15 de marzo de 2012

El pequeño salvaje


Víctor escapa a través de la ventana. Corre por el prado cercano a la casa en busca del bosque, su bosque. Busca un arroyo en el que calma su sed, bebiendo su agua reparadora.  El mismo elemento que Itard, su educador, emplea como herramienta inicial para moldear su comportamiento asocial. Eufórico por el éxito de su huida intenta trepar a un árbol pero cae de bruces. Permanece unos instantes tumbado, sorprendido por su incapacidad al ejecutar una acción innata en él. De nuevo el fenotipo se impone al genotipo.
Esta semana cada salida del colegio la misma escena. A pesar de sus infructuosos intentos de familiarizarla con el estruendo reinante no había manera. Se aferraba a él presa del pánico. Le apretaba con fuerza, casi ahogándole, estremeciéndose a cada nuevo estallido. No escuchaba. No había forma de hacerla entrar en razón, de intentar explicarle que era una situación temporal a la que tendría que acostumbrarse tarde o temprano. Que no eran más que un ruido molesto más que su cerebro debería ignorar como había hecho con tronar de los disparos de escopeta del campo de tiro cercano a su casa.  
Parece ser que Itard acabó desistiendo con Víctor, ya que apenas consiguió que articulara algún sonido vocálico y, según cita en su informe final,  nunca pareció "perder su vivo anhelo por la libertad del campo abierto y su indiferencia a la mayoría de los placeres de la vida social", concluyendo que el niño era incapaz de valerse por sí mismo, por lo que tuvo que ser atendido de por vida por una asistenta.
A pesar de haber intentado reconducir su comportamiento con la compra de bombetas y pequeñas fuentes de colores, todo resultaba infructuoso. La niña, presa del pánico sólo quería permanecer en el interior de su casa, evitando el ambiente hostil y extraño en el que se habían transformado las calles de su pueblo o el parque en el que había pasado tantas tardes infinitas jugando. A él, todo esto no le preocupaba lo más mínimo, sabía que era cuestión de tiempo, de dejar hacer al entorno. No tenía la menor duda de que su hija sería otra “buen salvaje” socializado. Tan sólo se conformaba con estar a su lado para ayudarla a levantarse cuando cayera del árbol.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

Jesús..., ¿te he dicho alguna vez que tus post son magistrales....?,bueno, pues te lo digo ahora..., genial, simplemente genial. La niña se caerá siempre del árbol, pero aprenderá a caer, caerá sobre sus piernas y se apoyará con sus manos. El trueno siempre asustó a Homo, incluso cuando descubrió que era y como se formaba..., siempre nos inquieta y sigue desatando el pánico cuando nos pilla en campo abierto o en la Calderona, a mi mas de una.
¿Te he dicho que este post es genial...?, es que no me canso de decirtelo.

Tercera persona dijo...

Buff...no me digas eso amigo...
Como tu me dijiste la primera vez que nos cruzamos esto no pretende ser más que una libreta donde ordenar cosas que me apetece contar que como bien sabes no tienen por que ser las más importantes...
De todas formas tengo buenos maestros por ahí...
En cuanto al post, pues bueno, siempre me quedé con esa imagen de una película que parece ser obligada en los colegios y lo asocié al comportamiento de la enana...Mi pequeño homenaje a las fallas que (por fin) ya acabaron.
Un abrazo Pedro.