23 de febrero de 2012

Reencuentros


Pedaleaba algo temeroso, desconfiado de sí mismo, de sus propias fuerzas. Las últimas semanas su organismo se había empeñado en mostrar sus debilidades físicas. Resfriados que cuestan mucho más de curar se aliaban con pequeños achaques y dolores que reaparecían como el villano en la segunda parte de una película de serie B. Parecía como si su propio cuerpo se encargara de avisarle de que ya había pasado holgadamente los cuarenta y que no había que descuidarse.
Animado por un espléndido día invernal, decidió salir a pesar de todo. Hasta ahora se había acomodado manteniéndose agazapado, esperando su oportunidad con la cada vez más próxima llegada de los primeros calores. Pero sabía que tan sólo necesitaba un par de horas para recobrar esa energía perdida. No era cuestión de grandes gestas. Tan solo deseaba asomar la cabeza y sentir la Sierra bajo sus pies.

Tras dejar atrás el asfalto, su incertidumbre fue en aumento. En su memoria permanecía grabado su último encuentro con la Sierra, donde ella le mostró con dureza su cara más áspera, cargando sobre él, como encolerizada, con toda su furia. Como reprochándole su egoísmo, como cansada de dar mucho a cambio de casi nada. Cansada de los que, como él,  sólo veían en ella un bálsamo donde aliviar sus penas y lavar sus heridas.

Pero esta vez no fue así. Se sorprendió a sí mismo sorteando algún paso de esos en los que siempre hacía pie, sufriendo en el Portixol e incluso afrontando con dignidad las duras rampas iniciales de la subida al Mirador de l’Abella hasta llegar, con un último esfuerzo, a los tramos finales, más suaves, donde aún resistían a duras penas los suelos escarchados por el frío de la madrugada. Al pasar sobre ellos tuvo la certera sensación de que el invierno agonizaba y que asistía a un nuevo cambio de ciclo no sólo meteorológico.

Sabía que, tras coronar, le esperaba un corto pero gratificante descenso sólo interrumpido por una breve parada en la fuente. Le gustaba quedarse unos instantes en silencio, observando los chopos desnudos que parecían aguardar, como él, su momento. Sintiendo la cálida recompensa del sol matutino. Dándose cuenta de que, una vez más, recibía mucho a cambio de casi nada.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

En marzo seguirá helando, pero será un hielo débil, un hielo que apenas si vivirá mas allá de la madrugada. Pronto los chopos se vestirán con unas ropas que surgirán plegadas desde sus varas..., será un momento inovlidable....., y estaremos ahí, ¿no amigo....?.

Tercera persona dijo...

Esperemos estar...
Este domingo volví a salir. Olía a primavera ya. Subí por el Campillo y me dejé caer por el Berro y la Gota. Muchos ciclitas y mucha gente corriendo también y adelantándome en la subida como si nada...
Un abrazo Pedro.