Avanza sin prisa por caminos solitarios de
asfalto rugoso y resquebrajado. El viento sopla fuerte creando un esbozo de melódicos
acordes al penetrar por los orificios de la horquilla. Rueda alzando la vista hacia
nuevos caminos que le lleven a nuevos destinos, tan anhelados como
impredecibles. No siente el frío a pesar de este extraño y engañoso domingo de
mayo que parece salido de una fiesta de disfraces, donde nada es lo que aparenta.
Nada le apremia salvo él mismo. Se siente por un momento dueño de sus actos, de
sus decisiones. Ese instante de felicidad, que rápidamente desaparece aplastado por sus propios
pensamientos, es suficiente motivo para seguir pedaleando, suavemente, sin
apretar los dientes, casi dejándose llevar por señales que indican hacia
ninguna parte, por caminos que acaban diluyéndose como recuerdos en una memoria desgastada
y traicionera.
En tercera persona del singular
Historias cotidianas desde la distancia
20 de mayo de 2019
22 de junio de 2018
Sospechoso habitual
Tras abrir la puerta de madera oscura, con pretensiones entre vintage y rústico, y empieza a recorrer el largo pasillo de tonos marrones y adornado por monotemáticas fotografías en blanco en negro. Su pie doblado e incontrolable tropieza con el marco de la puerta haciéndole casi caer de bruces. A duras penas consigue mantener el equilibro, apoyando el antebrazo de la mano tullida en la pared. Mantiene la cabeza alta y la mirada fija en un punto imaginario. Avanza lentamente, dando los primeros pasos hacia la salida pero no logra alejarse de la puerta. El pasillo es estrecho e infinito. Siente los haces de luz blanca y fría proyectándose desde el techo hasta su cabeza. Ve la puerta de salida pero no logra alcanzarla. Su pierna derecha no le responde. No se rinde. Intenta sincronizar el movimiento de sus pies, buscando un equilibrio con los brazos. De pronto nota un cosquilleo en los dedos de su pie derecho, siente que la tarima flotante se hunde bajo su peso y como la planta del pie se adapta a la flexibilidad de la madera. Todo se acelera. El ritmo de sus piernas, los brazos se acompasan a su movimiento. Se acerca al final del pasillo. Abre la puerta de cristal dispuesto a cerrarla para siempre. Dispuesto a dejar de ser Verbal Kint para siempre.
El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía.
Verbal Kint. The usual suspects (Brian Singer, 1995)
19 de abril de 2017
Vidas anónimas
Mientras se dejaba caer pista
abajo desde Tristán hasta la Masía de Ferrer, recordaba su primer
encuentro con el caserío. Sucedió un verano de hace bastantes años, cuando para
él cada salida era toda una aventura en busca de senderos inexplorados y cada
lugar descubierto significaba una pequeña conquista momentánea disfrutada con
unos momentos de soledad y unas cuantas imágenes grabadas en su memoria. Por
aquel entonces dio con la Masía por casualidad. Sin saberlo, andaba totalmente
perdido, ya que su intención inicial era bajar por la senda de la Vigueta, acabando, justo en sentido
contrario, casi en los brazos de la
Morruda.
En aquel primer casual encuentro
no lo vio. De hecho, ni sabía de su existencia. Más tarde se enteraría que,
junto al barranco que linda con la Masía
de Ferrer, había otro árbol centenario, un madroño, al que, sin razón aparente, había ignorado hasta que, por fin, se decidió a descubrirlo, aunque simplemente fuera movido por el
egoísta fin de rememorar sentimientos enterrados hace tiempo en salidas tan
previsibles como los paseos en barca de Truman por su lago de cartón piedra.
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Alguna vez él mismo se sorprendía
al descubrir ese extraño y reconfortante sentimiento de sentirse reconocido.
Pocas veces ocurría, pero no le importaba lo más mínimo. Se encontraba perfectamente
adaptado a estar siempre fuera de los focos, cada vez más ajeno a las visitas, a las
decisiones importantes. Atrincherado en la pantalla del ordenador o en la
bancada del laboratorio, no dejaba de sorprenderle la consabida retahíla de
frases hechas y poses predeterminadas siempre culminadas con la misma foto, con el
mismo escenario, con idéntica sonrisa. El esfuerzo entregado a la imagen forzada y
vacua que no se sostiene. A mantener la fachada que oculta el vacío más absoluto.
Nada más importa. Mañana ya se verá. No te preocupes.
