19 de abril de 2012

Impronta


1. Reproducción de imágenes en hueco o de relieve, en cualquier materia blanda o dúctil, como papel humedecido, cera, lacre, escayola, etc.
2. Marca o huella que, en el orden moral, deja una cosa en otra.
3. Biol. Proceso de aprendizaje que tiene lugar en los animales jóvenes durante un corto período de receptividad, del que resulta una forma estereotipada de reacción frente a un modelo, que puede ser otro ser vivo o un juguete mecánico.

Empujado por el entusiasmo de la inexperiencia y por un nerviosismo fruto del desconocimiento absoluto del terreno, ascendió a buen ritmo por la subida de la Cartuja. Como siempre, le gustaba ir cerrando el grupo siempre comandado por Paco, del que si algo podía asegurar es que conocía mejor la Sierra que el pasillo de su casa. Los ojos abiertos como platos. Sin tiempo ni ganas de darse cuenta del dolor de piernas que iba acumulando. Alcanzaron por fin lo que parecía el final de la ascensión para llanear durante un trecho y oxigenar un poco los músculos. Su cabeza giraba continuamente de un lado a otro de la rojiza pista, encontrando con la mirada una auténtica red de caminos, cruces, senderos y monte. Sólo monte. Aquello le parecía un pequeño paraíso terrenal, virgen e inexplorado. Giraron a izquierdas dejando a su derecha una fuente y, de nuevo pista arriba, sin descanso. Se acopló a la última rueda e intento aguantar todo lo posible echando el resto ante los primeros síntomas de desfallecimiento. Tras unos kilómetros eternos llegaron al que sería el punto de retorno de la ruta, aunque él sólo veía otra fuente más donde dar cuenta de sus escasas provisiones. Paco, hombre de pocas palabras, sintió en esos momentos la necesidad de pronunciar algunas: “ahora todo para abajo y con cuidado”. Tras un breve llaneo comenzaba una pista en fuerte descenso con unas zetas iniciales que desembocaban en un barranco donde la pista mutaría y se convertiría en un sendero ancho repleto de piedras de rodeno de todos los tamaños y formas. Las vainas planas y sobredimensionadas del triángulo trasero de su Cannondale le repelían del sillín en cada piedra, mientras que su cara se acercaba peligrosamente a la cubierta delantera “gracias” a una posición más propia de la carretera propiciada por una potencia invertida de 130mm. Los dedos se le entumecían forzando las manetas de los Dia-Compe mientras que, por debajo, la horquilla rígida Pepperoni de aluminio transmitía la mínima irregularidad del terreno hasta el último músculo de su cuello. De vez en cuando se aproximaban demasiado y, al reaccionar casi de oídas al los frenazos de sus predecesores, llegaban a tocarse las ruedas. En ocasiones, ante el grito sabio del guía, tocaba desmontar y patear para sortear zonas que, en aquellos momentos, consideraba totalmente inciclables. Finalmente llegaron a otra zona de llano donde la palabra pista recuperó su significado totalmente y se dejó llevar relajado por la descarga de adrenalina.


¡¡Otra vez!!...Furioso consigo mismo gritó en voz alta, emitió algún que otro improperio vejatorio hacia su persona. La tenía grabada. Marcada a fuego. Eran sólo dos pequeños tramos pero siempre se le resistían. Llevaban 20 años haciéndolo y hoy no iba a ser menos. Si piensas que no vas a pasar no pasarás se repetía a sí mismo.

La pista del barranco de La Vigueta seguía atragantándosele. Aguantaba ahí, imperturbable, quizás no con la dureza de antaño, de aquella primera vez cuando bajando pensaba que era inexpugnable. Ahora se había suavizado, pero aún así resistía, orgullosa, numantina, espartana.

Dejó la bici a un lado y aprovechó el parón para hacer unas fotos que, sabía nunca reflejarían su dureza. Lobo con piel de cordero. Contempló de nuevo esa visión tantas veces vista. Se deleitó de nuevo con sus colores rojizos, verdes, grises y azulados combinados en una imagen impagable, silenciosa y serena. Siempre protegido del viento que hoy soplaba frío y con fuerza.

Se imaginaba en un futuro no muy lejano como ahora mismo, haciendo lo mismo, empujando la bici rendido y agradecido a la montaña pero disfrutando igual o más que hace 20 años cuando la huella de la montaña quedó grabada para siempre.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

Amigo mio, la Vigueta es mucha Vigueta. Te sientes agusto cuando estas en forma y logras remontarla, incluso ella te sonrie y te palmea la espalda. Pero de igual forma te enseña los dientes cuando te has despistado y tu corazón se encabrita y tienes que soltar el pie de la cala porque te hs quedado trabado.
Incluso bajando, sonrie malevola, yo me caí en una de sus curvas, la primera bajando desde Tristan, en una de sus roderas entró la rueda delantera y despues de un corto vuelo me revolqué sobre la tierra.

Tercera persona dijo...

Esa curva tiene tela hasta subiendo, como no te abras te quedas ahí clavado.
A mi hay dos tramos que se me atragantan y no hay forma de hacerlos en la bici...pero bueno se baja uno y ya está.