22 de junio de 2018

Sospechoso habitual



Tras abrir la puerta de madera oscura, con pretensiones entre vintage y rústico, y empieza a recorrer el largo pasillo de tonos marrones y adornado por monotemáticas fotografías en blanco en negro. Su pie doblado e incontrolable tropieza con el marco de la puerta haciéndole casi caer de bruces. A duras penas consigue mantener el equilibro, apoyando el antebrazo de la mano tullida en la pared. Mantiene la cabeza alta y la mirada fija en un punto imaginario. Avanza lentamente, dando los primeros pasos hacia la salida pero no logra alejarse de la puerta. El pasillo es estrecho e infinito. Siente los haces de luz blanca y fría proyectándose desde el techo hasta su cabeza. Ve la puerta de salida pero no logra alcanzarla. Su pierna derecha no le responde. No se rinde. Intenta sincronizar el movimiento de sus pies, buscando un equilibrio con los brazos. De pronto nota un cosquilleo en los dedos de su pie derecho, siente que la tarima flotante se hunde bajo su peso y como la planta del pie se adapta a la flexibilidad de la madera. Todo se acelera. El ritmo de sus piernas, los brazos se acompasan a su movimiento. Se acerca al final del pasillo. Abre la puerta de cristal dispuesto a cerrarla para siempre. Dispuesto a dejar de ser Verbal Kint para siempre. 


El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía. 
Verbal Kint. The usual suspects (Brian Singer, 1995)

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