30 de junio de 2011

La delgada línea


Hasta ahora si de algo podía presumir era de haber mantenido una cierta coherencia en lo que respecta a sus principios. Seguramente, en la mayoría de ocasiones ayudado por la bendita ignorancia del inocente que no conoce –ni quiere conocer- más allá de lo que cree estrictamente necesario para su existencia vital. Había pagado infinidad de veces el dar la cara, el ir con la verdad por delante, el no jugar sus cartas como está prefijado si no como él creía conveniente de acuerdo a su criterio, sabedor de que poco a poco todo y todos acaban descubriéndose. La carretera coloca a cada uno en su lugar aunque siempre haya alguien que se aproveche de la rueda ajena.

Hasta ahora siempre había sido así. Dormir tranquilo tenía un alto precio que estaba dispuesto a pagar… hasta ahora.

En el mismo momento en que estampaba su firma sobre aquel papel tricolor se dio cuenta que había traspasado la delgada línea que se trazó desde que tenía uso de conciencia. Se vio como en uno de esos toboganes de los parques acuáticos en los que cierras los ojos y sólo deseas que llegue lo antes posible el choque con el agua de la piscina. Se dejó llevar porque luchar era, en este caso casi imposible…o eso se repetía constantemente en las posteriores noches de insomnio. Por primera vez se vio enganchado en el engranaje de la máquina de la mentira, sintió sus cadenas, sus giros y sus cojinetes girando y transportándole al otro lado de esa línea que tanto trabajo le había costado evitar. Se vio sin fuerzas, exhausto, sin ganas de luchar por nada que no fuera conservar, mantener su posición, su modo de vida, convencional y patético, pero suyo al fin y al cabo. Se vio buscando desde el pitido inicial el empate sabedor que esto conllevaba casi siempre una derrota. Sintió durante semanas el amargor en la garganta del que ha perdido gran parte de los escasos logros en eso tan denostado que llaman integridad. Se sintió vacío y hasta asqueado de sí mismo por su cobardía, por siempre evitar dar ese paso y dejar que lo den los demás por él. Y lo peor es que el vaso se desbordó hacia tiempo y seguía ahogándose en él sin mover un solo dedo, víctima de sus miedos.

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