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Al final desistió en su empeño. Giró
180 grados y volvió sobre sus rodadas buscando un sitio donde comer algo para
afrontar la subida hasta Tristán con ciertas garantías. Fue entonces cuando vio
el cartel entre unos arbustos. Allí estaba el madroño. Tuvo que observar la
fotografía y alzar la vista hasta localizarlo, con sus tres oscuras ramas
principales emergiendo entre la vegetación, pero perfectamente integrado en ella con la
armonía que dan los más de cien años de convivencia. Se le veía feliz en su vida anónima. Al observarlo,
no pudo evitar que le viniera a la mente la imagen del Pi de la Bassa agonizante, apareciendo en los medios rodeado por una
cinta de plástico blanca y roja, utilizado hasta su muerte como instrumento de
denuncia política sin que, ni su fama, ni su vistosidad, ni su popular y visitado
emplazamiento le hubieran servido de mucho.
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Otra más. De esta ni siquiera
tenía noticias. Son dos orientales perfectamente trajeados. El idioma es lo
único que cambia de una visita a otra. El antes, durante y después no varían,
aunque desde su puesto parece que empieza a notar cierto cansancio en los
gestos y en los rostros sonrientes. Un último esfuerzo para la foto final y todo
habrá acabado.
2 de febrero de 2017
Simbolismos
Hacía un viento fuerte y racheado
que jugueteaba con él, zarandeándolo de un lado a otro de la pista. Avanzaba
con infinita paciencia con la barbilla casi tocando el manillar, buscando
exponer la mínima superficie corporal.
Quería verlo por última vez antes
de que se lo llevaran. Cuando tomó la carretera de asfalto rugoso que lleva a
la Cartuja, el viento amainó de
repente, como si quisiera disculparse por haber sido el culpable de tumbarlo. Yacía
desnudo, desprovisto de todo. Amputado y lleno de cortes, como anticipando la inevitable
autopsia. Al verlo, le vino a la mente esas fotos de caza mayor donde la mirada
hacia el infinito de la víctima aún refleja el absurdo de todo.
Meses atrás parecía que todas las
fuerzas de la naturaleza se habían unido para acabar con él. Miríadas de
insectos perforadores, sequías extremas, el paso de los años, la vejez…todos y
cada uno de ellos eran señalados por el dedo acusador como una alianza mortal
contra la que no se pudo hacer nada. Ese mismo dedo, había permanecido años
quieto, acomodado, dedicado a otras prioridades de mayor repercusión mediática,
sin prestarle a él ni a los otros miembros de la cada vez más reducida familia
de los árboles monumentales, la más mínima atención, sin voluntad o capacidad alguna
de prever ni de anticipar nada. Entre todos lo mataron y el sólo se murió.
Subió hacia Potrillos atravesando riachuelos improvisados creados por las
últimas lluvias. Arriba volvió el viento, que arreciaba todavía más en el Castell de Serra. Buscó un poco de calma
en L’Ombria, donde un grupo de
petirrojos iba y venía revoloteando con descaro alrededor de la fuente solo
interrumpidos por la llegada de un mirlo que parecía querer poner algo de orden
en aquel recreo.
La vida sigue.
31 de agosto de 2016
El video mató a la estrella de la radio
Eternas conversaciones de
madrugada que se olvidaban a los pocos días. Temas recurrentes que recorrían
diferentes caminos para llegar siempre a los mismos sitios. Opiniones
enfrentadas, discusiones, compromisos y acuerdos sobre cosas tan banales como
importantes. Comentarios acompañados de un repertorio de gestos y tonos que
formaban parte vital de la información transmitida. Confidencias en la penumbra
antes de la despedida. Silencios. Miradas. Pasar el tiempo. Vivir el presente gastándolo como quieras. Sin interrupciones. Vista. Olfato. Tacto. Fisicidad. Cara
a cara. Entre nosotros. Sin cámaras. Cenas mirando a sus amigos a los ojos.
Calles repletas de transeúntes con la cabeza erguida. Pasajeros mirando por la
ventanilla del tren. Derecho a olvidar. A negar la perpetua permanencia, a
pasar de puntillas sin dejar rastro, sin tener necesidad de borrar nada. A
decidir quién es el destinatario de sus palabras. A dejarlas reposar. A esperar
y a hacer esperar. Derecho a no saber. A desconocer. A ignorar. A aprender por
uno mismo. A descubrir. A la no información. A la no inmediatez. A no abarcar
todo. A ser dueño de su propia vida.
