7 de julio de 2011

Minimalismo digital


A menudo recordaba a su descendencia que cuando acabó sus estudios universitarios los viandantes observaban con miradas extrañas e incluso con exaltados gestos de incomprensión cuando se cruzaban con alguien que “hablaba solo” con un teléfono móvil. Esos mismos gestos se reproducían en su hija cuando le contaba esta anécdota.
Hoy es él que, más que sorprenderse, maldice la mal llamada era de la comunicación. Bonita frase acuñada y promovida por las compañías de telecomunicaciones para aislarnos, todavía más si cabe, del mundo que nos rodea. Del mundo que podemos tocar, saborear, oler y, como no, también ver sin necesidad de hacerlo a través de una pantalla. Le resultaba especialmente desesperante el hecho de cruzarse por la calle con auténticos muertos vivientes cuyo cordón umbilical empezaba en su reproductor de mp3 y acababa bifurcándose en sus prematuramente sordos oídos. Le entristecía enormemente ver a grupos de adolescentes sentados en el banco del parque sin dirigirse la palabra y sin desviar sus ojos de las pantallas de los móviles de última generación.
De la música portátil al vídeo y de allí a las redes sociales, a la inmediatez de la nada, a la necesidad de la comunicación vacua, a la pertenencia al mundo 2.0, a la irrealidad, al aborregamiento generalizado, a las tendencias que desaparecen en pocos meses, al consumo sin mesura de todo tipo de artilugios que quedan prematuramente obsoletos sin necesidad, inservibles a la avidez de novedades de la masa.

Observaba con estupor la proliferación de móviles táctiles con cámaras de alta definición, tabletas digitales, reproductores de mp3, mp4, mp5, ordenadores de bolsillo, libros digitales, dispositivos diseñados para mejorar la experiencia de la comunicación que se encargan de reducir la capacidad de los sentidos no audiovisuales, claramente marginados, a minimizar las percepciones del medio, ignorando los estímulos procedentes de nuestro alrededor para limitarlos a una pantalla de escasas pulgadas. La imagen lo invade todo, todo entra por los ojos y es procesado casi tan rápidamente como es olvidado por nuestro cerebro.

Decidió, dentro de su extrema moderación, declararse en rebeldía. Si ya era considerado un bicho raro por no tener conexión de internet en casa ni pertenecer a ninguna red social o carecer de reproductor de mp3 ahora, al abandonar su móvil táctil para volver al básico teclado se sentía como un pequeño rebelde con causa, quizá una causa menor pero su causa al fin y al cabo.

No hay comentarios: