5 de abril de 2012

Ciclomontañismo de pacotilla (III): Castillo de Olocau

Últimamente tenía la sensación de que todo iba en su contra. Como su tuviera que luchar más si cabe contra todo. Recordaba cuando, de pequeño, en una de sus pesadillas recurrentes, se levantaba de la cama e intentaba cruzar el kilométrico pasillo de su casa, convertido en una pista minada de obstáculos, a cada cual más absurdo, que se lo impedían, no sentía dolor alguno, tan solo impotencia. La misma impotencia que sentía ahora, la impotencia del que sólo encuentra incomprensión. Del que tiene la necesidad de justificar cada uno de los minutos de las escuálidas tres horas semanales que dedica a su afición, a su válvula de escape.
Cuando conseguía atravesar el pasillo salía a la calle, desierta, e intentaba correr, pero sus piernas no le respondían, el máximo esfuerzo suponía un mínimo avance que resultaba baldío para evitar el imaginario mal que le acechaba. Al final caía al suelo y despertaba.
En su casa ya no hay pasillo, pero esto no le evita tener que luchar durante la semana contra muchas cosas para lograr una victoria pírrica siempre aderezada con el regusto amargo de la culpabilidad.
Sus salidas semanales se habían convertido en un tour de force contra demasiadas cosas. Luchaba contra un ejército de problemas físicos, mecánicos, horarios, familia, reproches, explicaciones, silencios y malas caras. Hasta ahora había conseguido vencer, salirse con la suya y cada ruta dominical por corta y sencilla que fuera era para él una victoria. Pero sentía como poco a poco la balanza comenzaba a inclinarse inexorablemente hacia el lado fácil, hacia el lado cómodo. Por eso decidió cambiar de estrategia. Luchar contra los elementos buscando nuevos retos, nuevas rutas que alimentaran su ilusión, que renovaran su motivación.
Esta vez no le importó esperar una semana más para ejecutar ese segundo servicio y lograr la cumbre. Vencido por el tiempo y por los pinchazos prometió volver a la semana siguiente y tocar esos muros que, de momento, sólo podía ver desde abajo. Ahora, por fin desde la cumbre sonrío satisfecho al comprobar cómo, efectivamente, esos muros se mantienen “a plomo y escuadra” sobre los cortados.

2 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

"A plomo y escuadra....." como tu voluntad y tu ilusión, como tu defensa tenaz de ese momento íntimo, de esas tres horas que vienen a ser, como los gramos de una pluma que llegando a posarse sobre los arreos, sobre el lomo excesivamente cargado..., quebrarían su columna.
Tus salidas dominicales mantienen la pluma flotando...., que así sea.
Por cierto, yo no porteaba a la Bicipalo hasta la cumbra, la escondñia entre los bancales de la falda.

Tercera persona dijo...

Ya decía yo... conforme iba subiendo pensaba: subir aún pero bajar...
A mitad subida me cruzo con dos senderistas que bajaban y uno me dice: "con un par"...
Hay algunas zonas complicadillas para portear la bici pero si hay que ir se va...y como casi siempre mereció la pena ir.

Un abrazo Pedro.