19 de mayo de 2016
Profesionales
Con los ojos muy abiertos y una
expresión mezcla de incredulidad, dolor e impotencia, Vega no acertaba a emitir
más que monosílabos al intentar responder a las cuestiones formuladas por la
anestesista. Con un tono seco y mecánico la bombardeaba a preguntas
protocolizadas, ignorando las respuestas de sus padres mientras, cuatro
enfermeras al unísono abrían vías, colocaban goteros y pinchaban para extraer
sangre por enésima vez antes de bajarla a quirófano para una operación de
urgencia que, difícilmente podría enmendar el daño causado por una actitud
prepotente y un comportamiento bordeando la negligencia de algún profesional de
la medicina.
Mientras preparaban a su hija,
observaba a la anestesista, sin poder entender esa forma de actuar. La tenía a
menos de un paso de distancia, pero no la sentía. La imaginaba sentada en su
pedestal, ganado a pulso por su profesionalidad, en el Olimpo de los anestesistas.
Desde allí llegaba su voz, emitiendo frases en modo contestador automático de
encuesta telefónica. Frases que, seguro habría formulado mil veces de la misma
manera a mil personas distintas para todos menos para ella.
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El Pí de la Bassa se muere. Lo que no conseguían los años lo están
haciendo la sequía y su socio el Tomicus.
El pino carrasco monumental, a sus casi 190 años, sufre un deterioro profundo,
exteriorizado por el amarilleamiento de gran parte de sus acículas, del que difícilmente
saldrá adelante.
Se está actuando con todas las
herramientas disponibles, desde la más simple -hidratación- hasta tratamientos
con endoterapia que eliminen en insecto de su interior y permitan una
recuperación que sería casi milagrosa.
Cuando los sábados pasa junto a
él y ve su perímetro acordonado como una especie de UCI móvil, le viene a la
cabeza la imagen, vista en la prensa, de los técnicos de control de plagas
colocando las múltiples cánulas en su tronco para conseguir que la abamectina alcance
sus venas y entre en contacto mortal
con el escarabajo asesino.
Entonces piensa en vías, en
goteros y en personas asustadas a merced de profesionales y sabe que, con toda
seguridad, el viejo árbol ha sido tratado con el mimo y el cariño que a otros
en algún momento les faltó.
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Seguro que la breve estancia en la
UCI del hospital no supone más que un fugaz recuerdo para ella. En menos de 24
horas subiría de nuevo a planta por orden expresa del jefe de médicos de la
Unidad de Cuidados Intensivos que, diariamente atiende personalmente a todos
los familiares con pacientes en la Unidad, lo que no evita que les dedique todo
el tiempo necesario explicándoles todos los detalles del estado de su hija y su
evolución desde la salida del quirófano. Desde el primer momento comprobaron
que su profesionalidad no estaba reñida con su mirada directa y sincera, su trato
cercano, su amabilidad y su total disponibilidad para lo que necesitaran.
31 de marzo de 2016
Como siempre
Siente como todo vuelve. Vuelven
las palabras. Las frases. Las ganas de soltarlo todo ante un teclado. Todo es
distinto, pero igual. Distintos ojos le observan con la misma mirada de
siempre. Los mismos sentimientos. Las mismas historias. Los mismos
pensamientos. La misma calma tensa. La misma soledad a pesar de la compañía.
Todo vuelve. El tiempo circular.
La lata aplastada sobre la mesa por el manotazo de Cohle. El eterno retorno.
Cada mañana ocho galletas
cuadradas dispuestas en parejas. Dos de ellas divididas en 4 partes siempre irremediablemente
desiguales. Desiguales cada día. Cada año. Cada siempre. Los ojos color
almendra de Thor esperan cada pedacito con una mezcla perfectamente
proporcionada de ansiedad y rutina. Los perros saben contar. Por lo menos hasta
ocho.
Como todos los días la curva de
las retenciones absurdas le hace meter primera hasta detenerse. Como todos los
días gira la cabeza a su izquierda y se maravilla de la dicotomía, del
contraste de la zona ajardinada con el césped cortado a tiralíneas a la cuasi selva
de diez metros más allá, Bendice a la paradoja de las competencias
territoriales. Se vuelve a fijar en la palmera. Lleva tiempo sola. Ha visto
impotente como sus vecinas hermanas han ido sucumbiendo devoradas desde dentro
por infinitas larvas blancas y gruesas, incansables e insaciables. Ella aguanta
impertérrita. Seguirá jugando a la ruleta rusa mientras el azar le sonría. Nada
que el tiempo no puede solucionar.
