Víctor escapa a través de la ventana. Corre por el prado
cercano a la casa en busca del bosque, su bosque. Busca un arroyo en el que
calma su sed, bebiendo su agua reparadora.
El mismo elemento que Itard, su educador, emplea como herramienta
inicial para moldear su comportamiento asocial. Eufórico por el éxito de su
huida intenta trepar a un árbol pero cae de bruces. Permanece unos instantes
tumbado, sorprendido por su incapacidad al ejecutar una acción innata en él. De
nuevo el fenotipo se impone al genotipo.
Esta semana cada
salida del colegio la misma escena. A pesar de sus infructuosos intentos de
familiarizarla con el estruendo reinante no había manera. Se aferraba a él
presa del pánico. Le apretaba con fuerza, casi ahogándole, estremeciéndose a
cada nuevo estallido. No escuchaba. No había forma de hacerla entrar en razón,
de intentar explicarle que era una situación temporal a la que tendría que
acostumbrarse tarde o temprano. Que no eran más que un ruido molesto más que su
cerebro debería ignorar como había hecho con tronar de los disparos de escopeta
del campo de tiro cercano a su casa.
Parece ser que Itard acabó desistiendo con Víctor, ya que
apenas consiguió que articulara algún sonido vocálico y, según cita en su
informe final, nunca pareció "perder su vivo anhelo por la libertad del
campo abierto y su indiferencia a la mayoría de los placeres de la vida social",
concluyendo que el niño era incapaz de valerse por sí mismo, por lo que tuvo
que ser atendido de por vida por una asistenta.
A pesar de haber intentado
reconducir su comportamiento con la compra de bombetas y pequeñas fuentes de
colores, todo resultaba infructuoso. La niña, presa del pánico sólo quería
permanecer en el interior de su casa, evitando el ambiente hostil y extraño en
el que se habían transformado las calles de su pueblo o el parque en el que
había pasado tantas tardes infinitas jugando. A él, todo esto no le preocupaba
lo más mínimo, sabía que era cuestión de tiempo, de dejar hacer al entorno. No
tenía la menor duda de que su hija sería otra “buen salvaje” socializado. Tan
sólo se conformaba con estar a su lado para ayudarla a levantarse cuando cayera del
árbol.
2 comentarios:
Jesús..., ¿te he dicho alguna vez que tus post son magistrales....?,bueno, pues te lo digo ahora..., genial, simplemente genial. La niña se caerá siempre del árbol, pero aprenderá a caer, caerá sobre sus piernas y se apoyará con sus manos. El trueno siempre asustó a Homo, incluso cuando descubrió que era y como se formaba..., siempre nos inquieta y sigue desatando el pánico cuando nos pilla en campo abierto o en la Calderona, a mi mas de una.
¿Te he dicho que este post es genial...?, es que no me canso de decirtelo.
Buff...no me digas eso amigo...
Como tu me dijiste la primera vez que nos cruzamos esto no pretende ser más que una libreta donde ordenar cosas que me apetece contar que como bien sabes no tienen por que ser las más importantes...
De todas formas tengo buenos maestros por ahí...
En cuanto al post, pues bueno, siempre me quedé con esa imagen de una película que parece ser obligada en los colegios y lo asocié al comportamiento de la enana...Mi pequeño homenaje a las fallas que (por fin) ya acabaron.
Un abrazo Pedro.
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