14 de junio de 2012

Peajes



Estos días se despertaba con el sonido de los enormes ventiladores traseros de los turboatomizadores que rompían el silencio de madrugada con su particular silbido inundando el ambiente de microgotas de insecticidas, acaricidas, fungicidas o cualquier otro producto químico indispensable para el mantenimiento de los cítricos. No importaba que no hubiera plagas o que, de haberlas, no afectaran para nada a las características del fruto o al propio árbol. El calendario de tratamientos era, es y será sagrado para cualquier agricultor que se precie. Con la iglesia hemos topado. Si hay que tratar, se trata.

Nada más salir notó el olor de los aromatizantes incorporados en la formulación para avisar de la presencia de un plaguicida. Resignado, aceleraba al máximo a su paso por los campos que se estaban tratando, sin poder impedir que las partículas químicas de síntesis penetraran hasta el último alveolo pulmonar, más receptivo si cabe gracias al esfuerzo físico.

Sonreía ante la paradoja de apostar por la idílica vida campestre huyendo de la ciudad. Allí respirarás aire puro le decían algunos.

Ya de vuelta lo vio al borde del camino, con la cabeza destrozada. Seguramente le pudo la tentación del calor del asfalto y fue incapaz de reaccionar ante la rueda de algún vehículo. Quizá fuese uno de los que se le cruzaron en el camino hace unas semanas. Otra víctima más de la antropización. De la huella de ese hombre incapaz de integrarse sin transformar, incapaz de aprovecharse del medio sin destruirlo. De ese hombre que, en su día, abrió los caminos por la Sierra y que ahora los conserva, gracias al cual puede disfrutar los fines de semana sin ningún remordimiento o culpabilidad.

De nuevo llegó a la conclusión de que nada es perfecto y todo tiene sus inconvenientes. Al final todos tenemos que pagar peajes que para algunos pueden resultar fatales.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

De la misma forma que nadie ve llegar a los vencejos, salvo tu o yo, nadie ve morir a los lagartos ocelados, a esos miticos fardaxos de la huerta valenciana.
Cuando paseo con la manada entre los naranjos soy consciente de que paseo entre los restos de miles y miles d sustancias quimicas. Hace unas semanas un cazador me dijo.
- Si tus perros matan uno de los conejos que pastan entre los naranjos, no te lo comas ni dejes que se lo coman ellos.

Tercera persona dijo...

Ayer mismo Pedro al llegar a casa ya anocheciendo con las enanas tuve que entrarlas corriendo porque el olor era muy muy fuerte... pero bueno, las desventajas de vivir en la frontera entre lo urbano y lo rústico.