Acelera. El otro lado del rio.
80. De nuevo la cola irreal e injusta. Siempre ahí. Caprichosa volatilizándose
cuando le place. Nunca en su presencia.
Durante el trayecto siempre el
mismo pensamiento. La sensación de no ser dueño de uno mismo. La sensación de
que un simple gesto, una pequeña acción, es suficiente para cambiar esa
monótona y segura inercia, como el nudo que, en apariencia aparece fuerte y
sólido pero que cuando alguien tira de él se convierte en una inofensiva línea
recta. Siente que, simplemente con un giro de volante sería suficiente para
salir del atasco y dirigirse a una carretera desierta con una larga recta donde
puede acelerar y devorar kilómetros. Por un momento llega la ilusión, el ánimo
cambia. Hasta que, de nuevo, como siempre, le envuelve la sensación de no ser
dueño de su destino. Por enésima vez surge la debilidad del peón sacrificado
por capricho de la reina y, de nuevo, como siempre, piensa en la palmera y en la
ruleta rusa.
30 de noviembre de 2015
True entomologist
- Papi, ¿Tu qué haces en el trabajo?
Hubo un tiempo en el que esa
fatídica pregunta suponía pulsar un botón rojo en su interior que desencadenaba
un sentimiento mezcla de desazón, cabreo y autocompasión. Con los años la
absurda obligación de realizarse profesionalmente se hundía de manera lenta
pero segura en las arenas movedizas de su existencia. Antes hubiera buscado
historias convincentes, viajes apasionantes, investigaciones innovadoras,
proyectos exóticos, aderezados por mil y una anécdotas que despertaran la
admiración de una niña pequeña.
Ahora ya no.
Ahora disfrutaba cada vez más
escuchando la sobreestimada profesionalidad de los que le rodeaban. Aunque a
pesar de ello nunca osara criticarla. Comprendía que, al fin y al cabo, no es
más que una manera como otra de afrontar nuestro efímero paso por este mundo. Hubo
una época que para él también era importante esa autoafirmación, esa necesidad
de ser consecuente con tus gustos y con tus estudios que te llevaba a buscar ansiosamente
el trabajo ideal, el que te realizara como persona.
Todo eso pasó. Finalmente
comprendió que la minúscula pieza que representaba en el engranaje de la
maquinaria de eso que llamamos sociedad, era completamente reemplazable. Que,
una vez atrapado en el tablero de la partida económica imperante, lo único
importante era mantenerse a flote. Sabía que, mientras pagara religiosamente
sus impuestos y sus préstamos, no iba a haber ningún problema, no acabaría en
la caja de piezas inútiles y marcadas para siempre. Lo demás era absolutamente
indiferente. Comprendió lo que los actores llaman trabajo alimenticio. Todo seguía igual. Simplemente se había
sustituido la jornada de caza y recolección del Neandertal por la jornada de
correos electrónicos e informes frente a la pantalla del ordenador. Nada más ni
nada menos.
Al final comprendió que toda esa
ansiedad y desasosiego por intentar cumplir siempre con las expectativas no era
más que una forma de autocomplacencia de su propia consciencia, de una
necesidad de estar bien consigo mismo impuesta por otros, de la necesidad de auto
convencerse de que todo va bien y de la necesidad de que los demás se den
cuenta de que todo va bien.
Más vale tarde que nunca.
“La conciencia humana es un error trágico en la evolución. Nos volvimos
demasiado conscientes de nosotros mismos… Somos cosas que operan bajo la ilusión
de tener un yo, pero todo el mundo es nadie. Lo más honesto sería negar la
programación genética, cesar de reproducirnos, extinguirnos, caminar de la mano
hacia la extinción como el que sale de un mal negocio”. Peter W. Zappfel.
19 de octubre de 2015
22 de septiembre de 2015
Un mundo feliz
- "El secreto de
la felicidad y la virtud: amar lo que se tiene la obligación de
hacer".
- "La gente es
feliz; tiene cuanto desea, y no desea nunca lo que no puede tener".
- “Todo
condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su
inevitable destino social, del que no podrá librarse”.
- “La civilización
no tiene en absoluto necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambos
casos son síntoma de ineficacia política”.
"Los discursos
sobre la libertad del individuo. La libertad de no servir para nada y
ser desgraciado. La libertad de ser como clavija redonda en el
agujero cuadrado".
