- ¿Todo bien?
- Perfecto. Aquí estoy haciendo
unas fotos.
Tumbado sobre el talud acercaba
la cámara hacía el lirio agitado por un viento que apareció de repente como si
no hubiese sido invitado, trayendo consigo las nubes negras que aún
descargarían algo de agua al final de una mañana de inicio primaveral.
Ensimismado en lograr una foto
con el macro hacía caso omiso al paso de todos y cada uno de los viandantes,
ciclistas y paseantes que, a esas horas casi colapsaban los tramos iniciales de
la pista del Campillo. Nunca le gustó esa subida. La autopista. Siempre le
pareció que el nombre que le daban sus amigos era el más indicado. Sin duda era
la favorita de excursionistas, corredores de montaña, ciclistas de todas las
formas y tamaños y demás personal. Además le parecía larga, cansina, aburrida,
interminable para su ritmo tortuguero.
Pero hoy decidió subir por El
Campillo y fotografiar los lirios. Por una parte era una simple cuestión de
ego. Estaba casi seguro de que, gracias a él, se duplicaría el número de
personas que se dedican a fotografiar lirios en la Calderona y, por otra, sentía
la curiosidad del ignorante, del ciego, del que ha pasado mil veces por allí y
no ha visto nada. Quería quedarse con ese recuerdo en forma de archivo jpg, atraparlo y guardarlo para la
posteridad, archivarlo en su memoria y en el disco duro de su ordenador.
Cumplida su arriesgada misión permaneció un rato contemplando al personal
circulante. Grupos de ciclistas uniformados hasta las trancas, subiendo con el
32 y conversando alegremente, jubilados sobre dos ruedas rebasando a un grupo
de mujeres en chándal, perros paseando a sus dueños, ciclistas y más ciclistas.
Se preguntaba si todos serían ciegos como él, si ninguno de ellos era capaz de
apreciar lo que la Sierra ofrecía, o si, realmente para cada uno de ellos
ofrecía una cosa distinta y tan respetable como lo que le ofrecía a él. Si en
el fondo todo se reducía a cierta altanería científica, a cierto punto de vista
cerrado y monotemático, a la tendencia a pensar que todos tienen que
interpretar la vida como uno quiere y a disfrutar de las mismas cosas.
Durante la bajada se cruzó con
más gente que ascendía cada uno a su ritmo, con sus conversaciones, con sus
pensamientos, sin duda tan válidos o más que los suyos.
1 comentario:
Parece que un cilcista solo se para por dos motivos cuando pedalea cuesta arriba, o porque no puede dar ni una pedalada mas o porque un pichazo le ha hecho ese gran favor. Pero nadie que un ciclista se para para fotografiar a un delicado y agradecido lirio o a una amapola morada o a un roja que resalta contra el pasto seco, gris y muerto.
Pero si, Jesús, todas esas personas verían lo que deseaban ver, aunque no viesen nuestros lirios. Por cierto, el sabado me pararon dos senderistas y en medio de la charla, señalé hacia el cielo y fliparon al descubrir a una pareja de águilas perdiceras sobrevolando los farallones de la Gota.
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