Lo creía ciegamente. Estaba dispuesto a luchar, a encararse
con quien dudara de ello, con quien le pusiera peros y objeciones. Ajeno a todo
y a todos. Por fin con una fe ciega en algo, en su algo.
Oídos sordos y ojos ciegos a la experiencia, a la razón.
Apostó fuerte. Todo o nada. Se sentía ganador antes incluso de comenzar la
partida. Él, que lo sopesaba todo. Él, que todo lo analizaba con perspectiva
infinita. Entonces no. Entonces pensó que era el momento. Su momento.
Transitó durante años hacia lo imposible, manteniendo su
convicción, luchando contra los elementos, dirigiendo su barco a través de la
niebla. Desoyendo a su tripulación, fielmente acompañado pero sintiéndose tan
sólo en su causa.
…
Sentado en el suelo apoyando la espalda contra la pared,
observaba los cipreses atacados severamente por la Phytophthora que
invadía silenciosamente su interior y, sólo entonces, se mostraba caprichosamente
altiva, como sabedora de que ya no había solución alguna para la planta. Tampoco
él podía seguir así. Veía el suelo de gravilla infinitamente pisado y se podía
ver así mismo casi como Aguirre subido en aquella barcaza buscando su Dorado
particular. Pensaba que lo tenía, que lo había conseguido, todos esos años y lo
tenía. Ahora veía que no. Ahora lo veía claro. Tras mucho tiempo había llegado
al final del trayecto. Pero ahí no estaba Kurtz. Lo buscó pero sólo encontró
piedras, muros, agua, polvo, metal y cemento. Sólo encontró lo que podía haber hallado en otros lugares. Sólo encontró el despecho del
vacío más absoluto. Nadie. Nada….O sí, le pareció ver a alguien, fue sólo un
reflejo, un destello, su imagen refractada, deformada, transformada todos estos
años. El viaje, el trayecto habían provocado el cambio, la metamorfosis. Él era
Kurtz. Se veía real, cansado, desgastado, angustiado pero por una vez,
decidido.
Sabía que podía posponerlo más. La situación se había vuelto
insostenible, injustificada, rayando la parodia. Se sentía cansado de mantener
aquel sin sentido, de luchar sólo contra todos. De embarcar a los demás en su
viaje. Del egoísmo de las dependencias. Pero no tenía fuerzas para afrontar
otro viaje, otro trayecto remontando un rio lleno de brumas y obstáculos. Aún
así, sabía que debía hacerlo. Por lo menos intentarlo con todas sus fuerzas y
disfrutar cada momento como si fuera el último.
“Vivimos igual que soñamos: solos."
"La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa
de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella
es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y
una cosecha de remordimientos inextinguibles."
El corazón de las Tinieblas (Joseph Conrad, 1899)