Un mundo feliz. Aldous
Huxley. 1932.
__________
El monzón hacía el
ambiente sofocante. Calor. Un cielo grisáceo que apaga todos los
colores. La mezcla de olor a aceites refritos, sudor, agua estancada,
basura acumulada disputada entre hombres y cuervos. Charcos inmensos
a modo de estanques en cruces y calles. El sonido incesante y
sistemático de decenas de cláxones y motores de combustión de todo
tipo de vehículos. Gente y más gente por calles, aceras, invadiendo
tiendas destartaladas con estanterías hasta el techo llenas de
cualquier cosa que se pueda vender. Puestos ambulantes con toda clase
de alimentos perecederos o no. Dos semáforos. Apáticos guardias urbanos, con
varas que usan sin contemplaciones, jugando a un Tetris
tridimensional cada mañana y en el que se saben perdedores antes de
iniciar la partida. Edificios que envejecieron sin terminarse
mostrando su esqueleto y con él, la intimidad de sus ocupantes en un
reality con audiencia cero. Hombres con el torso desnudo,
cuerpo fibroso y ojos blanquísimos de mirada perdida, tirando de rickshaws en
los que viajan hombres, mujeres y niños hablando con el móvil con
total tranquilidad. Polvo, mucho polvo. Atascos monumentales.
Autobuses destartalados y repletos con los laterales rascados
mostrando sus heridas de guerra. Agresividad. Atascos eternos.
Colapso. Y al salir del caos de nuevo más caos.
Observaba todo intentando
no perder detalle, respirando el aire acondicionado en el interior
del taxi que les conducía de vuelta al hotel. Le gustaba fijarse en
la gente. Se preguntaba cómo podían convivir diariamente con esa
anarquía. Veía a los hombres cargados con materiales o enseres de
todo tipo, veía como se humedecían los labios resecos con la lengua
ante la imposibilidad de beber o comer durante las horas de luz por
el Ramadán. Pasaban junto al taxi en bicicleta o carromatos cargados
de jackfruits, mangos o de cualquier otro sabroso fruto de
temporada. Se fijaba en las mujeres, la mayoría cubiertas con velo,
pero algunas sin él, que cruzaban las calles con decisión a través
de los estrechos pasillos que dejaban los vehículos en el atasco.
Sin conseguirlo, trataba de mostrar indiferencia ante la gente que le
daba pequeños golpecitos en el cristal de la ventanilla para pedir
limosna. Un viejo sin manos, mujeres con el rostro deformado y,
niños, muchos niños, desfilaban incansables de un coche a otro y
luego a otro. Demasiados niños, pensó, sin otro futuro que vivir en
y del atasco diario.
Estaba convencido de que
el ambiente siempre es más determinante que el individuo. El
fenotipo se imponía al genotipo. No podía evitar pensar en la
fortuna de nacer en un lugar o en otro del planeta es lo que marca el
devenir de cada individuo. Lo que para unos representa un regalo
otorgado por el azar que les permite crecer en un ambiente con todas
las necesidades básicas –y alguna más- cubiertas, para otros es
una vida anclada a una cadena perpetua que resulta casi imposible
romper.
Siempre se preguntaba qué
posibilidad había de cambiar esto. ¿Qué posibilidad real tiene los
niños de Dhaka, aun deseándolo, de salir de ese ambiente y cambiar
su vida por otra supuestamente mejor? Esa supuesta libertad de elegir
su destino ¿es real o una quimera que les mantiene esperanzados y
felices?¿Es suficiente con tener la conciencia de la libertad de
elección, tener el deseo de mejorar, de prosperar aunque en la
práctica ese deseo sea casi una utopía? ¿Realmente estamos tan
lejos de la dictadura que Huxley plantea en Un mundo feliz por
el mero hecho de que allí nadie aspira a nada más de para lo que ha
sido creado y aquí sí?.
Le sirven un té oscuro
en un vaso de cristal desgastados por el uso. Está ardiendo lo que invita
a la conversación mientras se degusta con calma. Sentados en
unas sillas a las puertas de la cafetería de la Universidad de
Dhaka, desconecta de tanto inglés y, por un momento se abstrae y
mira a su alrededor. Lo que ve no se diferencia mucho del bar de su
Facultad. Seguramente, si entendiera lo que oye tampoco distaría
mucho de las inquietudes de un joven universitario europeo…o si.
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