Pedaleaba algo temeroso, desconfiado de sí mismo, de sus
propias fuerzas. Las últimas semanas su organismo se había empeñado en mostrar
sus debilidades físicas. Resfriados que cuestan mucho más de curar se aliaban
con pequeños achaques y dolores que reaparecían como el villano en la segunda
parte de una película de serie B. Parecía como si su propio cuerpo se encargara
de avisarle de que ya había pasado holgadamente los cuarenta y que no había que
descuidarse.
Animado por un espléndido día invernal, decidió salir a
pesar de todo. Hasta ahora se había acomodado manteniéndose agazapado,
esperando su oportunidad con la cada vez más próxima llegada de los primeros
calores. Pero sabía que tan sólo necesitaba un par de horas para recobrar esa
energía perdida. No era cuestión de grandes gestas. Tan solo deseaba asomar la
cabeza y sentir la Sierra bajo sus pies.
Tras dejar atrás el asfalto, su incertidumbre fue en aumento.
En su memoria permanecía grabado su último encuentro con la Sierra, donde ella
le mostró con dureza su cara más áspera, cargando sobre él, como encolerizada,
con toda su furia. Como reprochándole su egoísmo, como cansada de dar mucho a
cambio de casi nada. Cansada de los que, como él, sólo veían en ella un bálsamo donde aliviar sus
penas y lavar sus heridas.
Pero esta vez no fue así. Se sorprendió a sí mismo sorteando
algún paso de esos en los que siempre hacía pie, sufriendo en el Portixol e incluso afrontando con
dignidad las duras rampas iniciales de la subida al Mirador de l’Abella hasta llegar, con un último esfuerzo, a los
tramos finales, más suaves, donde aún resistían a duras penas los suelos
escarchados por el frío de la madrugada. Al pasar sobre ellos tuvo la certera
sensación de que el invierno agonizaba y que asistía a un nuevo cambio de ciclo
no sólo meteorológico.
Sabía que, tras coronar, le esperaba un corto pero
gratificante descenso sólo interrumpido por una breve parada en la fuente. Le
gustaba quedarse unos instantes en silencio, observando los chopos desnudos que
parecían aguardar, como él, su momento. Sintiendo la cálida recompensa del sol
matutino. Dándose cuenta de que, una vez más, recibía mucho a cambio de casi
nada.