Pasaba horas encerrada en su
habitación, tumbada en la cama viendo la televisión, leyendo libros obligados o
toquiteando el móvil con desgana. El mundo reducido a 4 paredes, a la diagonal
de 4,3 pulgadas de la pantalla del móvil. A los capítulos de series televisivas
repetidas. A los 4 videos mil veces reenviados, mil veces vistos.
Todo esto no le preocupaba en
exceso. Sabía que se trataba de un aislamiento buscado. De una renuncia
voluntaria a la socialización familiar sustituida por una combinación de las
nuevas formas de incomunicación junto con el aumento de la importancia de la
pandilla. Sabía que era una enfermedad pasajera, de obligado cumplimiento, cuyo
tratamiento suponía elevadas dosis de información, confianza y tiempo. Bendita
adolescencia.
1 comentario:
En la adolescencia todos aprendemos, los padre a manejar a una hija con sus cebrero desbocado con sustancias hormonales que desdibujan el mundo que hasta ese momento ella conocía...., y ella,a descubrir esa nueva visión del mundo y de sus emociones.
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