A esa hora de la tarde el Gulliver
bullía de actividad, asemejándose a la entrada de un hormiguero en
verano con el ordenado ajetreo anárquico de las hormigas obreras
entrando y saliendo por sus múltiples orificios.
- Otra vez… Otra vez…
- Pero si acabas de tirarte por el
verde este tan empinado…espérate un poquito y nos volvemos a tirar
por el grande.
- ¡Otra vez papá!
- Vaaale, vamos para arriba.
...
Muchas veces cuando se acostaba y su
cabeza tenía tiempo para pensar se daba cuenta que apenas habían
intercambiado cuatro frases rutinarias. Se decía a sí mismo que
todo esto era normal, que entre los trabajos, las enanas, las idas y
venidas y los kilómetros diarios, no daban para más. Que era lógico
que en sus conversaciones no fueran más allá de los últimos
síntomas víricos de la pequeña, de a ver quien recoge a la mayor o
de por qué nos han cobrado tanto de luz este mes.
Cuando disponían de un rato lo
aprovechaban en irse los cuatro y disfrutaban viendo disfrutar a sus
hijas casi más que ellas mismas. Al final llegaba a la conclusión
de que no estaban más que en otra etapa de su vida, otra fase
distinta a la anterior por la que se pasa y por la que habían
decidido pasar y que además, lo estaban haciendo gustosamente. Sabía
que ninguno de los dos cambiaría eso por nada ni, por supuesto, por
volver atrás, a la libertad, a disponer de tiempo para los dos, a
poder viajar y hacer todas esas cosas que, a veces cuando las
recordaban, les sonaban demasiado lejanas. Sabía eso de ella y
sabía que seguía ahí a su lado, tan directa como siempre, tan
expresiva como transparente, tan locuaz como sincera. Le había
tocado ser la auténtica sufridora de sus manías y sus decisiones,
muchas veces egoístas y atropelladas. Siempre estaba ahí, esperando
gestos y palabras no por innecesarios, agradecidos. Gestos y palabras
unidireccionales, sólo tenían billete de ida. A estas alturas ella
conocía perfectamente su incapacidad innata para expresar sus
sentimientos que parecían perderse como atrapados en el laberinto de
pasillos interminables de su mente. Eso no impedía que siempre
estuviera ahí, un día tras otro, sin un pero, sin reclamar nada a
cambio. Siempre dando tanto para recibir tan poco.