14 de febrero de 2013

Tras el cristal

Avanzaban lentamente, luchando sumergidos en el tráfico caótico de la capital. Acomodado en el asiento del Infinity, no dejaba de observar todo a su alrededor, de intentar absorber la mayor cantidad de información posible, de grabar en su memoria esta realidad que para él tenía fecha de caducidad.
Bajo una banda sonora de canciones pop ochenteras y con el aire acondicionado a pleno rendimiento, veía como la gente transitaba como podía, en una ciudad áspera para el peatón, construida a golpes, a impulsos, con un crecimiento desordenado y bello a la vez. Accra se agitaba convulsa, intentando sostenerse ante tanto desequilibrio, como una amante perversa, coqueteando con el extranjero inversor, dejándose querer, cediendo a sus impulsos, recibiéndolo con los brazos abiertos y esperando al siguiente cuando el primero la despechaba.
Observaba el caos en cada cruce, en cada rotonda, la sinfonía de pitidos sonaba amortiguada en su burbuja metálica rodante. Recibía con una sonrisa a las decenas de personas que recorrían la carretera serpenteando entre los vehículos parados, ofreciendo todo tipo inimaginable de mercancías, esperando con resignación un ligero gesto de alguno de los ocupantes de los vehículos que pudiera significar una venta, una pequeña victoria en la lucha diaria. Los veía cada día, en los mismos cruces, en las mismas calles, soportando temperaturas extremas, con los ojos enrojecidos por el polvo en suspensión que viajaba desde el desierto impulsado por el Harmatán, que todo lo cubría. Veía su insistencia, su lucha, adivinaba su desesperación y observaba también la indiferencia de los viajeros que los ignoraban con la mirada perdida.
No había necesitado salir de la ciudad para comprobar el abismo entre esos dos mundos, separados tan sólo físicamente por el simple cristal de un automóvil pero tan cercanos y tan lejanos a la vez.

1 comentario:

Pedro Bonache dijo...

Algo tan frágil como un cristal, pero imposible de atravesar. Accra terminará engullida por el mismo polvo que irritaba los enormes ojos del niño. Pero Jesús, por unos días has estado al otro lado de ese cristal y has pisado el continente madre.