 2011

Contradicciones


Sistemáticamente el opilión lo intentaba una y otra vez. En otro esfuerzo titánico logró subir varios centímetros por la pared de la bañera para, como en los intentos anteriores, resbalar por la resbaladiza superficie porcelánica hasta el fondo. Su ignorancia le hacía perseverar en el enésimo intento. Sabedor de que no tenía salida alguna y acabaría sus días en el fondo del desagüe, lo observaba con una mezcla de admiración y compasión, dudando entre cogerlo entre los dedos o dejarlo abandonado a su suerte…
Este año la vuelta al trabajo irrumpió en él como un elefante en una cacharrería. Será la edad masculló para sus adentros. Apabullado al ver como la lista de correos electrónicos perdida en el infinito. Irritado por los requerimientos, particularmente absurdos, del ser superior al que debía su subsistencia. Rodeado de incongruencias y necedades transformadas en leyes de obligado cumplimiento, se vio desbordado, empequeñecido bajo la sombra de la urgencia, aplastado por el rodillo de lo prioritario. Respiró hondo al notar su pulso acelerado y su carácter más susceptible que de costumbre. Se vio caminando en una cinta transportadora que le impedía avanzar, gastando sus energías en vano, luchando contra todo y contra todos.
…Conocedor de su extrema fragilidad agarró con sumo cuidado al arácnido pero este parecía no tener otra intención que volver a la frialdad de su celda, a su brillante tumba de color crema. Notó como sus finísimas patas se quebraban entre sus dedos y el animal cayó al suelo cerámico herido de muerte.
Sabía perfectamente que tenía que calmarse, que poco a poco las cosas volverían a su sitio. La bandeja de entrada se vaciaría y las urgencias no lo serían tanto, pero cada año le costaba más remontar. La apatía se extendía un poco cada día, lenta pero constante. Sabía que tenía que ser él quien diera el paso, seguir nadando contra la corriente a pesar de tener la impresión de no avanzar. Perseverar en el enésimo intento. Buscar la salida por él mismo.
Por un instante vino a su mente el pequeño opilión intentándolo una y otra vez, sin rendirse en ningún momento, identificándose con su fragilidad y envidiando su fortaleza.

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