Desde la ventana de la habitación
401 observaba como se perfilaban las líneas rectas y contundentes del edificio
al caer la noche. La oscuridad resaltaba aún más si cabe la grandiosidad de la
obra humana. Torres de hormigón y cristales oscuros. Moles grises,
impersonales, invasoras de una tierra antaño plagada de huertos y pequeñas
construcciones de gentes dedicadas a la agricultura.
Pensaba en el gigante creado por
el hombre en el ocaso de la época dorada de la especulación urbanística. En el
objeto de tantas críticas, de tantos artículos de prensa, de tantas noticias
negativas. Desde dentro no le parecía tan fiero ni tan arrogante. Con el paso
de los días se familiarizó con sus habitaciones, con sus ascensores, con sus
salas de espera y sus máquinas expendedoras, con las vías del tren y las vistas
a la V30.
Desde su nueva perspectiva
interior pronto se apercibió que todo era distinto. Saturno había fagocitado a
sus hijos pero estos seguían siendo el motor de su existencia, sin ellos no era
nada. La vida corría por los pasillos, entre salas de recuperación y
quirófanos. Miles de personas haciendo su trabajo a pesar de todo, cumpliendo a
pesar de todo y siempre con una sonrisa a pesar de todo. Al salir de allí tenía
muy claro quiénes eran los verdaderos gigantes.
2 comentarios:
Eso mismo sentí yo cuando acompañaba a papá en sus estancias en el Hospital General. Admiraba la complejidad de las instalaciones y a veces me entretenia observando los penachos de vaho que escapaban de las tuberias, de los entramados de calefacción y refrigeración. Y terminaba sintiendo lo mismo que tu Jesús, sintiendo admiración por las gentes de las batas blancas y por esos edificios que homo habia llegado a concebir para sanar, para curar,para aliviar el dolor.
Y como siempre...., brillante post.
Es que es la sensación que tuve. Antes de ir me parecía un edificio hasta antipático pero pasa como estas personas que cuando las conoces cambias de opinión sobre ellas y, por supuesto lo importante está en el interior.
Publicar un comentario